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“Sea como sea, el psicoanálisis ha mostrado que
el ser humano se ve siempre confrontado, lo quiera
o no, con una función límite que tiene por
nombre: castración. Habrá siempre un resto de Real
que resistirá a todos los cambios, a todas las
metamorfosis, a todos los arreglos y dispositivos.
Para acomodarse, el humano (hombre o mujer,
padre o madre, padre o hijo) lo filtrará por la
ventana del fantasma que enmarca el hecho
contingente de haber nacido bajo una triple condición:
en un cuerpo, en alguna parte, de alguien.”
Daniel Koren (1)En lugar de la palabra median las balas, la baba en la pantalla del dispositivo electrónico y el corte en la carne de lo que serían cuerpos aún de adolescentes. El devenir cultural de una sociedad se juega, lo sabemos, no sólo en la interrelación de las distintas generaciones que confluyen en un momento histórico específico, sobre el juego transgeneracional (lo que se trasmite y lo que no se transmite) de los distintos códigos morales y construcciones sobre el mundo que se entrecruzan. Sabemos, desde la Historia, que es la contingencia de los pasajes (entendidos como el resultado de esa interrelación que resultan de ese contacto) los que determinan las costumbres, creencias y comportamiento de un pueblo. Entonces, ¿dónde colocar lo que a diario se pone en juego en la escucha clínica? La violencia desmedida que ha convertido nuestras calles en escenarios propios de un estado de sitio, el consumo excesivo de drogas (legales e ilegales) a la luz pública, la polarización de la sociedad que hace que se conviva en una paradójica calma intranquila, así como una oferta voraz para la transformación del cuerpo en aras de una pretendida estética, que llega incluso a seducir a jóvenes que aún no terminan su desarrollo anatómico, pero que son presa de las ansias que produce el ingresar en la dinámica del comercio sexual.
Recordemos que una de las definiciones que Lacan brinda sobre esa figura del Otro es el Tesoro de los Significantes, lugar del cual emana eso con lo que se construye lo que denominamos vida anímica y que es la materia prima de lo humano. Si el Otro es ese lugar del cual surge toda posible significación, no podemos entenderlo de otra forma que no sea lo que Freud llamó Cultura (2), en su célebre libro de 1930.
Así pues, cuando hablamos de un malestar, desde el psicoanálisis, ¿podría ser uno que no fuera de lo local, de ese juego específico en el cual nos enmarcamos en un tiempo y un espacio determinados? Nuestro discurrir sobre la clínica psicoanalítica (ese espacio particular donde se ponen en juego los malestares singulares) forzosamente ha de tener su punto de anclaje en eso que algunas disciplinas llaman lo concreto, pero que, a lo sumo, nosotros, advertidos de lo ambiguo de dicha expresión, solo podríamos llamar de lo específico del sufrimiento humano, el cual no es sin el Otro.
Es desde esta demarcación desde donde se coloca tenuemente un cierta queja hacia ese Otro, la cual se filtra en expresiones como: “El universo conspira contra mí para que termine siendo un consumidor de su mierda”, palabras de un paciente que al momento de enunciar lo anterior se encuentra desempleado, en una situación casi de desencadenamiento, y en una franca posición como la que Z. Bauman define como consumidor insuficiente (arrebato claramente dirigido a ese Otro que ordena satisfacerse con aquello que dispone el mercado), o “… es que fue hasta el momento en que me dolió el hígado que tuve noticias de mi cuerpo, de que tenía 80 kilos de sobrepeso, y algo tenía que hacer”, frase dicha por una paciente que, como parte del protocolo preoperatorio para una intervención quirúrgica de bypass gástrico que llegó a consulta, dicho sea de paso, después de un fallido encuentro con el psiquiatra que formaba parte del cuerpo de especialistas del hospital encargado de llevar a cabo la operación, debido a una irrenunciable pretensión de medicación por parte del médico. O una más, que muestra de forma inquietantemente clara esa cara ominosa que la medicina, como amo posmoderno, muestra al sujeto contemporáneo: “… estuve revisando hace unos días el DSM – IV y al leer los ítems que componen el diagnóstico de ´trastorno esquizoide´ me dije a mi mismo ´soy yo´. Es que esa cosa (refiriéndose al DSM) es como el horóscopo para mi generación”. Frase arrojada por un joven egresado de la carrera de Ingeniería Bioquímica, cuyo padecimiento raya en construcciones obsesivas, mismas que “muerden el anzuelo” de lo que esa figura del Otro va colocando como coordenadas identificatorias; pareciera que algo que hace girar las pláticas hoy no es el decir “soy géminis o soy tauro”, sino “soy bipolar” o “soy TOC (trastorno obsesivo – compulsivo)”.
Las circunstancias con las que se encuentra una práctica como la psicoanalítica demandan claridad; la escucha que prestamos los psicoanalistas no es una que raye, en un falso simplismo pragmático, en la disyuntiva de o todo se inclina a lo heterogéneo o todo tiene que recaer en una homogenidad, como principio científico. Nuestra comprensión del fenómeno humano pasa por un tejido fino que intenta comprender al sujeto en esa trama indisoluble: en tanto sujeto, no puede renunciar al lazo, que siempre será en relación al Otro, pero es esa parte la que introduce la alteridad. Desde el psicoanálisis, la disyuntiva ovípara (3) no tiene lugar, ya que la lógica que opera en la construcción de la subjetividad no es la de lo cronológico, por ende, rehúye a lo líneal. Ya en el texto Psicología de las masas y análisis del yo, Freud señala que la partición entre una psicología individual y una social es inexistente, pues lo que mueve al sujeto en su singularidad no está divorciado de aquello que lo lleva a acercarse a los otros, y este grupo se ve impactado por las peculiaridades de cada uno de los que conforman el grupo, y ese señalamiento orienta en la manera en la que una escucha psicoanalítica se coloca. Desde ahí se asume que no hay nada más singular que la forma en la que el sujeto se relaciona en torno a ello.
Ahora bien, se me increpará ¿de qué forma eso puede estar en relación con lo que llamo malestar local? Si bien es cierto los mecanismos que constituyen al sujeto en nuestro contexto son los mismos que se ponen en despliegue en cualquier otra parte del orbe, no es menos cierto que nociones como las de crimen y responsabilidad, así como amor, vida (las cuáles son universales, por cierto) tienen su justa comprensión si se les ubica en un sentido histórico y contextual. Nótese aquí que la importancia que el psicoanálisis otorga al fenómeno no recae en el hecho mismo, sino en la relación que esto tiene en su dimensión significante, es decir, en la forma que el S1 (significante Amo) produce, como realidad, un efecto concreto en cada uno de los sujetos que se ubican en ese amplio hábito que los recubre.
Conocer el medio en el que nos ubicamos, la cultura en el sentido freudiano o el Otro en el lacaniano (al menos en la definición que planteo líneas arriba), tiene sus implicaciones clínicas, pues de ello dependerá la forma en la que se escuche a aquel que se dirige a nuestros espacios a hablar de forma libre. Por supuesto, el malentendido no está ausente, y esa es la razón por la cual la novedad freudiana resulta chocante para la época en la que nos ha tocado vivir, pues, como sostiene Daniel Gerber, “El saber científico (eso que se erige como el Amo posmoderno) apuesta a la eliminación de lo que puede designarse como el resto del proceso de constitución del sujeto en el campo simbólico” (4). Eso que no anda en lo humano es precisamente el objetivo de forclución del proyecto científico, de extirpación. Recordemos Un mundo feliz, de Huxley o cualquiera de los cuentos de Asimov.
El signo de estos tiempos está marcado con el hierro ardiente del saber médico, tatuado en los cuerpos, que no sujetos, de cada uno de los que habitamos este mundo cuyos márgenes oprimen con las exigencias del mercado, sin dejar espacio a la pregunta sobre el deseo inconsciente, y por ello, humano. Las reminiscencias de Auschwitz en cada spot televisivo que tiene por finalidad hacernos pensar lo humano como producto de neuronas y genes exclusivamente, no deja de causar intriga cuando vemos reproducido esa forma de pensarse que tiene el hombre post-moderno. Pero dichas coordenadas no reparan en las consecuencias que tienen, para la vida anímica, el borramiento de lo histórico en cada uno de nosotros.
El malestar, y si lo entendemos detenidamente, el sujeto aquel al cual se refiere el psicoanálisis, aquel que solo puede tomar su lugar por y a través de la elaboración de un discurso asociativo, cada vez se ve más asediado, más impedido para colocarse en un mundo plegado a la exigencia y al éxito, y es justo ahí donde emerge una de las mayores dificultades que el psicoanálisis enfrenta en este momento histórico, ya que, si a algo convoca un espacio como aquel al que da forma el dispositivo analítico es a ubicar el sufrimiento humano, no como una deficiencia, o un llamado a la intervención ortopédica, sino a escuchar (pero hacerlo de forma genuina) ese decir de cada uno de los que acuden a nuestros consultorios con la intensión de encontrar un lugar de construcción de un espacio otro para sí (5). Entonces, ¿qué otra referencia podría servirle al psicoanalista para pensar su labor, sino lo que diera forma al pensar helénico, lo cual no estaba disociado de la posición que se guardaba ante la vida y ante el tirano? La deuda del psicoanálisis (6) para con la tragedia solo ha de ser saldada a partir de un refrendo perpetuo en aquello que sostiene al analista en su posición, a saber, la apertura permanente en su escucha al destino trágico que encarna cada héroe moderno que se lanza a la aventura por antonomasia, la de conocer el deseo que lo habita.
Notas
(1) Koren, Daniel, Los destinos del Padre, en Freud: A cien años de Tótem y tabú, Bráunstein, Néstor A., Fuks, Betty B, y Basualdo, Carina (coordinadores). Siglo XXI Editores, México. D. F. 2013. Pág. 73.
(2) El Kulturarbeit que es el vocablo que Freud emplea, que se traduce al español como Cultura, y que designa lo que es una sociedad humana, las exigencias que ella impone, los sacrificios que requiere, los impases inevitables del trabajo de la cultura.
(3) Aquella que indaga sobre qué fue primero, ¿el huevo o su predecesor?
(4) Gerber, Daniel. El psicoanálisis en el Malestar en la Cultura. Edit. Lazos. Buenos Aires, Argentina. 2005. Pág. 88.
(5) “Anudarse de otra manera, eso es lo esencial del complejo de Edipo, y muy precisamente aquello en lo que opera el análisis mismo…”, sostiene Lacan en la lección del 14 de enero de 1975 del seminario-RSI (inédito).
(6) García Aragón, Juan de Dios. Lo monstruoso, el cuerpo y la asociación libre: un cruce con la filosofía de Nietzsche. Fort-da. Revista de psicoanálisis con niñas, niños y adolescentes. Número 15. Noviembre de 2022. https://www.fort-da.org/fort-da15/garcia.htm