Pensar la vida como una sucesión de metamorfosis se remonta a la épica clásica y es uno de los pilares, además, de las ciencias biológicas.Pero el primero en hacer caso de las metamorfosis fue Freud.
Freud tuvo el coraje de dejarse interrogar por el enigma que las metamorfosis comportan y no utilizarlas como un atajo explicativo, al advertir el descomunal trabajo psíquico que las transformaciones corporales irrefrenables e ineludibles desencadenan en la estructuración de los seres hablantes. Su gesto lo diferencia de la tradición del poema de Ovidio, para quien las metamorfosis acontecían en la escena del mito. Midas o Narciso siguen sucediendo allí, en un espacio atemporal en la que los dioses y el hombre mantenían una relación de continuidad. El mito era usado como explicativo de la historia.
En el tercero de sus ensayos de 1905, Freud comenzó a ubicar el trabajo psíquico requerido a causa de los cambios corporales que el niño atraviesa en su pubertad, metamorfosis que reclama en segunda vuelta la costura de una punta de lo real del cuerpo con la palabra. Costura que se realiza en una escritura que llamamos fantasma y que señala tanto la desacomodación que produce la pulsión en el sujeto, cuanto la posibilidad de construcción de un andamiaje simbólico-imaginario que cada quien elaborará para habitar su realidad.
Más tarde agregará a la lista de las metamorfosis las del puerperio y la menopausia.
Si bien Freud no da cuenta de su lectura, comparte con Kafka un tiempo histórico y cierta mirada centroeuropea, judía, laica, moderna y atravesada ya por la fisura que también metamorfosea nuestra historia: el estallido de la Gran Guerra.
“La Metamorfosis” de Kafka, escrita en 1915, ubica la pesadilla ya no en un tiempo mítico sino en el despertar, en la escena familiar que “de pronto” deja de serlo, como en lo siniestro freudiano: Gregorio Samsa no puede levantarse de la cama, se ha transformado en un monstruoso insecto y ha perdido la palabra, el lazo posible al semejante y su mirada amable.Después de Auschwitz, la bomba, el desciframiento del ADN y un exponencial desarrollo bio cibernético vivimos en un tiempo en el que las metamorfosis además de irrumpir “de pronto”, son procedimientos buscados. Las terapias génicas las tienen en su horizonte. Muchas transformaciones del cuerpo hoy pueden elegirse a la carta, como podemos advertir en la insistencia de cirugías plásticas, tatuajes, piercings, hormonizaciones e intervenciones de reasignación de género, inyecciones de relleno o aceleraciones e inhibidores de procesos metabólicos y celulares.
Los artistas, siempre están un paso adelante de lo que intentamos teorizar. Como lo propone el libro de Mariana Enriquez “Un lugar soleado para gente sombría”, dejemos que entre por uno de sus cuentos, cierta luz y cierta sombra que de otro modo nos resultarían difícil ver.
Enriquez es nuestra maestra contemporánea del gótico en su versión terrorífica, narra aquello que habita en nuestra zona sombría. Lo que sucede en nuestra parte de la noche nos mira desde sus relatos sin darnos respiro. Su escritura otorga encarnadura poética a las versiones tormentosas del Otro.
Recomiendo no leerla de noche si el lector es insomne.
Tal vez parte de la eficacia de su procedimiento radique en que el terror que reverbera en sus lectores acecha en el barrio de Constitución, entre consumidores de paco y chicos que duermen en la calle, o en la mesopotamia argentina donde la selva ampara y pierde para siempre al perseguido político, al desaforado sexual, o deja ver su cola demoníaca en un consultorio recoleto de la ciudad de Buenos Aires, o en un hotel tomado por junkys en los suburbios de una Los Angeles zombie. Sus personajes hablan como nosotros, escucharon nuestro rock y nuestra cumbia, consumen las mismas sustancias, vieron el mismo cine comercial, padecieron las mismas dictaduras y se quedaron afuera de las mismas fiestas que la mayoría de nuestros compatriotas de entre 15 y 80 años. La edad de sus lectores.
El terror sucede acá, en la vida cotidiana en la que “de pronto” una ráfaga de lo Otro figurado como completo y maligno transforma, arrasa, pierde, pudre o pulveriza.
En un anexo de su último libro de cuentos. la autora nos propone algunas canciones como epígrafes posibles para sus relatos. De su play list, para esta ocasión, elegiría “Lonely girls”, en versión de Suede. Chicas solitarias que esperan el llamado telefónico de él, mezclando alcohol con sustancias, en una melodía triste como telón de fondo cotidiano.En su cuento “Metamorfosis”, la protagonista atraviesa cuatro transformaciones, la última de las cuales, impensable para Freud y Kafka, será de autodiseño, en procura cierta estabilización.
De la mano de la escritura del crítico Boris Groys podríamos decir que en la sociedad contemporánea hay una suerte de mandamiento de autodiseño de sí. Si en el mundo medieval el diseño era para agradar a Dios y se preocupaba por la eternidad, si el Renacimiento apuntaba al pasado y la Modernidad al futuro, nuestro presente está preocupado fundamentalmente en el sí mismo. El mundo de la selfie y las redes sociales hacen de cada cibernauta un diseñador de la imagen con la que voluntariamente elige subirse a la web reduplicando según su decisión estética su vida 3 D.Con la oferta de una amplia variedad de filtros, el autodiseño puede desmentir las metamorfosis continuas de lo real del cuerpo, que se alisa, pule y aplana en las dos dimensiones que se repiten en el scroll.
¿Pero qué sucede si la posibilidad de autodiseño deviene mandato y además sale de la pantalla para alterar lo real del cuerpo?“Metamorfosis”, es un cuento de Mariana Enríquez nos permite hacer caso de este mandato epocal cuando se encarna de este lado de la pantalla, nos permite hacer foco en cierta zona de la clínica que suele tornarse inquietante
Hacer caso de un cuento, una película, una obra de arte, quiere decir hacerle lugar a lo que allí nos mira, no aplicarle la teoría psicoanalítica y aplastar su potencia metafórica.
Hacer caso quiere decir poder perdernos en su trama, obedecer a su propuesta ficcional en el sentido de entrar a su mundo, ser incautos de su estructura, de la misma manera en que nos ofrecemos al des ser en la dirección de la cura.
Uno de los epígrafes del libro es de Adelia Prado: “Hoy me dio tristeza, sufrí tres tipos de miedo acrecentados por un hecho irreversible: ya no soy joven”
Y eso es lo que le sucede a la protagonista de este cuento: ya no es joven.En esa nueva forma a la que la vida nos conduce si vivimos lo suficiente, el miedo a la muerte suele erupcionar, se presenta al acecho en cada esquina. Sobre todo si una biopsia, como en el caso de la protagonista de “Metamorfosis”, una mujer peri menopáusica, la conduce a una cirugía que agudizará los cambios que su cuerpo, nunca hegemónico, comienza a padecer irreversiblemente.
Metamorfosis.
Palabra que no tiene singular. El artículo puede hacernos equivocar, pero el nombre del proceso es plural. La forma se altera en su totalidad, aunque comience por un pequeño detalle.
La metamorfosis es percibida en el tiempo de la irrupción, no en el tiempo del proceso que la prepara. Su temporalidad, como en el cuento, es el “de pronto”. Un tiempo repentino para el que, como se queja una y otra vez la protagonista del cuento “no te avisan”.Como nos enseña Freud en “Más allá del principio del placer”, tras un arduo trabajo psíquico, repetición mediante, el sujeto podrá ligar eso disruptivo en una torsión que lo enlace a las redes del lenguaje. Podrá armar una serie de aquellas disrupciones que lo sideraron, podrá construir una serie de duelos ligados por algunos significantes que amortigüen el estallido.
Dos historias pueden leerse en el cuento de Mariana Enríquez.
La primera historia que podemos leer trata de una mujer a la que le extirpan un mioma y les peripecias que atraviesa para reimplantárselo.
Se trata de una mujer que a lo largo del cuento no tendrá nombre, si bien los personajes secundarios lo tienen. A ella, de cuarenta y largos, el propio cuerpo siempre le había resultado dolorosamente impropio de acuerdo a los estándares de belleza hegemónica, impropiedad exacerbada en la perimenopausia ante la emergencia de sudoraciones, hinchazones, adiposidades y resequedades que la lastiman. En ese contexto, deberá someterse a una histerectomía, a causa de un mioma benigno y tras la extirpación, se encuentra ante la incapacidad de soportar el desprendimiento de eso que considera algo que es producto de su creación. Lo que la llevará a pergeñar una estrategia para reimplantarse el material extraído, aunque de “otra manera”, buscando una metamorfosis en su cuerpo que resignifique las metamorfosis naturales y la quirúrgica.La protagonista atraviesa entonces una primera metamorfosis en la distancia que separa el cuerpo real respecto de la imagen ideal, una dismorfia que la tortura desde la juventud. Diferencia que para ella se inscribe como un minus que la aísla.
Ubicamos una segunda metamorfosis en el momento del climaterio. Una tercera, por un tratamiento médico quirúrgico. Y una cuarta metamorfosis que es la que la protagonista se autoproducirá, cosmético- quirúrgica.
A diferencia de Gregorio Samsa, del púber freudiano o del bello Narciso castigado por los dioses, ella busca una metamorfosis, es activa en su rediseño. Produce una transformación irreversible, de la mano de un cirujano clandestino, que metonímicamente podríamos poner en línea con ciertos tatuadores o ciertas prácticas endocrinológicas de reasignación de género, o algunas intervenciones dermatológicas o estéticas que buscan la apariencia de detener el tiempo.
Ella había padecido los estigmas del sobrepeso desde la mirada de los otros, con el consecuente resentimiento de percibirse fuera del standard, asunto que la emparenta con Ricardo III de Shakespeare, en el rasgo de carácter excepcional que Freud subraya: de las mujeres más estilizadas dice “las odio y quiero que mueran”.Las degradaciones que el comienzo de la vejez conlleva, profundizan su doloroso aislamiento social. Las consecuencias de la histerectomía la llevan al colmo: dolores y pérdida de sensibilidad en el abdomen para los que no recibió aviso, la dejan en una nueva metamorfosis que sucede “de repente”, sin la preparación de la barrera de la angustia, tal como se presenta lo siniestro. En la propia casa-heimlich del cuerpo, lo unheimlich irrumpe sin previo aviso.
“No te avisan”, repite la protagonista, querellando al discurso médico: ni del dolor hasta el llanto y el grito, ni de la faja que hay que ponerse, ni de la dificultad de dormir, ni de los posibles efectos secundarios neurológicos o anatómicos.
En un lenguaje reducido a siglas y diminutivos: quimio, pato, eco, cardio, ACV, BIRADS2, quien se somete a lo que llaman “un procedimiento de rutina” pierde la posibilidad de subsistir “entre” significantes, porque el lenguaje se ha reducido a código, el significante ha quedado aplastado por el peso de los signos y los protocolos.En este marco, la protagonista desplegará una estrategia de subsistencia subjetiva.
Allí comienza su plan: producirse una metamorfosis esta vez de autodiseño, voluntaria y de la mano de los avances técnico científicos disponibles. Buscará, como tantos de nuestros pacientes, una intervención quirúrgica que haga las veces de estabilización imaginaria.
Nuestra escucha cotidiana de ciertos pacientes que recurren al tatuaje o a las cirugías estéticas repetitivamente, nos advierte de las volatilidades de dichas intervenciones como estabilizadores. Pronto un nuevo surco, una nueva flaccidez, una nueva pérdida de tensión los llevará a la repetición del procedimiento.
Pero una segunda historia también puede leerse en el cuento. En los intersticios que deja la primera, advertimos que otra operación se produce por la incidencia de ciertos personajes, que son convocados, estos sí con nombre propio, que posibilitan una operación en el cuerpo, pero esta vez, en el cuerpo del lenguaje.
La segunda historia puede ser narrada en clave del relato de una mujer en duelo, a la que el marido abandonó. Él se fue con un hombre. Y ella está sola frente a un diagnóstico que la afecta: le da miedo y la angustia
Su cuerpo femenino, aún en salud, no resultaba deseable para su partenaire.
Se trata de una mujer con una madre a la que prefiere mantener a distancia (sólo videollamadas), un padre degradado de quien dice que es “viejo pero útil” y una hermana loquísima, según ella adjetiva, con quien no quiere compartir cosas porque las entiende, pero las difunde.Ella está sola. Forma parte de la legión de chicas solitarias que describe Suede en “Lonely girls”.
El inicio del climaterio y la enfermedad reduplican el deshecho al que se ha identificado, quizás, eso no está dicho, pero podríamos construirlo, desde tiempos originarios.
Está sola, en tanto además, odia a las otras: a su médica etérea, a las que tienen piernas más flacas, a las que no tienen panza.
A partir de una escultura móvil de un aparato reproductor femenino que hay sobre el escritorio de su ginecóloga, de quien dice despectivamente que “perfuma los ambientes con su presencia”, describe a su útero, eso que será extirpado, como “un escorpión sin cola”El monstruo anida en el interior. El aliens se expresa en la enfermedad.
El plan que llevará a cabo será que el material extirpado sea insertado en unas pelotitas de silicona, y éstas a su vez incrustadas sobre sus vértebras, de manera tal de convertir a su espalda en una espalda de saurio, que la hará sentirse por primera vez de acuerdo y orgullosa con su imagen. La excentricidad se le torna una posibilidad agalmática: “por primera vez entiendo lo que significa amar al propio cuerpo”, dice tras la intervención, observando tangencialmente su espalda en el espejo.
Saurio, dragón, tornasol, serpiente mítica, son los significantes que hacen su entrada y dan cuenta del nuevo valor que recubre su cuerpo, fálicamente, metamorfosis mediante.
Como analista me resulta importante subrayar que esta metamorfosis que la estabiliza, supongo transitoriamente, no se ejecuta en soledad y es posibilitada por una operación sobre el lenguaje que se hace en interlocución. Una operación que intenta apuntar a su efectuación subjetiva.Ella recurre a su vieja y única amiga de la adolescencia, de esas que saben respetar las amistades juveniles, hasta el momento mantenida a distancia, que oficiará de médium, en el sentido de mediadora. A diferencia de la protagonista, la amiga, la otra de sí, tiene nombre: Virginia.
Es, de alguna manera, la entrada de la virgen, pero ya no desde el ideal de pureza, sino desde la posibilidad del surgimiento de lo extraordinario. Virginia oficiará de médium en el sentido de posibilitarle una imagen, aunque excéntrica, amable.
Virginia, la tatuadora, la bodyhaker, oficia de médium en tanto propicia un pasaje que arranca a la protagonista de su soledad. Reintroduce la música y la poesía del punk rock clásico que supieron compartir, que le da cierta vestidura al aplastamiento del sujeto tras el peso del acrónimo y la sigla que la protagonista venía soportando.Alojar ese dolor aislante, acompañar ciertas transformacionces en la imagen, es un camino que puede inspirar a una correcta colocación de escucha para un psicoanalista, en las antípodas del discurso técno médico – que resuena en las clasificasiones DSM- . El lenguaje herramienta llevaba a este personaje, como a tantos de nuestros pacientes a la báscula entre el encarnizamiento y la desencarnadura, lugar al que conducen las prácticas de desprecio del poder metafórico del lenguaje.
Enríquez nos cuenta un cuento, que en la mejor tradición borgiana es también una reflexión sobre el lenguaje. Desde allí nos interesa especialmente a los analistas, que sostenemos que las tres dimensiones del lenguaje son la casa del sujeto del deseo. De esta manera el deseo no es tampoco un ardor originario, decodificable en una memoria oculta que habría que descubrir, sino que el deseo es su interpretación, lo que posibilita ciertas torsiones temporales como el futuro anterior, el gerundio, los mundos posibles que abren los futuros.En el cuento, la metamorfosisis producto de la extirpación del mioma en plena metamorfosis premenopáusica reduce a esta mujer al lenguaje degradado de la sigla: es una BIRADS 2. Imperio del ser que asfixia al sujeto, si lo definimos de mínima como aquello que sucede “entre” significantes.
De esta manera, un lenguaje herramienta deja al sujeto en situación de calle. Si el imperativo es callar, el deseo queda coagulado. Como es un hecho de discurso, tanto la médica como la paciente están en situación de “¡Calle!”: la narradora subraya que la médica no habla sino que “gorjea” y que será quien “enarbolará un cuchillo sobre mi vientre”. Que calle se universaliza, no deja a salvo ni al agente médico.
El lenguaje se degrada a un minimalismo de utensilio. Sus expresiones se reducen a la crudeza infame de pretender que la verdad “es lo que es”. “Al paciente hay que decirle la verdad” es su mantra bioético.
Pero subrayemos que “el tamaño de un melón chico”, es también una metáfora, que dice y oculta al mismo tiempo, con la brutalidad de reducirnos al ser de fruta podrida. Es una metáfora que no se responsabiliza de serlo, que se pretende todaverdad.
Cuando la paciente ve el mioma extirpado, en el frasco, sorprendentemente lo ve hermoso: “un huevo de carne rosa pálido”, un “jengibre hormonado” para salir de la góndola al finalmente nombrarlo “una mandrágora gorda”, “una planta de los dioses”
A partir de entonces se le ocurre la idea de reimplantárselo. ¿Tal vez en un intento de reincorporar el poder metafórico del lenguaje?
La idea del reimplante la lleva a su amiga Virginia, que la contacta con un cirujano que opera en la clandestinidad. La operación va en busca de aquello Otro que la habita, esa parte de la noche que puede darle miedo, que puede desconocer, pero que, recurso fantástico mediante, será aquello que abra hacia un camino singular.Luego del procedimiento, su columna le permite verse “antigua”, no “vieja”.
Ambos sustantivos fundan imaginarios divergentes. Ella ha pasado de identificarse al deshecho a obtener un brillo intermitente que no solo le hace posible el pasaje por el espejo sino que la acerca a los otros. Virginia le hace las curaciones y le acaricia la nueva espalda. Sus movimientos, dotados del brillo de la antigüedad se han vuelto lentos y precisos y ella dice con alivio que por fin “su cuerpo está donde debe estar: bajo la piel”.
Velado, el falo la erige en su dignidad. La dislocación cesa sin domeñarse, sin entrar al corset de la normalidad.
¿Cuánto durará el alivio?Nadie lo sabe. Las metamorfosis no descansan mientras estamos vivos.
El poder metafórico del lenguaje tampoco, una vez que recupera su piel poética, la que cifra el inconsciente y la que se espera de la interpretación analítica.
En el poema, dice María Negroni, las palabras se niegan a servir para algo; solo aspiran a la inadhesión.
Hacer caso de las metamorfosis en el cuerpo del lenguaje, es una forma de poner en acto la inadhesión en la experiencia analítica, siguiendo la senda freudiana: inventar cada vez una piel transitoria y renovable, en el despunte del sujeto deseante.
Bibliografía
Enríquez, Mariana- “Metamorfosis” en Un lugar soleado para gente sombríaFreud, Sigmund. -Tres ensayos para una teoría sexual. 1905.
- Lo siniestro. 1919.
- Más allá del principio del placer. 1920.
Groys, Boris. Arte en flujo. 2016.
Negroni, María. El corazón del daño. 2021.
Lacan Jacques - La significación del falo. 1958.
-L´Insu - Seminario 24- 1976.