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Número 2 - Octubre 2000
El que-hacer del psicoanalista en
la clínica de la discapacidad infantil
(1)
Liliana Ranieri

Cuando de lo que se trata en la clínica de niños es de aquellos que portan algún tipo de discapacidad, o problema de desarrollo, es habitual que sea más de un profesional quienes se ocupan de los desvalimientos que padece. Así, psicopedagogos, psicomotricistas, fonoaudiólogos, médicos, docentes, etc., pueden ser parte de lo que se podría denominar " un entrecruzamiento de transferencias", importante cuestión a dilucidar teóricamente en lo que hace a la intervención de un psicoanalista en la clínica interdisciplinaria. "Lugar del Psicoanálisis en una clínica interdisciplinaria", "Lugar del Psicoanalista en un equipo interdisciplinario", suelen ser lugares de encuentro y desencuentro, lugares de obstáculos a trabajar, lugares de abrochamiento simbólico, de producción de un sujeto. Pero no es sobre la interdisciplina que me interesa particularmente explayarme ahora, sino plantear algunas reflexiones que podrían constituir problemas previos en lo que a esta temática se refiere. Estas cuestiones se relacionan con lo que podría establecerse como específico en esta clínica tan peculiar, y que yo relaciono con el soporte de la transferencia.

 

Antes de continuar, hago un paréntesis para contarles que no fueron pocas las oportunidades en que me he encontrado con psicoanalistas o estudiantes, a quienes fue necesario explicar lo que para mí resultaba una obviedad, después de haber escuchado a algunos niños con Síndrome de Down en análisis: que, por ejemplo, la trisomía cromosómica del par 21 no pone en cuestión la existencia del inconsciente, del Complejo de Edipo, o de la sexualidad infantil.

Dando por supuesto que en esto estamos todos de acuerdo, formulo las siguientes preguntas:

¿Qué es lo que distingue esta clínica que defino como psicoanalítica, de otro tipo de clínica -también psicoanalítica- de algún niño por el que nos consultan porque le dijo una mentirita a la maestra, o porque confunde la b y la v? ¿la cantidad de baba y moco con la que nos encontramos? ¿Qué padecemos los analistas en la transferencia cuando por ejemplo nos encontramos con una niña ciega y psicótica que cuando le ofrezco jugar me dice que quiere leer un libro? ¿o cuando un niño mongólico y neurótico me invita a arrojarme desde arriba de un escritorio para combatir juntos a las ballenas asesinas que nadan en el mar en que se convirtió el mosaico del consultorio? ¿o cuando simplemente, no hay respuesta ni mirada convocada ante una propuesta de "a qué querés jugar", en un niño que, después de haberle efectuado numerosos estudios diagnósticos, no es posible determinar lo que a su cerebro le ocurre y el motivo de sus convulsiones?.

Pensemos en los niños en general: Cierto es que cuando los analistas nos ocupamos de ellos, lo hacemos desde dentro del juego. Por lo menos es esta concepción en la que sostengo mi clínica desde hace varios años, luego de haber comprobado que la interpretación tradicional, si producía algún efecto, era el de expulsar al niño del juego, sino, como en muchos casos, ir a parar a un lugar vacío, es decir, sin posibilitar ninguna articulación significante.

Nos las vemos con un sujeto en los tiempos del "todavía no" (todavía no soy grande, pero si es " de jugando" puede ser), "todavía no" que posibilita el ejercicio de la sexualidad infantil. En este tiempo de la constitución del sujeto se construye la escena del juego, juego que no sólo acompaña, entretiene, sino que, fundamentalmente, lo constituye, por permitir que algo se pierda. ¿Qué sino esto es lo que Freud aludía cuando relatando el juego de su nieto de 18 meses, que arrojaba un carretel y lo hacía retornar, mientras pronunciaba las sílabas fort – da, nos decía que este pequeño jugaba a la ausencia materna, y nos hablaba de una renuncia? Lo que además nos permite sostener aquello que Lacan retoma: que el niño juega a lo que ha perdido por estar inserto en el lenguaje, representando la desaparición del sujeto, que el niño juega a que el carretel quiera ser llamado, que el carretel se haga la causa de que el niño diga Fort – Da, el carretel jugando a soportar los efectos del lenguaje, el juguete haciéndose cargo del desgarro del sujeto por el hecho de hablar.

Pero volvamos a la posición del analista desde dentro del juego, o como parte del juego, o dentro del juguete, o dentro de las reglas del juego, etc.: he tenido oportunidad de observar profesionales que se dedican a la atención de niños, no sólo psicoanalistas, sino aquellos que efectúan una intervención clínica específica, que sostienen la importancia del juego dentro de la sesión o consulta, pues les permitiría un mejor "rapport" o "vínculo" (significantes usados según los antecedentes que sostengan su formación teórica) con el niño, es decir, el juego como un recurso auxiliar para facilitar un hacer específico. Algo así, como agacharse para hacer coincidir la estatura y entrar en el campo visual del niño, conseguir esa "empatía" de la que nos hablan los psicólogos comprensivos. Por supuesto, que considero que estas condiciones pueden ser posibilitadoras del sostenimiento de la transferencia, y en este sentido poseen un importante valor. Pero no es a este juego usado como recurso auxiliar al que me refiero, sino a aquel que constituye una operación clínica en sí misma. El analista, desde dentro del juego, ayuda a reconstruir (o construir, a veces), la escena de juego en la que el sujeto se va constituyendo. Aclaro, aunque sin ocuparme de esta cuestión hoy, que esta posición no es privativa de la intervención de un psicoanalista. También a otros terapeutas que ejercen distintas especialidades dentro de un equipo interdisciplinario, les compete esta operación clínica.

Es en esa re-construcción que los analistas de niños sostenemos nuestro que-hacer, operando respecto al tambaleo del entramado simbólico de un sujeto. Pero como se trata de una "obra en construcción", a veces nos ocupamos de las paredes, a veces de los cimientos y otras de la pintura final, y a veces vamos y volvemos por entre los andamios, anudando significantes, armando cadenas, construyendo un mito, en lo posible, dejando algo afuera.

Quisiera acá tomar una frase enunciada por Lacan en la Dirección de la Cura, y que nos permite pensar algunas cuestiones sobre el "qué-hacer": "El analista cura menos por lo que dice y hace que por lo que es". Es probable que algún malentendido respecto a ella haya atado a muchos analistas a su sillón, y de paso, en la medida de lo posible, que el paciente se quede bien quietito en el diván.

Pero bien sabemos los analistas de niños, que nuestros pacientes, si todo anda bien, no nos permitirían esta escena supuestamente ideal, salvo que nos ataran a un sillón para jugar a que nos secuestran (como efectivamente me sucedió una vez en el análisis de un niño). A nadie se le ocurriría un niño acostado en el diván asociando libremente. Salvo a una pacientita mía que un día se le ocurrió jugar al psicoanalista, y que cómo era de esperar, rápidamente, invirtió los personajes del juego: yo pasé a ser la madre de la niñita, y ella la psicoanalista que me informaba que lo lamentaba mucho, pero que mi marido estaba dispuesto a dejarme por otra, y que con respecto a mi hijita, me anunciaba que se quedaría a vivir con él. Como observarán no fue sólo Juanito el que leyó a Freud; los chicos en general, si todo anda bien, saben acerca del Edipo. (Aclaro en este caso, entre paréntesis, que se trataba de una niña que padece una importante discapacidad).

Los niños, si todo anda bien, quieren jugar, allí nos demandan, y, precisamente, esto, no lo frustramos. Pero sí es imprescindible que los supongamos jugando, y digo esto de la misma manera, en una dimensión más extrema, que una madre supone en su bebé un jugueteo con el pezón, y no el ejercicio de un acto reflejo orientado en procura de la ingestión del alimento. El suponer al niño en uno u otro lugar, cambia su destino como sujeto. El analista no puede no estar incluido en este juego de suposiciones.

Tal como afirma Lacan, también en La Dirección de la Cura, "El analista paga con su persona, en la medida que la presta como soporte". Es a esto a lo que alude al invocar el ser del analista. Al mismo tiempo, al referirse a la política del analista dice que "es mejor que se ubique por su falta en ser que por su ser".

Por lo tanto, si sostenemos que es desde la falta en ser que un analista hace, es en el juego de atarse y desatarse de su sillón en el que se debatirá su deseo. Aquí es necesario aclarar: el deseo del analista, sí, pero en su punto de encuentro con el deseo del paciente. Así, el analista podrá estar atado pero a condición de que sea en transferencia, y si se trata de niños se nos agrega la atadura significante del juego. De esta manera, los analistas prestamos nuestra persona y sin saber a priori para qué.

Por esta razón, a veces me permito exclamar "¡las cosas que hay que soportar! ¡Avatares de la transferencia!", suelo decir para consolarme: secuestrada, atada, maltratada, ensuciada, chupada, ignorada a veces; buscada, requerida, idolatrada, o mimada otras veces. Y así como a veces cabe la pregunta de "¿quién soy para este niñito?", otras veces, la pregunta es "¿soy?", y en este último caso, más que de reconstruir, se tratará de construir.

Para ubicar más precisamente este tema de los personajes que solemos encarnar y para los cuales prestamos nuestra persona, retomo el caso que antes aludí: una niña ciega y psicótica de 9 años, que ante la pregunta disparadora "¿a qué querés jugar?" me dice que quiere leer un libro. Se trataba de una niña ciega desde sus primeros días de vida, que nació prematura y fue afectada de una retinopatía, afección de riesgo esperable por internación prolongada en la Terapia Intensiva neonatal. Sólo podía percibir mínimos umbrales de diferencia lumínica, pudiéndose hablar de ceguera prácticamente total.

Yo no sé si cuando Gabriela me decía que quería leer un libro, era "de jugando", pero fue necesario que así yo lo suponga para preguntarle cuál libro prefería. Así surgió el "libro de los gatos". En su realidad era un libro cualquiera, con tapas duras, siempre el mismo, y que nos acompañaba todas las sesiones. Las diferencias al tacto respecto al tipo de papel, nos permitieron establecer un principio y un final de la historia. En la primer hoja, los gatos aparecían saludando y dando la bienvenida, y en la última se despedían con la promesa de un reencuentro. Entre ambos extremos, comenzaron a existir en cada hoja, distintas y divertidas aventuras, protagonizadas por varios gatos: corriendo a los ratones, buscando a su mamá, haciendo pis, etc. Así pude observar a Gabriela, esta vez si, jugando a que leía, y hasta mirando sin ver, acompañando con su rostro (por no arriesgarme a decir con sus ojos), el movimiento de las páginas del libro.

Un día pude entender algo más de lo que en esta niña era jugado cuando su madre me "confesó", que ella desde el principio, cuando pensó en los terapeutas que ayudarían a su hija, se la imaginaba viviendo la experiencia de Helen Keller. Keller – qué leer – el milagro, habían entrado en cadena, se trataba de hacer circular estos significantes, y en esto consistió un largo trecho de su análisis, jugando a producir un milagro.

El otro niño, el mongólico neurótico de 4 años con el que nadé durante mucho tiempo en el mar, protegiéndolo de los peligros marinos, había sido imaginado por su padre –quien era marino-, en tanto primer hijo varón, como abanderado del Liceo Naval. Pero nació mongólico, no había agua para él, y Diego solía arrojarse a piletas vacías: caídas, accidentes, cornisas, peligros de los que sólo el agua podría salvarlo. Manos a la obra con el significante, porque, en verdad, sólo el psicoanálisis pudo salvarlo (por supuesto, que no del mongolismo).

En varias oportunidades me he referido al "si todo anda bien", como la condición de algunas respuestas de los niños.

Cuando las cosas "no andan bien", a lo que me refiero es a aquellos niños que como Martín, no responde ni con palabras ni con la mirada a ninguna convocatoria de juego. Sólo corre atrás de una pelota, que en su recorrido no establece ni dirección ni sentido alguno. Largas charlas mías con la pelota para averiguar el sentido de su vida me han facilitado empezar a escuchar algunas palabras de Martín, que sí poseían algún sentido: "adiós", "vení gol".

Cuando no hay camino, se trata de construirlo. Ese camino es el que el niño transita, y dibuja la distancia entre "este que sos vos" y "His Majesty the Baby".

Este recorrido, por donde hemos empezado a caminar en la vida, lo hemos hecho todos, pero cuando en el "este que sos vos" aparece lo que no es fácilmente digerible, metabolizable, aceptable o como se quiera llamar, como por ejemplo, un diagnóstico de patología de los lapidarios, o cualquier otro atributo de su existencia (no necesariamente se tiene que tratar de alguna enfermedad), que impida hacer algún tipo de serie en la distancia con ese ideal, falito de mamá, allí las cosas no andan porque no hay camino por donde andar.

El haber tenido la oportunidad de escuchar a padres de bebés de poco tiempo de vida, afectados de algún tipo de patología, me confrontó con el patético discurso de quienes no encuentran chance de armar esta serie, que introduzca al niño en la filiación.

Por otro lado, las chances de que el niño mismo propicie lo que allí no ocurre, o ocurre tan deficitariamente, suelen ser inferiores, por contar de entrada con algunas de las desventajas de la insuficiencia.

"Esto es lo que nos dieron cuando nació", decía un papá que tenía en una mano un sobre lleno de estudios, y en la otra un bebé de 45 días.

Armar este camino, en estos casos, se hace difícil, aunque no imposible, sobre todo si media, en este armado, el trabajo de un terapeuta en Estimulación Temprana, de cuya especificidad no voy a hablar ahora.

Cabe la posibilidad, y esto es lo que más abunda, que alguna serie se arme, y que el camino se construya, aunque lleno de baches: los síntomas infantiles son los que suelen ocupar ese lugar. Y acá "todo anda bien" pero hasta por ahí nomás, porque es donde la tarea de un psicoanalista hace falta.

Entre His Majesty el abanderado del Liceo Naval, y el mongólico, Diego pudo construir un camino, con peligros, pero simbólicos, gracias al análisis, y así preservar su lugar en tanto sujeto. Desde entonces podrá encarnar algún héroe de los tantos que el imaginario social provee a la infancia para cada temporada.

Lo que también es importante, y esto tiene relación con la tarea de diagnosticar, es distinguir, por ejemplo, cuando un niño juega a ser un "Power Ranger" (aunque ya estén pasados de moda) de cuando efectivamente es un "Power Ranger".

Y volviendo al tema de la baba y de los mocos, es cierto que en esta clínica uno se encuentra con chicos con mayor cantidad de mocos (que los pediatras curarán o no), pero lo que nos interesa es que hay chicos que son puestos en el lugar del moco, hay chicos que están hechos moco, hay chicos que son un moco, y hay chicos que juegan con los mocos, y son todos diferentes.

El niño puede ocupar distintos lugares en el tránsito hacia la subjetivación (o no), pero en una clínica con estas características, creo que es imprescindible un analista con la disponibilidad para atarse y desatarse, no sólo para sentarse en una mesa con un niño y cantar "truco", sino también, por ejemplo, para hacer dibujos con la baba, ponerle nombre a una convulsión, o hablar con una escupida que recibió en la camisa.

Como habrán observado, no he hablado mucho de los padres y del que-hacer con relación a ellos. Podríamos decir muchas cosas al respecto, pero decidí privilegiar la intervención con los niños, porque creo que el importante obstáculo que puede planteársele a los analistas, no es tanto el escuchar a padres hechos moco por tener un hijo discapacitado, como el enfrentarse a un niño que está hecho moco por la discapacidad misma, aun en el mejor de los casos, es decir, cuando de ella se pudo apropiar.

En el final existe una reflexión personal que quiero compartir con Uds.: si la experiencia como psicoanalista de niños me enriqueció enormemente la comprensión del sujeto adulto, en tanto aquel que ha completado el armado de la estructura psíquica (y esto es algo que ya he escuchado comentar a otros psicoanalistas de niños), debo también afirmar que los casi 20 años de práctica como psicoanalista de niños, pero en este caso particular, afectados por graves problemas orgánicos, o graves cuadros psicopatológicos, ha enriquecido mi comprensión sobre la infancia en general y los procesos psíquicos que en ella se producen, por lo tanto, del sujeto.

Notas

1 Presentado en las Jornadas sobre "La Discapacidad, intervenciones posibles", organizadas por el Círculo Psicoanalítico Freudiano, el 30 de octubre de 1999.

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