El medio natural por el cual se genera, organiza y mantiene la vida del humano, es la trama familiar. El ser humano es el ser vivo de más alto nivel de complejidad de organización psicológica. Esta característica le permite afrontar su supervivencia con muchos más recursos que otras especies vivas. Pero también el costo es mayor. El ser humano nace con un alto grado de indefensión fáctica. Con muchas áreas inmaduras. Es una unidad biológica incompleta. El nacimiento extrauterino marca formalmente su reconocimiento como individuo, siendo este evento, el nacer, el episodio más violento quizá en toda la historia de su individuación.
Al separarse del cuerpo de la madre y ofrecerse morfológicamente diferenciado, puede ser percibido como un individuo de la especie. No obstante no está habilitado ni siquiera para sobrevivir por sus propios medios. Depende absolutamente de individuos maduros de la especie para preservar su vida. Aún más, para poder ser reconocido como humano, diferente de un organismo vivo en supervivencia simplemente, deberá ir acuñando procesos en el nivel de lo psíquico y en esto consistirá su humanización progresiva. La humanización se produce en el íntimo intercambio del bebé con las personas de su alrededor. Del interjuego entre sus pulsiones a llenar con el medio proveedor surgirá el poder preservar la vida, instalándose así las bases del psiquismo temprano, el inicio del órgano mental. El desarrollo de este órgano y su maduración es de armado postnatal. El adulto en contacto con el niño mantiene un ligamen con él y éste con aquél. Este ligamen efectivo se traduce en un vínculo que actúa a modo de cordón umbilical, no tangible pero vigoroso vehículo transportador de resoluciones y frustraciones afectivas, de codificaciones, de modelos para manejar la angustia, etc.
Con esta elemento, el vínculo, cargado de significaciones (fantasías) tanto por el polo bebé como por el polo adulto, se inicia la estructuración del órgano mental. Se nace con rudimentos de estructura psíquica, pero operantes, y con una programación interna a desarrollar. Aunque morfológicamente sea un individuo, para sobrevivir necesita del otro, tiene que depender. La placenta biológica intrauterina queda ahora transformada en una placenta igualmente real, tan real que sin ella se muere; pero al mismo tiempo tan intangible que hemos necesitado de la observación y el estudio de situaciones de atipia de este hecho para darnos cuenta de su existencia y vigencia. Así, nos lo han mostrado Spitz y Bowlby, por ejemplo, o el estudio de los retardos de maduración, las enfermedades mentales, las oligotimias que nos enfrentan con etiologías como la carencia afectiva o la privación emocional.
La trama interna de la placenta familiar que lleva a la estructuración humana está formada por un conglomerado emocional que usa como elemento la fantasía y que se estructura en una relación calificada, el vínculo entre sujeto y objeto. De todo lo que se produzca y de cómo se produzca y de lo que no se produzca y de cómo no se produzca entre los dos polos dependerá que el órgano mental se estructure adecuadamente o no.
La relación va proveyendo al sujeto de modelos de resolución de sus necesidades física y psíquicas. Se nutre emocional y afectivamente para tener un yo seguro y eficiente. Se nutre a través de los procesos de identificación con sus padres para tener una identidad coherente. Se nutre de codificaciones para el manejo de las emociones, del amor, del odio, de la agresión, de la ternura, de lo erótico. De lo que angustia, de lo que deprime. De cómo hay que defenderse mejor. Así la trama familiar se convierte en un laboratorio metabolizador emocional permanente de cuya eficacia dependerá el mantenimiento y preservación de la salud y cuyo fracaso instalará la enfermedad mental o física, eventualmente la muerte o la locura.
Si describiéramos un circuito emocional desde que se origina intrasujeto planteado como una necesidad a llenar, de hambre, por ejemplo, pero categorizada como una emoción angustiosa de muerte, hasta que se cierra nuevamente el circuito con la satisfacción de la misma, categorizada con una sensación de bienestar, de plenitud vital, podríamos establecer todo un recorrido equivalente a una metabolización emocional. Esta transcurre tanto dentro del sujeto como en el campo interpersonal al dirigirse al objeto, que recibe la demanda, la elabora dentro de sí, la decodifica y le da una resolución posible. Al resonar con la angustia de muerte transmitida, provee su respuesta según la propia codificación de esa emoción devolviendo tranquilización. Esto no sólo a través del alimentar en sí mismo, sino además proponiendo un modelo para afrontar la vivencia angustiosa con una posible resolución opositora de gratificación y plenitud. De esta manera un sujeto y un objeto, a través de un vínculo, son casi magos que manejan la muerte, la transforman en vida y ambos convergen en el sentimiento de satisfacción mutua de haber resuelto todo un circuito emocional. Este es el operar de la placenta familiar que sutilmente promueve como logro la paulatina maduración del yo, lo que a su vez permitirá su progresivo desarrollo.
Si un bebé es abandonado, emocionalmente no madurará bien, no comerá bien, no dormirá bien. Así, el proceso de su humanización se verá perturbado.
La familia, a través de estos mecanismos, permite hacer de un animal acosado por mandatos biológicos inapelables, e irresolubles por sí, un bebé humano, con vivencias de plenitud y vida, gracias a otro humano que resolvió su necesidad y permitió así la transformación. Esto funda la llamada " naturaleza social" del hombre. Las progresivas transformaciones lo irán proveyendo de mecanismos mediadores que regularán sus propias demandas permitiéndole preservarse y necesitando preservar al otro. Así el grupo familiar es la matriz humana del progresivo proceso de humanización.
El hecho de que el grupo familiar se mantenga en íntima interrelación se debe a una comunidad de intereses. Por un lado los padres podrán oponerse a su propia finitud a través de trascenderse en el tiempo por los hijos. Por otro lado se opondrán también a la finitud por su inscripción psicológica, al contribuir al armado del órgano mental de sus hijos. Estos, dentro de la trama, podrán sobrevivir, arquitecturar su órgano mental y acceder a la integración de su programación individual. Esto nos enfrenta con otra función placentaria de la familia; formar individuos, ser matriz de individuación.
La estructura familiar está constituida por dos sistemas en convivencia estable que modelan entre sí una relación continente-contenido. Ambos sistemas están en crecimiento y desarrollo. El continente o periferia de este organismo vivo, la familia, está constituida por la pareja parental, núcleo original. El contenido está representado por los hijos, grupo pediátrico. Ambos sistemas deben completar trayectos vitales. El continente, cimentar y enriquecer su individuación haciéndose cargo de las funciones de sostén físico y psíquico del sistema contenido y de sí mismo. Deben autocontenerse y contener. Esto pone a prueba sus logros como individuos y la plena autonomía como hombre o mujer adultos con el ejercicio de todos los roles sexuales y parentales. El contenido debe acceder al logro de su individuación, es decir, la posesión de una programación psicológica que le vaya sustentando progresivamente el ejercicio de funciones, según su momento evolutivo y modelos de ser para futuros desempeños. Todos deben poder seguir viviendo bien y resolviendo sus necesidades evolutivas.
El sistema continente debe contenerse a sí mismo para continuar su maduración, pero en este período el crecimiento y la maduración son más lentos.
El sistema contenido va haciendo su desarrollo y maduración en forma mucho más acelerada, planteando sucesivas urgencias de necesidades a resolver.
Esta configuración plantea características especiales. Presenta un vector simétrico: todos deben sobrevivir y vivir bien; y un otro vector de básica asimetría, planteado por la indefensión del grupo pediátrico, el cual se ve compelido a depender del grupo parental durante mucho tiempo. Este fenómeno de prolongada interrelación de ambos sistemas es lo que permite la consecución de los complejísimos procesos interhumanos que conducen el armado evolutivo del órgano mental con el logro de la individuación y autonomía.
Así el trasfondo de la crianza es una situación asimétrica en relación de dependencia. El continente parental posee un movimiento de rotación sobre sí mismo, del cual resulta la integración sexual de la pareja y la aceptación definitiva de la unisexualidad, afirmando la individuación en cada uno de los sexos. Tiene además otro movimiento de rotación alrededor del contenido, los hijos, lo cual provee a los padres de la gratificación de ser adultos cuidadores, fundadores, sostenedores de la vida, habiendo hecho posible la trascendencia de su propia finitud en hijos continuadores.
El contenido, hijos, tiene un movimiento de rotación sobre su eje demandando la resolución de sus necesidades, mostrándolas, luchando por su resolución; en definitiva, luchando por su integración. Presenta también otro movimiento de rotación alrededor de la pareja parental, requiriendo su presencia estable, su registro sensorial, su contacto, etcétera.
Así, la trama familiar es muy dinámica, tiene varios ejes de movimiento y dos velocidades de maduración. Es por esto, que al acceder al grupo familiar, las variables a observar pueden ser muchas. El faro que guía la direccionalidad, sin embargo, es dar vida, mantenerla y preservarla. De aquí que para los médicos sea una necesidad poder abordarla. Es más: el grupo humano familia, tiene una convocatoria esencial, ser el odre que provee la realística vivencia de la no finitud biológica, y, al generar lo psicológico, se perenniza al trascender más allá de la muerte individual a través de sus creatividades. Por lo tanto la constitución, emergencia y permanencia de la familia no es un fenómeno contingente al cual desde una postura racional o intelectual se lo podría considerar útil, necesario u obsoleto e inoperante. La familia es un organismo vivo al servicio de mantener la vida y preservarla en cada uno de sus miembros. Tiene como funciones humanizar e individuar y yugular la inmediatez.
La dinámica microscópica de esto es el establecimiento y desarrollo de vínculos entre los miembros del grupo. La individuación proveniente del sistema de crianza será el producto de la dependencia útil ofrecida por la placenta familiar para que, desde la dependencia extrema al nacer, progresivamente se articulen las funciones de la individuación, bipedestación, marcha, lenguaje, control esfinteriano, aprendizaje de códigos universales, etc.
La situación asimétrica permitirá el desarrollo pleno de los proceso de identificación con las figuras parentales, en machimbre con los requerimientos personales. El sutil modo como se instrumente a sí mismo en el interjuego microsocial, interpersonal, será el resultado de los circuitos de metabolización de las emociones. La programación para dirimir emociones de hostilidad, de ira, de agresión, de amor, de ternura, de miedo, provee el cómo resolver dentro de sí, y en función del otro, el mandato contenido en cada una de las emociones.
La familia, al establecer vínculos que funcionan con estas características, asume la tarea mesiónica de preservar lo impreservable. Aunque sea una tarea destinada a fracasar, porque la muerte es inevitable. No obstante, las longitudinales metabolizaciones evolutivas de plenitud proveen bienestar. Por lo tanto, si las emociones y situaciones no son bien resueltas, sea porque la demanda del contenido es excesiva para el continente, sea porque éste no sabe contener flexiblemente la demanda y queda la angustia sin resolver, ésta actúa dentro de la unidad biológica como una noxa. Cuando la trama familiar no alberga, no metaboliza, no transforma adecuadamente, la atmósfera familiar se enrarece, se intoxica y comienza a aparecer la enfermedad. Esta no es nunca física o psíquica exclusivamente; además compromete todo el individuo y a todos los miembros. Es una señal de alarma de que en el órgano familiar algo está pasando. Puede ser que el sistema continente no esté bien dispuesto o que el contenido exija mucho u otras combinaciones.
Así se va perturbando el clima de salud e insensiblemente se van instalando " pat-terns" de enfermedad. No obstante, estos posibles desencuentros ofrecen alguna escala de relativización, según el momento evolutivo en que se produzcan. Para las distintas metas a lograr hay requerimientos específicos según las edades. Si intentáramos lograr un patrón o marco referencial para cada edad según las necesidades o necesidad esencial a respetar en cada una de ellas, quizá pudiéramos ayudar a la familia a no enfermar, a no perturbar sus procesos, a no enfermar individuos que, una vez enfermos, a su vez enfermarán a los que les rodeen.
Si tomáramos segmentos evolutivos desde el nacimiento hasta la adolescencia, creo que sería posible perfilar para cada uno de ellos la necesidad base a respetar, cruzada siempre por la vigencia de una trama familiar capaz de humanizar e individuar.
En mi opinión esta propuesta permitiría redimensionar la medicina, en especial la pediatría, ya que abre el campo de etiologías no tenidas en cuenta en el desajuste de la salud y la producción de la enfermedad y por lo tanto introduce campos nuevos de prevención y tratamiento. Si tomáramos como ejemplo un trastorno del sueño, un buen abordaje pediátrico sería estudiar aspectos neurológicos si la alimentación es suficiente o no, y proceder a su tratamiento según este abordaje. Pero si de acuerdo a un repaso semiológico de la familia el pediatra encuentra déficits o dificultades en el sistema continente, falta de contacto cuerpo a cuerpo o privación emocional, la corrección de este factor etiológico no sólo curará el trastorno del sueño sino que prevendrá enfermedades futuras.