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Número 5 - Junio 2002
Detrás de la puerta
Raquel Gerber

Este trabajo es un intento de transmitir algo de una experiencia clínica que para mí, como analista, fue sorprendente y reveladora. Presentaré recortes de dicha experiencia, con ciertos interrogantes que me suscitó e intentaré desplegarlos para ofrecer algunas conclusiones a las que arribé como efecto del propio trabajo.

Después de un año y medio de haber "finalizado" el análisis de Andrés (8 años), sus padres me llaman pidiéndome una entrevista.

Luego de una larga introducción referida a la familia, los hijos (6) y sus demandas permanentes, Roberto (el papá) se pregunta por la razón de la eterna desobediencia de los chicos. Tal como él lo formula, su "no" es ineficaz.

El "no" se dice pero no se hace.

Roberto dice que sus hijos no soportan que les diga que "no" a algo y le recriminan que no cumple con lo que promete. Comenta que cualquier programa o "salida" familiar que se plantee es tomada por ellos como "promesa".

Continúa diciendo que está cansado de los hijos, y que cuando reta a alguno, cuando algún "no" implica un "corte", un límite, aparece Silvia, su mujer, diciéndole al oído que lo está maltratando, que hace como el papá de él, por lo cual los hijos tendrán que atravesar muchos años de análisis.

Ella interfiere, es como una voz que hace vacilar el "no" de un padre, porque lo lleva al lugar de hijo. Ese "no" ya no es el mismo, no termina de hacerse, no es eficaz.

¿Le dice "no" como padre?

La cuestión de la "promesa" insiste- ¿Qué se promete? ¿Qué no se cumple? ¿Qué se cumple al prometer?

Lo que no soportan los hijos sería una cuestión, lo que no soportan los padres es otra cuestión. ¿No "soportan" a los hijos?

Silvia habla de Andrés en relación a cómo se pone o qué hace cuando hay una confrontación o una pelea con ellos. Dice que con Roberto es más violenta la cosa que con ella.

Pregunto si recuerda alguna situación. Da el ejemplo de una "salida", donde les había "prometido" a los chicos comprarles útiles escolares. Andrés elige entre muchas otras cosas, una regla muy linda con letras y números. Roberto interviene diciendo que era una regla que salía 35 pesos (esto hace poco más de un año), que le parecía un despropósito, y que era una regla para arquitectos. Silvia dice que la devuelve para evitar problemas y peleas, y que Andrés se agarra la remera y la retuerce, ella entonces se disculpa por lo arbitrario de su actitud.

Pregunto por la disculpa y por lo de arbitrario.

Dice: "Y sí, pobrecito, le digo que va a poder comprarse cosas y cuando elige algo se lo sacamos, él no tiene la culpa".

¿Pero hay alguien que la tenga?

Silvia dice que en el verano Andrés "no quería salir". Pregunto por esto. Dice que se quedaba en la casa del country mucho tiempo y que no quería ir a los grupos que se organizaban. Pero después salió.

Digo: Pero después salió.

Roberto dice que nota que Andrés no quiere hacer lo que no le sale bien, por ejemplo jugar al fútbol (juego que al papá le encanta). Le digo que quizás no le sale bien lo que no quiere hacer. Silencio.

Aparecen las necesidades y demandas de los hijos, muchas preguntas sobre esto y sobre cómo responder a ellas. Pero nada dicen ni se preguntan sobre lo que desean.

Silvia dice que Andrés dijo que quería verme. Pregunto cómo fue esto. Dice que fue una vez que ella le preguntó si quería verme o hablarme, y que él contestó que sí, que quería verme para jugar "porque ahí juego". Silvia le había "prometido" que esto iba a ocurrir.

Roberto dice que está contento de haber venido (lo veo y lo escucho más tranquilo) y que por ahí que Andrés me vea o que vuelva...Silvia dice que Andrés se hace pis, que se retuerce la remera, que le pasan cosas.

Digo: Bueno, le pasan cosas.

Roberto dice que su mujer tiene la costumbre de creer que cada cosa que les pasa a los chicos es un drama, y que enseguida se angustia, se "intranquiliza".

La impresión que recibo es que sobre todo Silvia no "soporta" que Andrés sea un neurótico , que le pasen cosas, que tenga síntomas. Pero, ¿son acaso síntomas por los cuales él sufre o se pueda llegar a preguntar? Pareciera que ella interfiriese para que esto termine de formalizarse.

Señalo la cuestión de la "promesa", abro la pregunta sobre su valor, la relaciono con el ejemplo de la librería. Hago notar que la disculpa vino inmediatamente después de que Andrés se agarrase la remera, asignándole así a esto el valor de un "malestar", de una "tremenda ansiedad".

Se hace muy presente en esta entrevista Renata (10 años), hermana mayor de Andrés. A Roberto lo preocupa mucho, a Silvia la inquieta, la "intranquiliza".

Ambos concuerdan en que no está bien. Roberto dice que quizás, es quien más le preocupa; se enferma muy seguido, no quiere ir a la escuela y está muy peleadora. Agrega que hacía un ratito había dado por terminado el tratamiento analítico (3º) que ella hacía, porque "la cosa no andaba", Renata no quería ir, y estaba muy mal.

Roberto me pregunta si le puedo dar el nombre de un analista para ella. Le digo que sí y le pregunto: ¿ya? Se muestra entonces más calmo y dice que la pregunta lo deja pensando en que casi todos sus hijos se analizan o se analizaron, que el único que hasta ahora "se viene salvando" es el chiquito (3 años). Contesta que se iba a tomar un tiempo.

Propongo otro encuentro entre nosotros. Digo que en principio no escucho nada que justifique un encuentro con Andrés. Que sí escucho sus preocupaciones por los hijos y fundamentalmente por Renata.

Ellos aceptan. Le mando saludos a Andrés (él sabía que ellos venían) y les pido que no le prometan nada.

Después de esta primera entrevista surgieron en mí muchas preguntas, algunas ya mencionadas, otras en relación a esto de que Andrés quiera venir para "jugar".

De la lectura que hice de este encuentro entendía que allí donde los padres no "sabían" o suponían "no saber" en relación a los hijos, aparecía "El Psicoanálisis", pero obstaculizando más que propiciando un "saber hacer" por parte de ellos. Estos no podían "soportar" este "no saber" y por tanto ser "soporte" de la función de "sujeto supuesto saber".

Con estas reflexiones, sin que constituyeran un saber previo, sostuve la segunda entrevista, en la que se definió lo que luego llamé "trabajo analítico".

Silvia habla de Renata, de un cambio de actitud de su parte hacia la hija, resaltando en ese y en otros momentos la palabra "atención".

Roberto interrumpe diciendo que él quiere aclarar que no quiere hablar de lo de Renata, porque: "éste es el lugar para Andrés".

Pregunto: ¿Un consultorio analítico es el lugar para un hijo? Silencio.

Lo que pasa, dice luego, es que los problemas de Renata, son otra cosa, y que su mujer tenía la fantasía loca de que yo la "atendiera", de que sólo yo la podía sacar, y de que sólo yo podía hacer que "saliera".

Pregunto nuevamente cómo fue que Andrés dijo que quería venir. Silvia cuenta, que como había dicho, Andrés, durante el verano, no quería "salir", que se quedaba en casa "jugando" a los videos. ¿A cuáles? Pregunto. Al "Family Games", dice. Y que una vez cuando ella le insiste en que salga y lo invita a jugar en la pileta del country, el acepta pero luego hace un "gran escándalo" porque ella se había ido a charlar con una amiga, que tenía problemas.

¿Era acaso desproporcionado (como dijo) el enojo de Andrés por haber sido sacado de su casa y del juego que él quería hacer ("Family Games") para terminar solo en la pileta?

Decido aquí que n o veré a Andrés.

Les digo que escucho el querer venir de Andrés como una respuesta al ofrecimiento de hacerlo, porque efectivamente "aquí juega", pero que esto no es condición suficiente ni razón para que se produzca.

Sin embargo –dado que escucho un llamado- les ofrezco continuar las entrevistas para, si ellos quieren, despejar ciertas cuestiones que me parece se superponen y obstaculizan. Aceptan.

A partir de ese momento se sucedieron una serie de encuentros s ólo con ellos.

El efecto de sorpresa que produjo en mí la modalidad clínica que se presentaba, articulada a mi lectura de los movimientos que se iban produciendo, me llevó a hablar de ello con otros colegas.

Me volvieron entonces, comentarios que me advertían o cuestionaban, si esto era análisis, si terapia de pareja, pero también me fue sugerida la lectura de un texto escrito por Erik Porge llamado "Transferencia a la Cantonade", al que adhiero en el planteo de lo que hace, en muchos casos, a la clínica con niños y a la función de los analistas allí.

Dice Porge: "En algunos momentos el mensaje del niño dirigido directamente a una persona, implica que sea colocado en ese lugar tercero y constituye una instancia activa con el fin de que el mensaje llegue a su destino, porque ese es el lugar, es el destino legítimo del mensaje".

El estilo del niño de dirigirse al Otro es en voz alta, pero a nadie en particular. A la Cantonade.

Dice Porge: "A la Cantonade marca dos planos en la dirección del mensaje. Se trata de hablar a un personaje que no está en la escena". "A buen entendedor pocas palabras bastan".

Entiendo, que escuché y me dirigí a estos padres (fundamentalmente al padre), para que pudieran escuchar y dirigirse a sus hijos, desde este lugar tercero al que alude Porge.

Escribiendo este testimonio evoqué un diálogo de Alicia en el País de las Maravillas, y del que me voy a servir para graficar mi intervención en este caso, al hacerle caso.

"Alicia se acercó, tímidamente y llamó a la puerta.

-No vale la pena- dijo el lacayo-sapo.

Alicia se le quedó mirando.

-No, no vale la pena- repitió el lacayo-sapo. Y ello por dos razones.

-¿Cuáles?-preguntó Alicia.

-La primera, porque yo estoy en el mismo lado de la puerta que tú. Y segundo, porque ahí dentro están haciendo tanto ruido que nadie puede oir nada.

-¿Entonces?-dijo Alicia-

-Golpear la puerta podría tener algún sentido, si tuviéramos la puerta entre ambos.

-¿Cómo?

-Sí, por ejemplo, si tu estuvieras dentro podrías golpear y entonces yo la abriría para que salieras".

Creo que la función de un analista en la conducción de los análisis de niños, consiste, en muchos casos, en restituir el valor perdido, quebrado de la función de la escucha parental. Un padre, una madre, consultan allí donde no escuchan, o no entienden, o no saben, o suponen no saber lo que él, o los hijos dicen. El buen entendedor está del mismo lado de la puerta que los hijos, por lo tanto no puede escuchar el llamado.

Creo que este "trabajo analítico" funcionó como puerta. En un primer momento (de esta segunda serie), me ubiqué detrás de la puerta y escuché el llamado de los padres (fundamentalmente del padre), e interviniendo desde allí se produjo el efecto que permitió que ellos, como padres, se ubicaran detrás de la puerta para poder así escuchar y "soportar" el llamado de los hijos.

En la anteúltima entrevista, Silvia dice: "Estoy muy contenta, el otro día fue la primera vez que escuché a Renata. Ella estaba con el hijo mayor de Roberto (18 años), escuchando música y cantaba muy alegre y con linda voz".

Creo que esa puntuación que aparecía, decía algo de verdad, era la primera vez que la escuchaba.

Roberto dice que Andrés les pidió que lo llevaran al club del barrio donde enseñaban ajedrez, juego que a él le gusta y quer ía aprender a jugarlo mejor. Roberto ya había "vehiculizado " que esto se produjera.

En lo que fue la última entrevista les pregunté por los chicos, con la idea de escuchar en las respuestas los acontecimientos que afirmaran o confrontaran lo eficaz del trabajo. Los comentarios y relatos que aparecieron confirmaron la eficacia del mismo; pero ellos los reservo entendiendo que decir m ás podría fundir o confundir algo que hace a la diferencia del campo del psicoanálisis con el "País de las Maravillas"

Propongo y digo que ése sea el último encuentro (por lo menos de esa serie).

Silvia sonríe y dice que ella ya se lo veía venir, está de acuerdo.

Roberto dice que le gustaría seguir, quiz ás un tiempo más.

Digo que estando los jugadores en la cancha es tiempo de jugar el partido ahí. Nos despedimos.

Dice Porge: "Algunos llegan a preguntarse si tomar a un niño en análisis. Sí, respondería yo, a condición de detenerse a tiempo".

Acuerdo con esta posición y propongo –a modo de conclusión- considerar también, la posibilidad (escuchando el caso por caso) de un "trabajo analítico", (que aunque no sea quizás, un análisis al modo "tradicional", no deja por ello de ser eficaz) con el o los padres, cuando se escucha que vacilan en "soportar" la función de "sujeto supuesto saber" a la que están convocados por los hijos, para que como en este caso el psicoanálisis no sea un ideal. Y sólo y fundamentalmente también, a condición de saberse retirar a tiempo.

Raquel Gerber

Bibliografía:

Carroll, Lewis. "Alicia en el País de las Maravillas". Ediciones PPP Juvenil Madrid

Freud, Sigmund. La novela familiar del neurótico. Ed. Ballesteros Obras completas

Porge, Erik. La transferencia a la Cantonade. Ed. La torre abolida.

Littoral. La transferencia.

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