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Número 3 - Abril 2001
Aproximación a la infancia integrada a través del autismo
Juan Carlos Volnovich

 

Los niños psicóticos, pero sobre todo aquellos diagnosticados como autistas, se postulan como disparadores, desafío para pensar la infancia en general. Son niños y niñas que se resisten a los dispositivos de captura con que la familia burguesa (tal cual se anunció en el siglo XVIII y se pronunció en el siglo XIX), las instituciones pedagógicas y las instituciones asistenciales pretenden humanizarlos. Con su "enfermedad" esos niños aseguran el fracaso de los dispositivos de captura : dispositivos terapéuticos que triunfan cuando fracasan y si fracasan, triunfan. Quiero decir, los niños que fueron autistas y que por obra y gracia del psicoanálisis se han "curado", nada recuerdan de su autismo. Nada pueden decirnos de ese otro mundo. Si la verdad que poseen está en el cuerpo y es, ante todo, una verdad sin lenguaje, no es absurdo aceptar ese silencio. Son niños que han llevado a su extremo el enigma que la infancia integrada sostiene. Efectivamente: todo el saber científico y todo el saber mítico acerca del vínculo maternofilial estalla frente a un niño autista. El enorme poder del psicoanálisis y de los laboratorios biotecnológicos caduca frente a estos niños vacíos a los que nada ni nadie puede expropiar porqué son "cuerpos sin órganos" 1. No obstante, una multitud de especialistas y un enorme número de instituciones vive de ellos. Algunas, también es justo decirlo, para ellos.

La infancia "atípica" puede ser pensada, entonces, en el camino abierto por Deleuze y por Guattari a partir de El Antiedipo 2 y contiunuado por Fernand Deligny 3. Deligny, que intentó "capturar" a los autistas con mutismo por fuera de las instituciones, decidió abjurar de todo proyecto educativo, comenzó por renunciar a cualquier deseo de adaptarlos o de curarlos, y solo aceptó vivir con ellos acompañándolos en su deriva. El término es feliz.

"Deriva, la palabra me vino de pronto a la cabeza...habla de una manera de avanzar, de caminar, de la rapidez adquirida. Deriva : palabra que habla de marcha, de mar, de animal". 4

En realidad Deligny habla de erre que, en francés, alude al mismo tiempo a la marcha de un barco, a la dirección de un desplazamiento, a una huella, marca, pista o rastro de un devenir. Deriva es, sin duda, en castellano, más adecuada que errancia y más próxima al sentido del drift inglés 5. Para Deligny, esa deriva de los autistas es exterior a cualquier conformación edípica. Y en ese sentido descoloca a los psicoanalistas que vanamente intentan, afirmados en un modelo familiarista, conservar el monopolio sobre la infancia. Esa deriva, ese vagabundeo, ese tránsito de los autistas se vuelve inaprehensible porqué se produce en un espacio que, por estar fuera de todo, no tiene lugar en la estructura. Siguiendo este mismo hilo conductor René Schérer y Guy Hocquenhem 6 recuerdan el límite con el que el propio Freud se enfrenta al suponer que Juanito, ese lascivo niño burgués, no puede subirse desnudo a un carromato para convertirse en un "vagoneta".

«22 de abril. Juanito ha vuelto a imaginar algo esta mañana: 'Un golfillo se ha subido en la vagoneta y el vigilante ha venido y le ha desnudado del todo, dejándole allí hasta por la mañana. Y por la mañana el golfillo ha dado al vigilante 50.000 florines para que le deje ir en la vagoneta'. (La línea del ferrocarril del Norte pasa por delante de nuestra casa. En una vía auxiliar hay una vagoneta, en la cual Juanito vio una vez pasearse a un golfillo. Me comunicó su deseo de hacer lo mismo y yo le dije que estaba prohibido, y que si se subía en la vagoneta, le cogería el vigilante. Un segundo elemento de la fantasía es el deseo reprimido de desnudez»). Observamos hace ya algún tiempo que la fantasía de Juanito crea bajo el signo de los transportes y progresa consecuentemente desde el caballo de tiro al ferrocarril. A toda fobia a las calles se agrega así, siempre con el tiempo, la fobia al ferrocarril." 7

Juanito no es autista, ni mucho menos psicótico, pero habla de su devenir. Juanito reivindica la desnudez, alude a los medios de transporte que le permitirían desplazarse, a la fobia que se lo impide, al dinero que hay que darle al vigilante -los 50.000 florines- para comprar su libertad. Sorprende como Freud le atribuye "el deseo reprimido de desnudez" allí donde Juanito lo evidencia explícitamente. ¿Porqué dice Freud "deseo reprimido de desnudez" si acaba de apelar a él con claro desenfado? Además, ni Freud ni el padre le prestan atención alguna a los 50.000 florines con los que Juanito -ese "atorrante"- pretende sobornar al represor para que lo deje ir. Si nos atenemos al texto, mediante esos 50.000 florines, Juanito piensa comprarse o, lo que es lo mismo, pagar el rescate de su esclavitud. El niño que paga es, aquí, el analizador que denuncia el interés que le dedica el adulto y delata la hipocresía que le demuestran los mayores al suministrarle atenciones "por su propio bien". Juanito no es autista, ni mucho menos psicótico, pero es un pibe "comprador". Tal parece decir : "si me quieren, cómprenme". Por el contrario, los niños autistas son incomprables aunque se vendan, se regalen o se alquilen a las instituciones que al sostenerlos, se sostienen.

Afirmaba, antes que los niños psicóticos se postulan como disparadores, desafío para pensar la infancia en general. Porque el inaprehensible devenir de los autistas descoloca a los adultos al postularse como hipóstasis de un rasgo caricaturizado, exagerado y condensado de la infancia "normal". Aquel que supone a los niños, desde su origen, a partir del nacimiento, como seres potencialmente destinados a vagar, a abandonar, a desafiar a la cultura humanitaria que les impone obediencia. La idea alrededor de la cual giro, pone en crisis el supuesto de que es la familia la que produce niños y es el psicoanálisis convencional el que puede explicar, en base a la dialéctica del amor y del odio, fundándose en la aceptación o el rechazo, el desenlace que pondrá a un niño humano, o a uno inhumano, en este mundo. Lo que esta particular manera de abordar a los autistas cuestiona es, nada más ni nada menos que el modo de abordar a la infancia integrada. Así, los adultos compartimos el mismo abismo frente a un mismo interrogante ¿de donde vienen los niños? se preguntan, nos preguntamos. La respuesta hasta ahora balbuceada se organiza apelando al saber acerca de la construcción subjetiva (el deseo de la madre, la interdicción del padre) pero caduca frente a aquella que Freud le atribuye a los niños a propósito del nacimiento de un nuevo hermanito o hermanita: ¿de donde viene este niño perturbador?

En efecto: ¿De donde viene este niño perturbador? ¿De donde viene ese niño que por autista, por incapturable, nos perturba?

Tal vez la pregunta esté mal formulada y haríamos mejor las cosas si pudiéramos reemplazarla por alguna otra al estilo de ¿a donde van? ¿cuál es su devenir? ¿en qué cuestionan nuestra particular manera de ser -o estar- humanos? ¿frente a qué humanidad se rebelan?

Sostenía que esta concepción pone en crisis la idea de que es la familia la que produce niños. Lo que el autismo cuestiona es la posición moralizante apoyada en el inapelable amor filial cuya deconstrucción comenzó en la década del ’70 con El Antiedipo y continuo en la década del ’80 con ¿Existe el amor maternal? 8. Ésto es, la duda acerca de si no hay amor más abnegado que el amor de una madre por su cría, si no hay amor más libre de ambivalencia que el de una madre por su hijo varón, si no hay quién mejor proteja a un niño que la madre y el padre. Antes que desmentirla, los odios, los rechazos, la voracidad que funciona como par antitético, corrobora la teoría y consagra la unidad de la "sagrada familia": madre, padre, hijo/a. La interpretación de lo que pasa en el interior de esta estructura es siempre la clave de todo. Lo que se produce más allá del borde, lo que irrumpe desde el exterior, es siempre ajeno y secundario. Pues bien, el autismo circula por allí. Transita por fuera de la cápsula y por lo tanto impugna la certeza de que entre los seres humanos no existe la intención lisa y llana de exterminar a los niños. De reconocerse, este rechazo se inscribe sobre la base de un amor originario que ha sido desviado, pervertido o frustrado. Al construir la infancia como resultado del deseo de una mujer y de un hombre, al sostener al niño en el lugar simbólico de falo inaccesible, la pareja queda entrampada en el dilema de aferrarse o desembarazarse de él. Abandonarlo o domesticarlo. Cambiar estos postulados, suprimir esta convicción, superar esta certeza, supone que la pareja parental no es el medio natural en el que el niño se despliega y, por lo tanto,

"el rechazo y el abandono dejan de constituir un problema. Tanto para el niño como para la pareja". 9

Los padres desnaturalizados producen autistas, hijos inhumanos. Los padres amorosos garantizan niños felices y adaptados. ¿Será así? Tal vez habría que plantearse si el amor de una madre por su hijo no resulta soportable debido a que, en la mayoría de los casos, la pesada carga financiera y afectiva de criar a un hijo, no recae sobre otros. Cuando surge el psicoanálisis, en tiempos de Freud, esos "otros" eran las "criadas", las sirvientas a las que un moralismo ciego condenó como adultas seductoras. Ellas servían para que las madres se vieran aliviadas de la abrumadora tarea que la crianza de un niño supone. Pero no solo las criadas, que solo conciernen a la familia burguesa, sino que todo el ejército de abuelas y tías, amigas de familia, comadres y vecinas conformaron ese contexto "natural" destinado a anidar a la infancia y a atenuar los tres sentimientos fundamentales que en la proximidad con el cuerpo de un niño hacen erupción. A saber : el asco, la impaciencia y la vergüenza. El asco ante los excrementos, la impaciencia frente a la agresión y la inquietud del niño, la vergüenza ante los deseos incestuosos que el cuerpo de la niña o del niño suscita.

Autonomía vs. libertad.

Los niños autistas, los que no tiene palabra, los "atípicos" son, precisamente, los que pueden allanar el camino hacia la infancia vigilada y disciplinada tal cual es por y para nosotros. Foucault10 fue muy explícito al sostener que la vigilancia es siempre constrictiva y que la construcción de una subjetividad libre basada en un sistema de custodia es más ficción que otra cosa.

"Nuestra sociedad no es la del espectáculo, sino la de la vigilancia ; bajo la superficie de las imágenes se invisten los cuerpos en profundidad ; tras la gran abstracción del intercambio se lleva a cabo la habilitación minuciosa y concreta de las fuerzas útiles ; los circuitos de comunicación son los soportes de la acumulación y centralización del saber ; el juego de los signos define los anclajes del poder ; la redonda totalidad del individuo no es algo que resulte amputado , reprimido, alterado por nuestro orden social, sino que éste fabrica cuidadosamente al individuo, según una táctica concreta de fuerzas y de cuerpos." 11

La afirmación foucaultiana se corresponde con el niño normal, disciplinado ; el niño "familiero", educado en colegios que tienden a ser menos autoritarios y, a veces, hasta francamente libertarios; el niño custodiado responsablemente; el niño vencedor en su condición humana a costa de haber sido espiado, vigilado y castigado; expropiado, desposeído de su infancia. Pues bien: podemos espiar, terminaremos agotados por el panóptico esfuerzo de vigilar y castigar, que del niño autista nada vamos a sacar. El autista se resiste, indoblegable, a cualquier intento por modelarlo. Nada puede persuadirlo, ni por las malas ni por las buenas, para que acepte las instituciones tal cual han sido conformadas hasta ahora. No hay modo de que se incorpore a ellas responsablemente. Ni incorpora los buenos modales -como no sea a puro mimetismo- ni se adapta o adecua al contexto. El autista paga el precio: deja de ser "persona" para abolir su servidumbre 12. Resulta curioso que la autonomía perdida por el autista, que la autonomía del autista pervertida en pura introversión, se visualice así desde el universo humano (adultos e infancia integrada) en momentos en que, como nunca antes, empieza a reconocerse que el poder de decisión viene de afuera, que la propiedad del cuerpo nos es ajena, cuando la falta de comunicación se evidencia como un mal endémico. Todo hace pensar que al afirmar sin criticar el derecho rousonniano a la independencia y a la libertad del niño solo progresamos en el sentido de una gran sociedad liberal: Estados modernos que disimulan su despotismo bajo la apariencia de familias permisivas productoras de niños-personas respetados en su condición deseante, en sus derechos humanos, por adultos que han dado muestras más que evidentes de haberlos trasgredido.

La mirada foucaoultiana de los cuerpos discplinados ha sido seriamente criticada por Donna Haraway13. Haraway, conocedora del impacto que en la subjetividad producen las nuevas tecnologías, toma al cuerpo como campo de inscripción de códigos y desacredita la idea de un poder que opera normalizando los cuerpos. Se trataría, más bien, de un efecto de dominación sobre los cuerpos vampirizados por la tecnología de la información. Criaturas textuales, sin cuerpo, sin historia, sin cultura: cyborgs.

Con todo, son varios los autores que coinciden en situar en el último tercio del siglo XVIII 14, la "revolución" que promueve un cambio copernicano en cuanto a la valoración social de la infancia. La filosofía del Siglo de las Luces difundió dos grandes ideas complementarias que, en alguna medida, contribuyeron a modificar la representación social de la infancia: el concepto de igualdad y el concepto de felicidad. Aunque el concepto de igualdad estaba más referido a la igualdad de los hombres entre sí, que a la igualdad de los seres humanos, hombres, mujeres y niños, la condición del padre, de la madre y del niño se modificaron en el sentido de una mayor homogeneidad. En el Contrato Social 15, uno de los textos que dan la dimensión de ese cambio, J.J. Rousseau (1712-1778) afirma que el padre y la madre tienen el mismo "derecho de superioridad y de corrección sobre sus hijos", pero estos derechos están limitados por las necesidades del niño y están fundados en "la incapacidad del niño para velar por su propia conservación." Esto es: la responsabilidad de atender a los hijos se limita al tiempo en que éstos no puedan arreglárselas solos. Después, los padres tendrán que darles la misma libertad que tienen ellos. Los hijos, una vez que están en condiciones de prescindir de los cuidados paternos, "ingresan todos por igual, en la independencia." Fue apoyándose en esta convicción como Rousseau se opuso a los enciclopedistas que suponían a los padres con derecho a exigir cariño y respeto de sus hijos por el mero hecho de haberlos procreado, deuda que sólo se cancelaba con la muerte. Con esta aseveración sobre la igualdad de los hijos, Rousseau se puso al frente de lo más progresista de la época ya que, al afirmar que el hombre nace libre, equiparó la naturaleza del hijo a la del padre. Siendo el hijo potencialmente libre, la función del padre se limitaba, entonces, a permitir que se actualice -que se realice- esa libertad. Así, criar a un hijo se transformó, lisa y llanamente, en llevar adelante una serie de acciones para brindar ayuda a un ser indefenso y dependiente hasta que este adquiriera su total independencia y autonomía. Pero esta lógica roussoniana reforzó, al mismo tiempo, los estereotipos patriarcales más convencionales desde que ubicó a la mujer en calidad de esposa al servicio de las necesidades del marido y de los hijos 16. Para F. Deligny esa lógica roussoniana fracasó, también, porqué marcó mucho más la servidumbre que la liberación de la infancia. Para F. Deligny, el logro de ciertas autonomías infantiles basadas en supuestas instituciones democráticas, no ha logrado cambiar, más que cosméticamente, la expropiación de la que son objeto los niños.

"Ahí está la paradoja ; si observan ustedes con detenimiento Summerhill, encontrarán a Makarenko (el educador stalinista en todo su esplendor), la Asmablea General, el derecho a la palabra ; los niños, la gente, atrapados en las responsabilidades de la Asamblea General. Todo está lleno de directores, es la palabra la que dirije. Hay que verlo funcionar de cerca. Distribución de las funciones hasta...la palabra obligatoria. Como alternativa al derecho a la palabra, yo inscribo el derecho a cerrar la boca". 17

Pues bien: tal vez a su pesar, los autistas reivindican el derecho a cerrar la boca. Hacen virtud de su mutismo. Y lo que Deligny reclama es el respeto hacia esos niños que no pueden hacer valer su autonomía porque no tienen palabras para eso. No hay razón para confundir la libertad con la autonomía ni, mucho menos, para reemplazar la expropiación del deseo por el deseo mismo pero nada nos impide aceptar que en el devenir discontinuo del autista, en sus respuestas ilógicas, en sus inconsecuencias, en sus estereotipos, se juegue algo del poder. Contrapoder del autista, desplegado para vencer el poder de una cultura que no cesa en sus intentos por controlar un desarrollo que pretende consagrarlo, al final, como adulto responsable. Pero no solo la teleológica adultez de la que el niño es solo eso -hombre en ciernes, anticipo de hombre- está puesta en dudas. Antes que la identidad de la infancia leída desde la forma adulta, lo que ésta concepción pone en crisis es la identidad del niño autista leída desde la infancia integrada.

Humano-inhumano

Los niños salvajes, Los niños selváticos 18, los animales, nos aproximan al autismo. Basta y sobra con acercarnos a las descripciones que sobre ellos la literatura aporta, para encontrar un cierto aire de familia con los niños autistas.

Sería demasiado sencillo, y por lo tanto traidor de la complejidad que abre a la densidad de la relación entre humano-inhumano, dejar clausurada la cuestión con la simple analogía entre autismo y animal. Bruno Bettelheim 19 sugiere que detrás del mito de los niños salvajes está la intención de desculpabilizar a los adultos que abandonaron a su cría y, al mismo tiempo, disimular el peso de la locura que amenazó desde siempre a la humanidad. Esos niños criados por animales, amamantados por lobas, protegidos por osas, fueron en realidad autistas abandonados o perdidos por sus genitores a causa de su tara.

"...se trata de una reacción ante la incapacidad de ciertas personas de ser sus padres, y no de una reacción ante el hecho de que un animal se haya mostrado humano con ellos"20

El parecido es sorprendente: lamen y jadean, olfatean los objetos, son insensibles al frío y al calor, se delizan como felinos, sorben el agua con la lengua, golpean y muerden. El asombroso parecido entre los niños autistas y los niños salvajes, aun el haberlos encontrado en su compañía, no nos autoriza de por si a suponer que hayan sido criados por animales. La posición de Bettelheim es convincente: esos niños lobos, eran niños autistas. Esto es, eran niños humanos sobre los que se les había impreso, por imitación o identificación, algunos rasgos, muchos rasgos, animales. Pero para Bettelheim esa animalidad es impostada, no le es afín a la "natural" humanidad del niño. Es pura metáfora. Bettelheim sostiene, entonces, una imposibilidad lógica con la sola intención de conservar la posición que supone una barrera infranqueable entre lo humano y lo inhumano. Estamos frente a lo impensable o, al menos, frente a lo inaceptable. El niño, por más salvaje que sea, por más autista que esté, no puede ser concebido por fuera del universo humano. Los animales, por más salvajes que sean, son capaces de dar afecto, de sensibilizarse ante las necesidades de ese ser indefenso para brindarle ternura, protección y alimentos. Tienen, si se quiere, algo de humanidad. Son animales que "se han mostrado humanos con ellos".

Los autistas, los salvajes, son los que resisten al contexto humano que los constituye. Son niños que transitan por un espacio bestial, por fuera de un circuito que en base a su legalidad simbólica decide quién está integrado y quién está excluido. Y, sin embargo, nada más "esencialmente" humano que el autismo. ¿No conservarán todos los niños (aun aquellos considerados "normales") algo de ese par -autismo-animal- que hace evidencia en su producción deseante, campo de "inmanencia del deseo o superficie de desplazamiento de las intensidades?" 21

 

Juan Carlos Volnovich

jcvolnovich@ciudad.com.ar

Notas

1 Deleuze, G y Guattari, F : "Comment se faire un corps sans organes ?" Minuit, No10. París. 1974.

2 Deleuze, G y Guattari, F : El Antiedipo. Capitalismo y Esquizofrenia. Barral Editores Barcelona, 1973.

3 Deligny, Fernand : Nous et l’innocent, Maspero, París, 1975.

4 Deligny, Fernand : Nous et l’innocent. Op.cit.

5 Por su parte Denisse Vasse lo incorpora para aludir a esa particular experiencia en la que el analista acompaña trasferencialmente el flujo inconsciente. Y Julia kristeva, más textual, prefiere reemplazarlo por el de discurrir.

6 Scheéer, René y Hocquenghem, Guy: Album sistemático de la infancia. Ed. Amalgama. Barcelona, 1979.

7 Freud, S : Análisis de la fobia en un niño de cinco años. En Obras Completas. Biblioteca Nueva. Madrid . 1948.

8 Badinter,E ; Existe el amor maternal? Ed. Paidós-Pomaire. Barcelona, 1981.

9 Scheéer, René y Hocquenghem, Guy: op.cit.

10 Foucault, M : Vigilar y castigar Siglo XXI. México, 1977.

11 Foucault, M : Vigilar y castigar . Op. cit.

12 Mendel, G : Pour décoloniser l’enfant. Payot, París, 1971.

13 Haraway, Donna: "A Manifiesto for Cyborgs", en Simians, Cyborgs, and Women. Free Association. Londres. 1990.

14 Tal vez no sea casual que una nueva ciencia, la demografía, naciera en ese momento.

15 Rousseau, Jean Jacques. El Contrato Social. Editorial Alianza, Madrid, 1980.

16 La gran obsesión de la filosofía de las Luces fue la búsqueda de la felicidad a la que pronto seguiría la valorización del amor. A través del poder médico y del poder de la Iglesia, fundamentalmente, se influyó sobre las mujeres para convertirlas en "buenas madres". Desde el Emilio de Rousseau se las ensalzó y se les recordó su protagonismo en la sociedad y en la Historia. A las mujeres se les recordó, también, el enorme poder que tenían ya que de ellas dependía que los hombres fueran sanos o enfermos, que fueran útiles para la sociedad o que se convirtieran en parásitos. Este discurso sostuvo, en lo esencial, la funciones maternales como inseparables de la femineidad y, a ésta, como inseparable de la naturaleza. Era el discurso del retorno a la naturaleza. Desde que la ley de la "naturaleza" supone que solo las mujeres pueden ser madres, pues entonces son las madres las que "tienen" que amamantar a sus hijos, las que tienen que alimentarlos, higienizarlos, cuidarlos y protegerlos.

17 Deligny, Fernand : Entrevista en Libération. 10 de Mayo del ’74.

18 Malson, Lucien : Los niños selváticos, Alianza. Madrid. 1975.

19 Bettelheim, Bruno : La fortaleza vacía.

20 Bettelheim, Bruno : op. cit.

21 Deleuze, G y Guattari, F : "Comment se faire un corps sans organes ?" . Op. cit.

 

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