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¿Que hace que un libro, que un escrito, transporte la belleza? ¿Cómo es posible que esas palabras, esa levedad de las letras impresas en el papel, sean capaces de trasladarnos a otros mundos, a percibir sensaciones que nos llenan de felicidad, a ubicarnos en un registro de imágenes y palabras que nos lleven a la belleza?La lectura del libro “Ahora bien” del periodista y escritor argentino Camilo Sanchez toca una fibra, produce una vibración interior, que reconozco haber sentido solo con algunas lecturas de esos raros ejemplares que un día van a parar a nuestras manos y nos llevan a leerlos una y otra vez, a releer sus páginas, a marcar sus letras. Se trata de una ficción, de una historia ficcional de “una conversación inolvidable” a partir de los encuentros que mantuvieron el Psicoanalista Jacques Lacan, el más hereje y genial discípulo de Sigmund Freud, y el poeta y ensayista chino François Cheng en Paris durante casi ocho años, entre 1969 y 1977. Encuentro fecundo entre Lacan ya en la cima de su producción teórica y clínica y Cheng, un reconocido poeta chino, miembro de la Academia de Letras de Francia, autor entre otras obras de “Vacío y plenitud” y “La escritura poética china”. Este bellísimo texto del cual vamos a extraer algunos recortes nos sirve para entender la relación entre practica del psicoanálisis y el decir poético allí donde confluyen y también donde sus grandes aguas los separan.
El libro en su ficción verdadera nos transporta y nos deposita como testigos de este encuentro en la calle Rue de Lille de Paris, en ese típico barrio Parisino que se encuentra a las espaldas del Museo de Orsay en Paris, sede de las mayores pinturas de los pintores impresionistas como Manet, Courbet, Van Gogh, Renoir. Vemos cruzar la vereda al Doctor Lacan de su casa-consultorio en la Rue de Lille para ir a estudiar con el poeta Cheng en las oficinas del Instituto de Literatura China, y más tarde en largas caminatas a orillas del Sena, o en su casa de campo en Gritancourt.
La letra del libro nos conmueve. Tocan un real que va más allá del significante. Algo del objeto es transportado en la sutileza de cada frase, en la levedad de las letras impresas en el papel. Letras que inmutables se dan a leer produciendo a través de lo simbólico que lo real alcance a ser tocado a través de la emergencia de sus puntas, aún en forma fugaz. Es a través de la belleza que nos transmite que somos trasladaos para llegar a rozar eso indecible de lo real, eso innombrable que nos empuja a tratar de decirlo.
La fina prosa de la escritura, la demora que en cada frase se instala, hace que nos bañe la sutileza, la lentitud, el tiempo suspendido de una imaginaria escritura china. Las breves pinceladas que ostenta la escritura de Camilo Sánchez lo transforma en pasador de dos culturas, la china y la europea, como enlace y distancia de dos orillas, y a la vez de la poesía y el psicoanálisis, que se entrelazan y confunden pasando su savia vital de una a la otra. Es así que Lacan casi al oído de cada uno de los integrantes de su público revela en uno de sus Seminarios “quizás solo soy lacaniano porque en otro tiempo estudié chino” revelando el secreto de la influencia que tuvo esa escritura en su pensamiento.
De la mano de las letras del libro nos convertimos en testigos de esta conversación ficcional que, como toda verdad, nos enseña Lacan, tiene estructura de ficción. Las páginas que recorremos nos confrontan con la dimensión poética del Psicoanálisis. Lacan le confía a Cheng en uno de los últimos encuentros “desde ahora todo lenguaje analítico será poético”. Con esta afirmación lo que el maestro francés viene a revelar es que la dimensión poética de la palabra se produce cuando toca un real. Ese real inabordable, inasible, que solo puede ser tocado a través de sus puntas, allí donde algo resuena entre el significante y el vacío.
Podemos afirmar que Psicoanálisis y poesía coinciden en tanto ambos operan con la resonancia, el equívoco, la sonoridad, constituyendo una práctica del bien decir. Pero en el Psicoanálisis no se trata del decir bien, ni decir el bien. Se trata de un decir relativo a lo que se dice mal, a lo que nunca termina de decirse, de aquello que no puede atraparse todo por la palabra, o sea de lo real. Lo que interesa al Psicoanalista es la palabra que falla, la que atropella, la que dice mal.
Más que plenitud lo que preside la estructura humana es el vacío parece querer decirnos el poeta remitiéndonos a su escrito “Vacío y plenitud”. Allí nos transmite eso que está en el origen del pensamiento chino. Pensamiento que sigue las enseñanzas de Laozi, el padre del Taoísmo, quien en el siglo Vl a.c. afirma: “Hay procede del no hay”, explicando de este modo que el Todo procede de la Nada. Y, es esa nada, continúa, donde se origina el aliento primordial, que da lugar al advenimiento del todo. Esa Nada constituye el vacío donde se origina la plenitud. Lacan, quizás apropiándose de la milenaria sabiduría china lo dirá a su modo cuando sitúa el agujero en el origen, la falta como aquello que causa y origina el deseo en el hablante ser. Tesis que contradice a la de su maestro Freud quien sitúa en el origen al padre de Tótem y Tabú, el padre de la horda totémica en el origen de la cultura y de la estructura de cada sujeto. Lacan contradice a su maestro cuando postula en el origen el no hay relación sexual, el agujero, el no todo, la castración.
Esta trama, esta historia, esta ficción verdadera, esta conversación inolvidable entre el poeta y el Psicoanalista, revelan esa verdad que anida al hablante-ser. Es así como en el momento de la separación inevitable de Cheng y Lacan, urgido el poeta por la publicación de la “Escritura poética china” encargada por Julia Kristeva y Roland Barthes el Psicoanalista le dice al poeta : “Ha sabido cruzar hacia un lado y hacia otro los enigmas que flotan en las grandes aguas”…”Ha logrado transformar estas separaciones en vacío central y reunir su presente a su pasado, el occidente al oriente”… y luego “…Usted está, al fin está, ya lo sé, en su tiempo”.
El cruce entre dos orillas, el pase de un lado a otro lado, la transformación del enigma de las grandes aguas, las separaciones a través del vacío central, son los temas que abordan en su conversación el poeta y el Psicoanalista, entre la poesía y el Psicoanálisis. La crudeza de la vida, lo real, la castración, el vacío, es lo que va a hospedar el sujeto en su cuenta. Podemos situar allí una forma de nombrar el fin de análisis, ese largo recorrido que hace un sujeto acompañado por un Psicoanalista. Un análisis en su final produce la construcción de un sinthome, el hacer ahí con eso, saber y hacer algo en su tiempo.
Quizás sea este el mensaje que nos trasmite esta escritura ficcional, de este inolvidable encuentro entre el poeta y el psicoanalista. Se trata en un Psicoanálisis de ir lo más lejos posible en la conquista de la verdad, en la búsqueda de los significantes que revelen el sentido enigmático de los síntomas y el sufrimiento, de llegar a instalar un saber en el lugar de la verdad. Del acto del inicio hasta el final de un análisis hay una práctica del saber, un saber que se pone a trabajar. Hizo que el inconsciente trabaje quedando como resto lo imposible de saber. No hay un saber absoluto, hay un saber en falta. El análisis en su final es un “saber y hacer”, una creación de algo que no estaba. En el final hay falta también, quedando ese resto, un imposible de saber, en donde ya no hay nada más que decir. Instante de separación del Otro, ese Otro que no existe.
Y un día domingo en la casa de campo de Guitrancourt se separaron el psicoanalista y el poeta chino luego de leer El pabellón de la grulla amarilla, el gran poema del adiós de la dinastía Tang,