Tomemos el duelo por el sesgo que Freud traza en "Lo perecedero": el trabajo que implica perder, lo que ya se ha perdido.
En principio se plantea la incógnita de por qué es necesario un tiempo que designa trabajo del duelo.
En este sentido la analidad es el modelo por el cual esta cuestión queda ilustrada, puesto que lo que se pierde, exige el trabajo de perderlo.
En un escrito Elizabeth Garma hace referencia a un niño de tres años que retenía las heces, puesto que temía perderse él mismo en el hueco del inodoro.
Primera cuestión: la identificación con lo que se pierde, lugar donde en duelo y melancolía Freud establece la identificación con lo que se perdió. Movimiento de identificación que Freud no duda en llamar regresivo, en tanto implica la conservación vía identificación de lo que se perdió. Es en este movimiento donde se distingue el problema de la significación, ya que no es lo mismo saber que se ha perdido, que no saberlo, y además ignorar qué se pierde con lo perdido.
Es en relación a la pérdida que Freud ubica el juicio de realidad definitivo, cuyo logro solo se consuma cuando se dan por perdidos objetos que procuraron satisfacción. Implica un triunfo sobre el yo de placer, cuya forja la han constituido objetos de placer que el yo ha hecho propios.
Pero en esta constitución partes del propio cuerpo han devenido lo que se constituirá como el objeto hostil, que también podríamos llamar: lo altero, lo ajeno.
Es en relación con esta constitución que en "Los instintos y sus destinos", Freud ubica el derrotero pulsional en los movimientos de retorno a la persona propia y la transformación en lo contrario.
En el derrotero pulsional ubica tres movimientos, siendo el tercero la identificación con el objeto, y la fundación de lo que llama un nuevo sujeto, cuestión que abrirá la problemática del masoquismo primario.
Modo de leer el intento de dominio del propio cuerpo y ulteriormente a la intención sádica de dominar al otro por vía del dolor.
Si despojamos a la melancolía del pathos al que convoca, y tomamos de ella, la matriz en la que el yo se escinde, y una parte del mismo atormenta a través de las quejas y reproches aquello que bien estaría dirigido hacia otro, encontramos ese movimiento de identificación que genera una escisión.
De este modo esta partición muestra cómo el objeto ha tomado su lugar en el yo, pero al mismo tiempo debemos tener en cuenta la manera enigmática en que el yo se propone al ello como objeto de amor. Quizás tengamos así el modelo de la relación del yo con el super yo como doble del ello, y la pretensión del yo de ser amado por el super yo. Núcleo masoquista tan difícil de comprender y que hace a la sumisión del yo. Cuestión que en el malestar en la cultura adopta la forma de un modo de entender la felicidad, como la procuración de la aceptación del super yo.
La idea de super yo no es unívoca en el pensamiento freudiano, pero me interesa subrayar ese aspecto que como resto no subsumible al trabajo edípico queda por fuera del eje yo ideal-ideal del yo. Resto libre de la pulsión de muerte a cuya demanda se debe la concepción del super yo como puro cultivo de la pulsión de muerte.
Es interesante como Freud liga esta demanda con lo que podemos llamar la moral inconsciente del ello, sentimiento de culpa inconsciente al cual Freud atribuye conductas que sólo pueden ser leídas como necesidad de castigo. Esta ocupa el lugar de la angustia, si tomamos una de las fuentes de la misma, la angustia frente al super yo.
Si examinamos las circunstancias de desencadenamiento de los llamados fenómenos psicosomáticos, se comprueba que son acontecimientos bastante diversos: separación, duelo, examen, etc.; pero que tienen como punto en común la imposición de una pérdida, la instauración de un límite. Muy a menudo la respuesta somática a este acontecimiento no es precedida por angustia, sino por un pensamiento obsesivo, sin límite, sin corte. Esta ausencia de angustia es tanto más significativa, en tanto puede aparecer en otras circunstancias.
Imposibilidad de alcanzar una totalidad sin pérdida, concebida a su vez como una lengua perfecta, purificada de todo equívoco, que aseguraría la satisfacción total de las demandas y daría acceso a un goce sin límites.
Imposibilidad de ubicar un goce perdido en la puesta en palabras de una demanda. Todo fracaso de ese uno totalizante desencadena el proceso mórbido como enfermeda d somática; a diferencia de lo que ocurre con el cuerpo de la histeria donde el síntoma es metáfora, formación de lo inconsciente.
La enfermedad somática es respuesta del cuerpo viviente a una situación simbólica que no ha sido procesada por el trabajo del inconsciente, me refiero a procesos de retorización que implican desplazamiento y condensación.
Hagamos nuestra la pregunta freudiana del apartado C de "Inhibición síntoma y angustia": ¿ Cuándo la separación del objeto provoca angustia, cuándo duelo, y cuándo quizás solo dolor?. Veam os el intento de respuesta: el dolor es la genuina reacción frente a la pérdida del objeto, la angustia lo es frente al peligro que esa pérdida conlleva, y el ulterior desplazamiento al peligro de la pérdida misma del objeto. Más adelante agrega: no dejará de tener su sentido que el lenguaje haya creado el concepto de dolor an ímico, equiparando enteramente las sensaciones de la pérdida del objeto al dolor corporal.
Hace ya muchos años traté a un niño afectado de la enfermedad de Von Reklinhauser en una de sus variedades que solo comprometía la piel.
Hijo menor de una familia acomodada, el pediatra que me lo envió estaba angustiado por la gran cantidad de enfermedades intercur rentes cuya gama abarcaba desde fiebres inexplicables, anginas a repetición, o hábitos alimenticios extravagantes que sus padres cons entían.
Desde e l comienzo se había instalado una modalidad de relación conmigo centrada en la alternancia entre desinterés o en la adopción de una máscara burlona.
En una de las ocasiones en que sacaba su lengua, me impresion ó el color rojo de la misma, que me hizo evocar una lámina de un texto de medicina que ilustraba la llamada lengua pelagrosa.
Era inconcebible pensar en una vitaminosis en el medio en que este niño vivía. Le comento al pediatra mi preocupación y este me confirma que efectivamente se trataba de una pelagra, comentandome que hacía ya varios meses que el niño solo se alimentaba de golosinas, régimen consentido por sus padres para no contrariarlo y evitar de este modo los berrinches con los que reaccionaba.
Al poco tiempo el niño me comenta un dolor en la rodilla derecha, modo en que comenzó a dar cuenta de una renguera que era evidente desde hacía dos semanas, por la que yo le había preguntado recibiendo como respuesta una serie de burlas e improperios. Pero cuando me dijo que le dolía, que se lo había dicho a sus padres, y que estos hab ían respondido que se dejara de hacer teatro, estaba realmente preocupado.
El pediatra lo ve, solicita radiografías, que dan como resultado la presencia de un sarcoma óseo, se realiza una biopsia que da cuenta de su malignidad, la indicación es una amputación lo más pronto posible.
El pediatra le dio el diagnóstico a los padres pero se sentía incapaz de hablar con el niño, y hacerle conocer cual era la indicación.
Enterado de la situación Héctor me pregunta si es la única solución, ya que la intervención debía realizarse rápidamente. Muy preocupado por lo resuelto decide aceptar la intervención.
La relación conmigo cambia, en medio del dramatismo de la amputación, confía en mí como garante de una verdad en un lazo de confianza.
Se recupera rápidamente y al mes y medio comienza a usar una prótesis con la que al poco tiempo se familiariza, pudiendo caminar y con el tiempo incorporarse como uno más en los juegos con sus compañeros. Llegado el verano y dado que estría ausente por dos meses sugiero el nombre de un terapeuta que podría hacerse cargo en mi ausencia. Una tía psicóloga interviene, lo cuestiona y presiona para que un analista de su confianza se haga cargo. Los padres deciden según la indicación de eta tía. Al regreso de mis vacaciones me entero en una entrevista con los padres que el niño murió en la primera semana de marzo. Es en esta entrevista que los padres me entregan una serie de cartas que el niño me había escrito y ellos no me habían enviado. En una de ellas me hace saber qu e su analista le dice que él se hace el distraído para no darse cuenta que perdió una pierna, y que la ortopédica con la que se había hecho habilidoso no es sino un recurso par no pensar en lo que le pasó. Me pide indignado mi opinión. Los padres entre llantos me dicen que la muerte se debió a que se negaba a comer, estaba muy deca ído (me comentan que el analista les había dicho que se debía a la elaboración del duelo por la pierna perdida) enfermó de neumonía que se complicó con una septicemia, de la que no pudieron rescatarlo.
En las cartas Héctor intentaba hacerme saber lo que para él implicaban las intervenciones de esta analista orientadas a que su habilidad con la pierna ortopédica podía implicar una posición maníaca.
Se me imponía con una evidencia angustiante que el efecto psicosomático proviene de la notable actitud del organismo humano de reaccionar al imperativo de signos que son significantes del Otro, y por ende la vida se ve sometida a su omnipotencia.
¿ De quién era el capricho que se enmarcaba en este cuerpo?. Producía gran impacto en reconocer que la vida de un niño depende de la constelación significante que le dictan las condiciones de su existencia, relación de su cuerpo viviente con el deseo del Otro.
Marcas en el cuerpo, partes del mismo que se pierden, modo en que el organismo va siendo convertido en cuerpo humano.
Es a través de la pérdida de una parte del cuerpo, que este niño se convierte en sujeto deseante, demandante, y es con su prótesis que está en lugar de su pierna que desarrolla habilidades. Hacer propia la prótesis, paradojalmente le permitió por primera vez participar en juegos en los que antes no participaba. Su alegría, no era negación maníaca de un duelo. Sí lo era la imposibilidad del analista de perder el cuerpo de su teoría , y poder alojar en el hueco de esa pérdida al niño.
Las cartas como se ve, siempre llegan a destino, ese que me tenía deparado el encuentro con este niño, que me hacía saber que su palabra estaba retenida, imposibilitada, porque los otros significativos no dejaban resquicio alguno.
Perder una pierna, pero no perder la vida, muestra cuando esta es humana, que discurre por esas prótesis de las cuales no es menor la del amor, que al decir de Freud es la que hace obra en cualquier cura.