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Número 16 - Noviembre 2024
Adolescentes en banda (1)
Alfredo Ygel

 

Para dar consistencia a su identidad y cernir a través de lo imaginario y lo simbólico lo real del sexo que golpea, los jóvenes se reúnen a partir de rasgos identificatorios en agrupamientos colectivos, en bandas o grupos que les aseguren pertenencia e inclusión. Al mismo tiempo producen un movimiento segregativo del diferente, el cual sufre la exclusión. La violencia aparece entonces como expresión de este movimiento segregativo.
Es el adulto quien debe ejercer la función de mediación y terceridad frente a la irrupción de esta violencia especular. La función paterna, encarnada por el mundo adulto, en tanto restricción y promesa, debe ser ejercida a fin de ayudar a que el joven realice su tránsito adolescente.

¿Cuáles son los observables en nuestra sociedad de hoy? Los adultos han declinado en su función frente al joven. Apremiados por las exigencias de la vida, “adolescentizados” en sus formas de transitar por el mundo, “olvidado” su paso por la propia adolescencia, tanto en su rol de padres como en sus funciones en instituciones educativas o formativas, desdicen de su función de límite y proyección del joven para su futura inserción en el mundo adulto. Así, el joven muchas veces queda ligado a su suerte o enmarañado en obligaciones a las que se resiste a someterse.

La violencia entre los jóvenes se presenta como un acto que llama al Otro a que cumpla su función. El acting violento se manifiesta cuando falta la palabra como mediación entre el sujeto y el Otro, mostrando aquello que los adultos no están dispuestos a escuchar. Al no escuchar las manifestaciones de violencia continúan creciendo en intensidad. Sin espacios adecuados para tramitar simbólicamente lo que quieren hacerse oír, la violencia adolescente, y el consecuente malestar social, irrumpe crudamente.
Acceder a un saber acerca de su lugar en la problemática, ayuda a que un sujeto sostenga un acto que transforme su padecimiento, es decir, que sea capaz de un hacer transformador y creativo. Encarar las distintas problemáticas que circulan en una comunidad con el fin de que adquieran categoría de síntoma y produzcan una interrogación de los sujetos involucrados, constituye una opción ética para aquellos que somos sensibles al malestar social.

La violencia

Una de las manifestaciones habituales de adolescentes y jóvenes son los encuentros masivos en boliches, en las previas o en los after. Música en altos decibeles, luces enceguecedoras, consumo de alcohol en exceso, sustancias psicoactivas, bailes en un agitado y frenético ritmo del cuerpo les produce sensaciones de frenesí extásicas.
Las habituales peleas en banda de grupo de jóvenes que a veces han terminado en feroces golpizas o bien en asesinatos en las puertas de algún boliche donde un momento antes habían estado divirtiéndose envueltos en el éxtasis juvenil, nos convoca a interrogarnos sobre el fenómeno de la violencia en los jóvenes y del lugar de los adultos en el hoy del malestar de la cultura.

Asistimos en la actualidad a grandes cambios en la estructuración de los colectivos sociales. La organización familiar tradicional en el que el padre era investido del poder sobre la familia, y la represión de la sexualidad se va perdiendo. La declinación de la función paterna trae como consecuencia la caída del saber y del poder del padre. Se instaura así el imperativo del goce determinando que la referencia no sea la neurosis sino que lo dominante sea la canallada. El canalla está fuera de la ley. Maltrata al otro, lo pisotea, y extrae de ahí su goce. De este modo rompe el lazo con el otro, destruye el lazo social. El discurso capitalista promueve la canallada en tanto sitúa al otro como objeto para extraer un goce. Se sitúa por fuera de la ley y de la relación al otro, al semejante.

En este contexto lo que prevalece son los sentimientos de agresividad, de envidia, odio y segregación racista. Esto se presenta como la reivindicación desesperada por un goce que se supone que el otro le roba. La violencia aparece en los jóvenes como la manifestación de hostilidad y odio.. Odio en lo real a un otro que hay que destruir y aniquilar sin ningún por qué ni para qué.  Se trata de un desenfreno pulsional sádico que no logra ser acotado por una legalidad que marque una prohibición al goce-todo que se presenta en el hoy del malestar en la cultura.

Los jóvenes, los adultos, el acting violento

Los jóvenes intentan cernir eso de lo real que golpea con el despertar sexual. Si bien cada muchacho o muchacha realiza un procesamiento singular de ese rayo que cae sobre su cuerpo y su subjetividad, es también en el lazo con sus pares donde ira atravesando este tiempo de pasaje. Agrupados a partir de rasgos identificatorios comunes se constituyen en bandas o grupos que le aseguran pertenencia e inclusión. Al mismo tiempo producen un movimiento segregativo del diferente el cual sufre la exclusión. La violencia aparece entonces como expresión de este movimiento segregativo.
Es el adulto quien debe ejercer la función de mediación y terceridad frente a la irrupción de esta violencia especular. La función paterna encarnada por el mundo adulto en tanto restricción y promesa, debe ser ejercida a fin de ayudar a que el joven realice su tránsito adolescente.

En banda

¿Cuáles son los observables en nuestra sociedad hoy? Los adultos han declinado en su función frente al joven. Apremiados por las exigencias de la vida, adolescentizados en sus formas de transitar el mundo, reprimido su paso por la propia adolescencia, tanto en su rol de padres como en sus funciones en instituciones educativas o formativas, desdicen de su función de limite y de proyección del joven en su futura inserción en el mundo adulto. No ejercen la función que como adulto les cabe: La interdicción del goce-todo  sin límite y la promesa de un goce posible a obtener. Así el joven muchas veces queda entregado a su propia suerte. Es de este modo como el adulto deja “en banda” al joven, no dejándole otra alternativa que agruparse en bandas que le otorgan cobijo e identidad. Si un joven es dejado “en banda” por el adulto su alternativa será agruparse en bandas que al modo de manada ejerza la violencia con aquel que le aparece diferente. Estas bandas tienen un funcionamiento por fuera de los códigos y normas sociales empujando al sujeto a un goce ilimitado.

La violencia en los jóvenes se presenta como un acto que llama al Otro, el adulto, a que cumpla su función. Al modo del acting la violencia se manifiesta allí donde falta la palabra como mediación entre el sujeto y el otro. El acting violento muestra aquello que los adultos no están dispuestos a escuchar. Y en tanto eso no se escucha, las manifestaciones de violencia crecen. Sin espacios adecuados donde tramitar simbólicamente aquello que buscan hacer oír, es en los espacios públicos donde se manifiesta con crudeza la violencia adolescente con el consecuente malestar social. Acceder a un saber acerca del lugar en la problemática tanto por parte de los jóvenes como de los adultos significativos, sean estos padres, educadores o líderes comunitarios, ayudará a que un sujeto sostenga un acto que transforme su padecimiento y sea capaz de un hacer transformador y creativo. Encarar las distintas problemáticas que circulan en una comunidad con el fin de que produzcan una interrogación en aquellos que nos sentimos involucrados en el sufrimiento de nuestra sociedad.
El Psicoanálisis sitúa al sujeto como responsable de su padecimiento. En tanto responsable debe responder por este padecimiento. Si un sujeto se piensa como víctima, el otro es culpable de lo que le pasa y ahí se sitúa una violencia. Lo que el Psicoanálisis produce es una rectificación subjetiva, un cambio de perspectiva sobre lo que le pasa al sujeto. Esto le posibilita el pasaje que modifica la responsabilidad del sujeto y lo propulsa a saber algo acerca de eso que no quiere saber. El Psicoanálisis propone un sujeto interrogado por un saber enigmático. Esto posibilitará que un sujeto pueda sostener un lazo diferente de las formas de segregación y violencia con el semejante, posibilitando que el otro pueda constituirse en un prójimo con el cual acceder a las formas del goce y el placer, al mismo tiempo que pueda permitirse acompañar, y ser acompañado, en el tránsito por lo inevitable doloroso de la vida.

Una lectura de “El marino que perdió la gracia del mar “de Yukio Mishima (2)

Yukio Mishima, el célebre escritor y cineasta japonés, nos ofrece en una novela breve escrita en 1963 El Marino que perdió la gracia del mar, el relato dramático de un joven adolescente en crisis y hace posible que podamos desentrañar la lógica subjetiva en juego de un joven, su familia y su inclusión en el grupo de pares a partir de su segundo despertar sexual. No sólo la producción de Mishima es apasionante, sino que su vida es digna de una novela. El 25 de noviembre de 1970, el escritor nominado tres veces al premio Nobel de literatura, realiza junto a su secretario y amante el Seppuku, el suicidio ritual de los Samuráis, interrumpiendo una existencia donde creatividad, erotismo y muerte estuvieron presentes todo el tiempo.
En “El marino que perdió la gracia del mar” el autor invita a leer, en su inconfundible prosa, la trama dramática de la lucha adolescente por independizarse del mundo adulto, tiempo que el despertar sexual se presenta como un rayo invadiendo el cuerpo y los sueños.

A través de Noboru, el joven protagonista de 13 años, cuyo padre había muerto cuando él tenía 8 años, Mishima ofrece un relato que transmite la pesada atmósfera familiar de encierro incestuoso del adolescente, quien vive junto a su madre viuda Furako Kusoda, en la ciudad portuaria de Yokahoma. Todas las noches la madre de Noboru despide al muchacho dejándolo encerrado en su cuarto con llave. Este procedimiento lo hacía desde que el muchacho se había escapado una noche de su casa convencido por el jefe de una banda de muchachos a la que pertenecía.

En ese estado de humillación que el encierro suponía para un chico de esa edad Noboru descubre una mañana dentro de un armario en su cuarto un agujero que le permitía ver la alcoba de su madre. Esto se produce en la vida del muchacho justo en el momento en que su madre había expulsado del cuarto materno diciéndole que ya no era un chiquillo y que “ya es hora que deje de venir tanto al cuarto de tu madre con la excusa de ver los barcos”.
Noboru vive la explosión de la sexualidad y comienza a espiar la desnudez de su madre agazapado en un armario, fisgoneando a través de un pequeño agujero en la pared.

El autor describe así este fulgurante momento pleno de erotismo incestuoso: “Poco después de su descubrimiento, Noboru empezó a espiar a su madre por las noches, en especial cuando le había sermoneado o regañado. En cuanto se quedaba solo, encerrado en su habitación, sacaba el cajón silenciosamente y se ponía a mirar, siempre fascinado, los preparativos de su madre a la hora de acostarse. Pero jamás lo hacía cuando su madre se había mostrado dulce. Descubrió que, aunque las noches aún no eran sofocantes, su madre antes de acostarse, acostumbraba a quedarse sentada unos instantes completamente desnuda. Era terrible cuando iba a mirarse en el espejo de la pared, porque se hallaba colgado en un rincón del cuarto que él no podía ver. A los treinta y tres años, el cuerpo delgado de su madre, estilizado gracias al tenis semanal, era muy bello. Normalmente se acostaba luego de humedecer su cuerpo con agua perfumada, pero a veces se sentaba frente al tocador y miraba durante unos minutos su perfil en el espejo con los ojos vacíos, como agostados por la fiebre, y los dedos perfumados hundidos entre los muslos. Noboru, entonces, se ponía a temblar, pues tomaba por sangre el amasijo carmesí de las uñas de su madre”.
El muchacho descubre el cuerpo de la mujer, parte por parte, a través de la desnudez del cuerpo de su madre. Mishima, en su aguda percepción de artista y con escasez de palabras y adjetivaciones, va describiendo las zonas del cuerpo de la madre hasta llegar a “la cicatriz que revelaba en ella la maternidad”, para luego arribar al puerto de “la zona negra”. Noboru, con dolor en los ojos “intentó imaginar todas las obscenidades que sabía, pero las palabras no lograban por sí mismas penetrar en aquella espesura”. Así el muchacho pensó que “probablemente sus amigos tenían razón en decir que era una pequeña morada vacía y digna de lástima” y la relacionó “con el vacío de su propio mundo”.

Ya sea espiándola o en sueños la imagen de este cuerpo acompañan a Noboru, “pero el muchacho nunca lloraba”. Así describe Mishima al protagonista para quien “la pureza el corazón era para el motivo de orgullo, revelando el intento del joven de dominar todo tipo de afecto que pudiera surgir en él”.

En estas breves cinco páginas en la novela Mishima nos confronta de lleno con la dramática de un púber. Desalojado del mundo infantil, con la irrupción de lo real del goce del sexo, Noboru intenta una salida agrupándose en una banda de muchachos. Ausente el padre hay una vacilación materna entre expulsar al joven del cuarto incestuoso y dejarlo encerrado con llave en el claustro materno. El agujero en la pared le permite descubrir el “sol estival que se reflejaba en el mar y que inundaba el cuarto vacío de la madre a través de la ventana”, es decir que puede descubrir el horizonte más allá de la casa materna.

“Noboru no podía creer que estuviese contemplado el dormitorio de su madre. Podría haber pertenecido a cualquier extraño. Pero no había duda de que allí vivía una mujer: la femineidad latía en cada esquina…” describe magistralmente el autor ese desplazamiento necesario que debe efectuar un joven desde el cuerpo materno que, una vez caído, debe deslizarse al cuerpo femenino.

Y allí se va a producir el encuentro. Parte por parte, al modo fetichista, su mirada va espiando el cuerpo de su madre en un intento de separar el cuerpo de mujer. Los hombros, el cuello, los brazos, la blancura del pecho, van emergiendo poco a poco, hasta llegar a los pechos y los pezones rosados y despiertos, bailando, respondiendo al rítmico masaje. Y la pluma del escritor llega a la “zona de negro”, esa que hacía doler los ojos al muchacho, allí donde las palabras no penetran la espesura a pesar de los múltiples intentos.

Lo insondable, el continente negro, negrura, espesura, agujero, vacío, que las palabras no alcanzan a significar. La otra cara de la luna que es imposible mirar de frente, y que el imaginario del joven intenta poner velos a través del mundo de la fantasía. Un púber necesita un aval simbólico y una cobertura imaginaria que posibilite el acotamiento a ese goce que de no ser así se aparece en exceso. Frente a ese momento dilemático el púber va a intentar una salida en la psicología de las masas. Noboru, así como muchos jóvenes, se busca un jefe dentro del grupo de pares. En grupos, clanes, tribus urbanas, bandas, intenta dar forma en lo social al acotamiento de un real que se le manifiesta caótico.
Con el advenimiento de la pubertad, con las transformaciones que lleva la vida sexual a su constitución definitiva, la sexualidad, autoerótica hasta ese momento, encuentra al fin el objeto sexual. Pero esta elección se apuntala con el objeto infantil para anudarse.
De pronto, súbitamente: “No hubo manera de saber de antemano qué iba a suceder”. Así la sexualidad irrumpe como un rayo. En ese momento van a florecer las teorías sexuales de la adolescencia, como reedición de las infantiles, que son formuladas para facilitar el encuentro.

Su madre había invitado  a su cada al marino Tzukuzaki en agradecimiento a que este los había hecho conocer un barco. Luego de la cena el muchacho es vuelto a encerrar en su habitación y vuelve a espiar por el pequeño agujero el encuentro sexual entre su madre y el marino. Y así nuestro Noboru, a partir de lo que ve y lo que imagina, hace existir ese encuentro entre un hombre y una mujer. “Y entonces al conjuro de la sirena, las partes se fundieron en un todo perfecto (…) Estaba la conjunción de la luna con un viento febril, de la carne desnuda e instigada de un hombre y una mujer, del sudor, del perfume, de las cicatrices de una vida en el mar, de la oscura memoria de puertos de todo el mundo…”. Así describe magistralmente Mishima la conjunción de los cuerpos de un hombre y una mujer observados a través del pequeño agujero en la pared por Noboru.

Ryuji Tzukuzaky, el marino que había destinado para sí la gloria, un destino singular al que no tendría acceso ninguno de los mortales salvo él, un destino que estaba en el mar, ahora tuvo la certeza que esa mujer era la mujer de sus sueños.
Mientras que para Noboru, Ryuji es un héroe “como un animal fantástico recién salido del mar salpicando y chorreando”, del que le gusta escuchar historias en el mar, el jefe y su banda no se detienen en un movimiento de descalificación hacia él y a todo el mundo adulto. “Ningún adulto es capaz de hacer algo que no podamos hacer nosotros”, dice el jefe. Y agrega “hay un enorme precinto pegado por todo el mundo donde ponen: imposibilidad. Y somos nosotros, no te olvides, los únicos que podemos arrancarlo de una vez por todas”.

Entonces la banda, instigados por el jefe, deciden realizar un acto en donde quede demostrado que ellos podían disponer de “la ausencia de pasión más absoluta”. Habían sido aleccionados para que nada sexual pudiera sorprenderlos o confundirlos. Para ello se procuran un pequeño gato. Luego de matarlo, tirándolo contra un madero, se dedican a desollarlo. Se trata de una escena de una descripción plena de crueldad donde luego de sacarle la piel al pequeño animal dejan al desnudo el interior y los órganos del gato.
Lo real queda la desnudo, sin ningún tipo de vestiduras, sin siquiera la piel que haga de velo, sin ninguna mediación que haga posible enfrentar ese real que se vuelve insoportable.
Noboru compara la desnudez de su madre y el marino con aquel cadáver “que se enfrentaba tan desnudo al mundo”. Va a concluir que ellos no ostentaban suficiente desnudez, “que seguía arropados por la piel”. Y en una descripción casi insoportable para el lector cada uno de los órganos internos son extraídos hasta que el corazón es estrujado entre los dedos del jefe. Así, como en una especie de rito iniciático concluido, Noboru recibe estas palabras del jefe: “Has hecho un buen trabajo. Creo que podemos decir que esto ha hecho de ti por fin un hombre de verdad”.

Este rito realizado por la banda no comparte las características de los ritos o ceremoniales de iniciación, pero sí le otorgan a Noboru un lugar entre los pares de la banda. No olvidemos que en el rito participa toda la comunidad. Se trata de la inclusión en el mundo adulto y los iniciadores son generalmente adultos, y la culminación del rito se realiza en la inclusión en la tribu y con una fiesta para todos. Aquí sólo se trata de la inclusión en la banda y la premisa es la renegación de la castración.
Ryuji parte nuevamente al mar bajo la mirada de Fusaka y Noboru. Luego de unos meses vuelve y es aguardado con anhelo por la madre y su hijo. Noboru está deseoso de seguir escuchando las hazañas en el mar. Admira al marino y lo idealiza, pero al mismo tiempo intenta anular todo intento del marino de acercársele y de aparecer como un ser humano.

Así Noboru empieza a levantar cargos contra el Marino y los anota en un diario: lo acusa de sonreírle cobardemente para congraciarse, de haberse dado una ducha en el parque y llevar la camisa empapada como un viejo vagabundo. También de pasar una noche con su madre fuera de su casa, cargo que luego anula por ser demasiado subjetivo.

Al regreso del marino le agregará un cuarto cargo en su contra: “En primer lugar, haber vuelto a esta casa”. A Noboru se le complica el pasaje por la segunda vuelta edípica. Con Ryuji ha vuelto el padre llevándose el deseo materno e interponiéndose en el gozoso aislamiento con la madre. En un doble movimiento idealiza al marino procurándose identificarse con sus ideales y deseos. El mar representa para el joven la posibilidad de un afuera del claustro materno. Es justamente por la ventana del cuarto de la madre donde mira el movimiento de los barcos cuyas sirenas anuncian la partida hacia nuevos mundos. Pero, al mismo tiempo, cae en la decepción en tanto el marino decide dejar el mar remitiéndolo nuevamente al encierro incestuoso.
El marino le propone casamiento a Fuzako, así que el Rakuyo, el poderoso barco, parte sin Ryuji Tzakazaki a bordo. Este había “desterrado de sus sueños los fantasmas de la mar y de los barcos”.
Noboru seguía escuchando los relatos e historias marineras deseando “el fresco aliento que el marino dejaría atrás cuando, en medio del relato, sintiera de pronto un desasosiego interior y de lanzase de nuevo al mar”. Pero con el paso de los días lo que el muchacho percibía en el marino son “todos los pútridos olores que despiden los hombres que habitan la tierra: el hedor de la muerte”.
Noboru advierte que el marino renunció a la gracia del mar y con ello la posibilidad de identificarse al héroe. Un padre lo que transmite a un hijo es su deseo y para Noboru ese deseo no podía recaer en su madre sino en el mar pletórico de aventuras y nuevos horizontes.

Ryuki y Fusaka deciden casarse y transmitirle la noticia al joven diciéndole que ahora tendría un padre. Al mismo tiempo Ryuji le dice a la madre que ya era tiempo de dejar de cerrar con llave el cuarto del muchacho. En señal de protesta y como acting Noboru prepara la escena para ser sorprendido espiando el cuarto de su madre a partir del pequeño agujero en la pared. En lugar del castigo que hubiese esperado en función del espionaje incestuoso, sólo recibe los regaños maternos y una actitud comprensiva de Ryuji, quien ahora debía desempeñar la función paterna. Noboru entonces reflexiona: “El jefe tenía razón: hay cosa peores que una paliza”.
La banda se reúne y lee los cargos que Noboru había escrito contra el marino. El jefe en su alegato para la sentencia acusa a Ryuji de traición, de haberse convertido “en lo peor que puede existir sobre la capa del mundo: un padre”.
Así Ryuji es condenado por el grupo. Es invitado a concurrir a reunirse con la banda para contar historias marineras. Al llegar al lugar donde los chicos tenían como su territorio Ryuji comienza a relatar historias mientras los muchachos escuchan atentos. Mientras constaba sus experiencias, mientras habla, llega a verse a sí mismo a bordo de los barcos que veía en la lejanía, como Noboru lo había imaginado: “Pude haber sido el hombre que se hace a la mar para siempre”… y lentamente, despertaba de nuevo la inmensidad de aquello que había abandonado. En sus sueños, la gloria, la muerte y la mujer eran consustanciales. Pero ahora, una vez alcanzada la mujer, la gloria y la muerte se habían alejado allende el mar abierto. El puerto, tan alejado de la gloria, se le escapaba mientras accedía a la mujer y con ello a una vida apacible, despojada de movimientos.

La novela desemboca en ese momento en su desenlace trágico. Se escucha la voz del jefe quien ofrece al marino una taza de té. Él acepta y el té le es alcanzado por Noboru que tiembla ligeramente. Los somníferos colocados en el té harían su tarea mientras los muchachos preparaban el instrumento punzante que les había servido para desollar al gato.

“Inmerso aún en su sueño Ryuji apuró el té tibio. Sabía amargo. La gloria, como todo el mundo sabe, tiene un sabor amargo”. Así concluye Mishima la novela con un final que nos deja a los lectores un sabor amargo.
Caído el ideal que el marino encarnaba, el hallazgo del objeto se le hace insoportable a Noboru. Drama de los adolescentes en tanto los adultos no les ofrecen a los jóvenes ese ideal que los proyecte por fuera del objeto incestuoso, siendo su destino quedar atrapados en el goce mortífero. Pérdida de los ideales que los adolescentes no pueden soportar en tanto quedan a merced de lo real. Lo que Mishima deja como mensaje desesperado es que allí donde el sujeto renuncia a su deseo queda atrapado en las mallas de lo mortífero. El adolescente dejado en “banda” por los adultos arma un refugio en las bandas de jóvenes pero sin dar salida a un goce que lo atrapa.
Lo que la clínica con adolescentes nos confronta es con la apuesta a re-construir mallas simbólicas e imaginarias que, a partir de intervenciones en los tres registros, posibiliten al joven acotar ese goce en exceso, para poder gozar de los objetos que encuentra en la vida según la ley del deseo.

Notas

(1) Extraído del libro: (2021) “Púberes y adolescentes en el diván. Las intervenciones del Psicoanalista”. Letra Viva. Buenos Aires.

(2) Mishima, Yukio. (2012) Alianza Editorial. Buenos Aires

 

 

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