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Número 8 - Septiembre 2005
¡Hasta cuando una tragedia!
Un suceso traumático, un refugio psíquico ...
un rescate terapéutico

Hilda Botero

 

Resumen

Un evento traumático marca la existencia de un pequeño, quien, para sobrevivir elige refugios psíquicos primitivos y confundidos con la experiencia del ‘terror sin nombre’. Adherirse para no morir parece que es la fantasía inconsciente que guía a Pedro en sus intentos por conservar una existencia. Sin embargo, adherirse a mamá-analista fue el inicio de su salida hacia mecanismos y estados mentales nominados y comprendidos. La Identificación Proyectiva, una vez redescubrió un continente y un contenido, ayudó a este pequeño a evocar y a verbalizar sus sensaciones primarias que lo condenaban a una tragedia sin fin.

 

Summary

A traumatic experience signs the existence of a child, who, in order to survive, chooses primitive psychic shelters confused with feelings of intense terror, ‘nameless Terror’. Adhere in order to live may be the unconscious fantasy that leads Pedro in his attempts to survive. However, his adhesion (attachment) to mother-analyst was the beginning of his outcome towards comprehended and nominated mechanisms and mental states. Once through the projective identification discovered a continent and content, this child was able to evoke and verbalize his primary sensations that condemned him to an endless tragedy.

 

Introducción

La zona teórica y clínica en la cual una tragedia se ubica es amplia y requiere enmarcar la vivencia dentro de unos parámetros, que exigen, a mi juicio, acercar una lupa clínica, metodológica y teórica para hallar la particularidad del evento y movilizarnos en la especificidad del ser humano que vive, y vivencia una tragedia. Es este un escrito acerca de esa zona emocional, mundo interno-mundo externo intentando diferenciarse para poder integrarse en forma creativa, estructurada y estructurante.

Las relaciones primarias nos dan cuenta de los primeros datos acerca del individuo y su experiencia de existir en el mundo. Las circunstancias y los sucesos que irrumpen en este existir nos guían para entender el desarrollo y la evolución mental. Este trabajo tiene como objetivo observar y analizar la historia de un pequeño de 4 años que a sus 10 meses en su existir irrumpió la tragedia. Pedro presenció la masacre de sus padres. ¿Qué sucedió con su mundo interno/externo, qué vivencias, qué refugios y qué gritos pronunciaría este bebé encerrado en tal tragedia?. Son muchos los interrogantes. Sólo un poco podré acercarme a este evento traumático para comprender sus vivencias. Con ayuda del método psicoanalítico acompañando a este pequeño en el revivir doloroso de su experiencia intentaré comprender y exponer algo de su intimidad emocional.

Revisé acercamientos teóricos que me dieron luces para seguir este sendero oscuro y confuso. Freud (1895 1950) desde su "Proyecto" anunciando una comprensión íntima entre mamá y bebé como protagonistas de la más elemental comunicación introdujo una claridad que comenzó a alumbrarme el camino en aquella oscuridad apremiante. Klein (1946) con sus comprensiones de estados tan primitivos que exploran todo este pensamiento y arrojan modos de acceder a ese estado mental anclado en la relación madre-hijo. Líberman (1979) pensando la vincularidad y con propuestas creativas sobre los sucesos psíquicos que adquieren una gramática especial de comunicación. Bion (1968 …) me permitió hacer preguntas y emitir hipótesis plausibles que permitieran usar mi función alfa para estas comprensiones. Bick me dio la clave para una comprensión esencial: La Identificación Adhesiva, experiencia ésta que con Meltzer (1979) recorrí, y comprendí su manifestación más dramática, un refugio autista.

Comenzaré con algunas consideraciones teóricas que sugiero desde el vértice de mi comprensión para entender el estado mental del paciente. Luego presentaré la historia de Pedro y, una vez más, desde mi background teórico mostraré la historia de su proceso analítico, sus comprensiones y sus posibilidades de salud mental.

I – Algunas consideraciones teóricas

Observamos en Freud su atención puesta en la experiencia traumática como una de las primeras luces que iluminaron su apreciación del funcionamiento mental y cuya conceptualización, aunque sufrió cambios a lo largo de su teoría, siempre lo acompañó de manera determinante en sus planteamientos. De una experiencia real de seducción, pasando por la fantasía de la seducción, fue depurando la comprensión hasta que, a mi entender, luego de sus tres momentos teóricos con sus paradigmas: 1- recordar lo olvidado; 2- volver consciente lo inconsciente y 3-donde hubiere Ello habrá de estar Yo, de manera contundente queda instalada esta experiencia básica inherente a la humanización y al desarrollo. Con esta lente observó el estado mental de sus histéricas por ejemplo. En principio, se me ocurre pensar que en las demostraciones de Charcot, cuando bajo la hipnosis la paciente volvía a dramatizar o a re-vivir una situación y la hacía por lo tanto actual, en Freud confluyeron muchos datos que, unidos, dieron la posibilidad de comprender esencialmente la vital importancia que la memoria tiene como matriz fecunda del conocimiento, del aprendizaje, pero también de la fijación.

En la teoría psicoanalítica el concepto de fijación ha jugado un papel preponderante. Desde el punto de vista de la fantasía inconsciente vincular (Líberman 1979) la fijación sería el resultado de un momento traumático. El momento traumático se estructura por el desencuentro entre la fantasía inconsciente vincular de los padres y del hijo. Es imposible que estos momentos traumáticos no tengan lugar en una relación, pero, desde la perspectiva clínica, nos interesan aquellos momentos traumáticos que tienen como resultado una desestructuración de la fantasía inconsciente vincular planteada en la interacción niño-padres o mundo externo. En este caso el proceso evolutivo se verá afectado por el acontecimiento traumático.

En última instancia, que un momento traumático tenga consecuencias desestructurantes irreversibles dependerá de la capacidad de procesamiento del vínculo interaccional Sujeto-Objeto. Esa capacidad de procesamiento depende a su vez del equipo constitucional del niño y de la plasticidad del equipo vincular inconsciente de los padres, de la cual depende la modulación de la ansiedad. De este modo con un adecuado equipo genético y vincular, lo que se desestructura puede llegar a reestructurarse, incluso llegar a ser un elemento transformador que estimula el crecimiento (Ibíd.).

El momento traumático se estructura entonces a partir de la cualidad con la que se ensamblen los sistemas de interacción dentro del campo familiar madre, padre, hijo. El momento del ciclo vital del niño, y la dinámica parental, ambas consideraciones son determinantes para que una situación se haga o no traumática. Así, tres factores podrían determinar el que un suceso pueda implantarse como traumático, a saber:

1- El momento de la evolución libidinal del niño;

2- La experiencia que se ha venido estructurando con el desenvolvimiento del procesamiento vincular;

3- La fuerza de los acontecimientos circunstanciales y su irrupción en la estructuración de la relación parento-filial. Cualquier suceso en uno de estos factores desorganiza los demás.

¿Por qué el trauma es desestructurante?. El trauma se genera por un desencuentro entre las expectativas del niño y las respuestas del objeto (padres-cuidadores-mundo externo). Ello va a generar, entre otros, el uso patológico de la Identificación Proyectiva que, en principio, el niño usó en sentido realista para hacerle saber a su madre acerca de sus necesidades. Una vez que tiene lugar el desencuentro mencionado la va a usar en sentido patológico, es decir, para deshacerse de las partes de su self que se sienten amenazadas y colocarlas dentro del objeto. Cuando hace esto no es para que el objeto conozca de ellas sino para él no tenerlas más dentro de sí, es decir, para escindirlas y expulsarlas. Esto puede hacerlo el bebé desde un inicio, pues teme el contacto mismo con el objeto por sus informaciones incipientes acerca de éste, o porque la función Introyección-Proyección está afectada por cualquier vicisitud de la relación.

Comulgo con Bion quien sume la comprensión de una vida mental arcaica, in útero, desde este momento se plantea la posibilidad de que las cosas no vayan muy bien, de que las cosas puedan ir muy mal,

" Yo creo que incluso un embrión de tres o cuatro ‘somitas’ vive algo que un día llegará a ser lo que llamamos ‘sensaciones’", y más adelante: "Cuanto más sensible o inteligente en potencia, más posibilidades tendrá de ser lo que posteriormente podría llamarse ‘consciente’ de estas sensaciones, de que no le gusten y por lo tanto de que se deshiciese de ellas" (Rosenfeld 1987 citando a Bion 1980, pp: 234)

Realmente nos desarrollamos, crecemos y, si estamos bien, maduramos en medio de los peligros de los depredadores, de las pérdidas y los desamparos. La experiencia traumática, en su omnipresencia, mantiene viva y apremiante la relación con un objeto malo, psicótico, muerto, o en el mejor de los casos moribundo. No sólo con el objeto, sino con las circunstancias que despiertan al objeto, de manera tal que no hay descanso para este omnipresente estado mental.

II. Un Suceso Traumático

El trauma está asumido corrientemente como: Un choque sentimental o emocional que deja una impresión –lesión- duradera. Veamos, con la lente psicoanalítica, este choque, esta lesión, esta herida. Con un caso clínico intentaré compartir la comprensión de este estado mental y su movilización. Estos son los hechos físicos y psíquicos:

"¿De dónde vengo? … Vengo de mi infancia …"
Antoine de Saint-Exupery.
El Principito.

PEDRO. 2

Pedro es el tercero de los hijos de un matrimonio campesino. La madre dedicada al hogar, el padre a labrar la tierra en una de las tantas veredas asoladas por la violencia en este país, Colombia. A la edad de 10 meses, una mañana, un grupo de hombres armados irrumpió en la vivienda de esta familia y asesinó a los padres y al mayor de los hijos, de 7 años. El pequeño Pedro, quien aún no caminaba, con el golpe recibido en ese espacio concreto y en su espacio mental, buscando en puerto seguro una explicación, o un refugio ante tal silencio luego de la explosión de la masacre, gateó a ubicarse al lado de su madre muerta donde permaneció por varias horas hasta la llegada de las autoridades. Horas más tarde, luego de los sucesos, la policía entró en la casa y encontró a Pedro, en medio de la tragedia y la sangre, sentado en el piso, cerca al cuerpo de la madre. En un matorral cercano a la casa se escondía, sin atrever a acercarse, el otro hermanito, observaba su casa, impotente y paralizado. Parece, según relata el oficial a cargo, que nadie respondió al llanto de los niños. Un campesino dio cuenta de los sucesos: "algo ocurrió arriba en la casa de xxx ". Así se enteraron las autoridades de la vereda. Ya Pedro en ese momento estaba sumido en el silencio. Un organismo del Estado se hizo cargo de ambos niños. Fueron remitidos a un hogar sustituto. No tuve, en el momento de trabajar terapéuticamente con Pedro, referencias de familiares.

Vi a Pedro en la consulta cuando tenía 4 años. Trabajé con él dos veces por semana. Formaba parte de una familia sustituta, con 9 hermanos más con historias muy similares, su hermano biológico estaba allí viviendo con él en la misma familia.

Los responsables del albergue en el cual estaba viviendo Pedro, y su madre sustituta consultaron porque el niño no hablaba, o hablaba muy poco, lo describían como un niño aislado, su madre sustituta estaba preocupada y se sentía incapaz de comprenderlo. Pedro sufría de enuresis y fuerte encopresis. Continuamente su madre lo encontraba, aún en la noche, sentado en medio de sus heces y perdido en el mutismo. Esta situación estaba marcando un terrible rechazo hacia el niño y una turbulencia emocional en su familia. Vi al niño dos veces por semana, más por la restricción de tiempo que imponía el sitio donde vivía, que porque hubiese considerado suficiente este número de sesiones. El tratamiento se extendió por dos años y fue interrumpido por mi traslado a otra ciudad.

III - Surgimiento del campo psicológico vincular

Freud explica cómo de las primeras cualificaciones emocionales intrapsíquicas inscritas en la acción específica surgen representaciones a las que acude el bebé, y que pueden calmar la necesidad e impulsar hacia la modificación del mundo externo. El origen de determinada representación fue la percepción real de un objeto satisfaciente de la necesidad. Por eso el niño puede ir en su búsqueda cuando apremia nuevamente esa necesidad. Esta representación, más la especificidad de la organización de la descarga emocional configuran los modos de satisfacción con los que el bebé es provisto, esto es, moldean en el bebé su actitud ante el recibir, es su ‘modo de recibir’ El objeto responde tanto a la necesidad biológica como a la psicológica. Esta respuesta lleva implícita ya su contraparte, ‘el modo de dar’, el cual habla de la fantasía operante en sus dos vertientes, emocional y representacional en la madre, el vínculo establecido por la madre cuando ella era bebé.

Así, cuando operan las formas de dar con las formas de recibir se abre y se cierra el primer circuito vincular significativo. La interacción de las fantasías que subyacen, tanto a las formas de dar como a los modos de recibir, demarca el significado emocional del vínculo, en su captación emocional y en su captación sensorio-ideacional. Un interjuego simultáneo de fantasías, sumado a cómo es percibido el mensaje y cómo es metabolizado entre sujeto y objeto, constituye un sistema de estructuración cuyos factores dan cuenta de la funcionalidad del sistema. La funcionalidad es la forma de interrelación que se configura entre las organizaciones de las fantasías individuales y el contenido emocional en un todo estructural, junto con las consecuencias que trae la interrelación, satisfacción o no de la demanda representacional y afectiva. Si se resuelve satisfactoriamente y en el momento oportuno el par de opuestos, necesidad-de-recibir/necesidad-de-dar, podríamos decir que se planteó una verdadera funcionalidad normal vincular; se centra la sincronía vincular.

Ahora bien, para que se instale el campo vincular el bebé debe transmitir una buena señal generada por la fantasía operante, por medio de la creación de un circuito comunicacional, y debe ser expresada en una acción adecuada. La madre, cuyos propios circuitos para responder a dicha necesidad se ponen en marcha, debe interpretar y comprender simultáneamente esta señal. La satisfacción de recibir del bebé depende de que la acción lleve implícito un deseo de contener, así, acción y su significación le dan coherencia también significativa, a la conducta. Por su lado, la satisfacción de dar de la madre, o de cualquier adulto, consiste en recibir del bebé una respuesta sincrónica significativa a la fantasía transmitida en el modo de dar, esto implica una retroalimentación a la madre de la idea de ser buena madre. Psicológicamente, proveer al bebé de una experiencia emocional de contener, implícita en la respuesta a sus necesidades, y recibir de parte del bebé la confirmación de tal función continente, hacen la sincronía madre-bebé. "La madre al dar provee de un contenido que se hace continente en el bebé" (Labos, E., 1978, pp: 48) Este movimiento comunicativo permite la progresión del campo psicológico vincular. Es también el proceso narrado por Bick, Klein, Bion, de hacer continente con la experiencia de ser contenido. Y esta es precisamente la cualidad de la relación terapéutica necesaria para comprender el instante en el cual Pedro se congeló.

Ésta es pues la descripción del movimiento comunicativo entre madre y bebé, su teorización nace de la descripción a la que Freud acudió para ilustrar una urgencia biológica, sobrevivir, lo cual nos permite plantear una urgencia psicológica: el vínculo emocional. Primero, una alteración interna en el bebé y enseguida, llamar la atención en el mundo externo para aliviar o modificar su necesidad. Urgencia biológica y urgencia psicológica no pueden disociarse. Y es este principio comunicativo el que Melanie Klein observó de forma tan profunda y dramática en sus niños analizados. Y fue ella quien dio los perfiles teóricos con su magistral conceptualización y denominación de la Identificación Proyectiva:

… La otra línea de ataque deriva de los impulsos anales y uretrales e implica expulsar sustancias peligrosas fuera (excrementos) del yo y dentro de la madre .… Junto con estos excrementos dañinos, expelidos con odio también son proyectados en la madre o, como preferiría decir, dentro de la madre, partes escindidas del yo. Estos excrementos y partes escindidas del yo no sólo sirven para dañar al objeto, sino para controlarlo y tomar posesión de él. En la medida en que la madre pasa a contener las partes malas del yo no se la siente como un ser separado sino como el yo malo (1946, pp: 260) (negrillas mías)

Un trastorno de este mecanismo nos pondría en problemas emocionales graves. Ahora, para Bion este concepto fue estímulo para su creatividad sin límites tanto en su investigación como en la comprensión profunda de la mente. La forma primitiva y primaria de relación del bebé está dispuesta en esta manera de buscar con quién comunicarse, es un movimiento en C (Bion ) El modelo esencial es la relación boca-pezón como objetos parciales, y su abstracción, una relación entre contenido y continente:

… el lactante proyecta una parte de su psique, a saber, sus sentimientos malos, en un pecho bueno. Luego, a su tiempo, éstos son extraídos, re-introyectados. Durante su estadía en el pecho bueno se siente que han sido modificados en forma tal que el objeto que es re-introyectado, se ha vuelto tolerable para la psique del lactante.

De la teoría que he descrito antes abstraeré, para usar como modelo, la idea de un continente en el que un objeto es proyectado y el objeto que puede ser proyectado en el continente: designaré al último con el término de contenido. (1962a, pp.: 122)

En esta atmósfera de comprensión accedemos a la propuesta fértil de este autor cuando nos muestra la Identificación Proyectiva como Realista, es decir, madre y bebé, adaptándose a un sentido de realidad rudimentario demarcan un funcionamiento en el cual, "la identificación proyectiva, habitualmente una fantasía omnipotente, opera en este caso realísticamente. Ésta, pienso, es su condición normal" (Bion 1962b, pp.: 157). Y éste es el modelo de relación por excelencia planteado por Bion.

IV - Un Refugio Psíquico: La Identificación Adhesiva.

Un Refugio Psíquico, funciona como un área de la mente en la cual la realidad no necesita ser enfrentada, y las fantasías y la omnipotencia existen sin restricciones, todo es permitido (J. Steiner 1993). Ante lo intolerable de la realidad, ante la contundencia del evento traumático Pedro buscó un refugio. Allí permanecía congelado en la experiencia, era lo único que le recordaba que existía … que existía con mamá. Los intentos de sentirla viva se planteaban en su delirio de estar pegado. Pienso este instante como una emergencia para el niño, logros ya obtenidos se derrumbaron, y, sin la posibilidad de la mente de mamá, que con su función alfa transformara sus primeros gritos, y su propia función alfa, frágil, precaria, apenas en sus comienzos, sin elementos suficientes para responder y transformar, Pedro acudió a la única posibilidad para sobrevivir: la Evacuación. Evacuación de percepciones de mundo interno y externo, evacuación de emociones …

Como una incapacidad para usar la identificación adecuada y operativamente, lo cual va en detrimento de la proyección y de la Identificación Proyectiva, podemos acabar de entender este caso. Me ubico en la zona emocional y los sucesos descritos por Esther Bick (1968). La Identificación es precariamente intentada, sólo se puede plantear la ‘imitación’. También se intenta la proyección, pero sólo se logra la ‘adhesión’. Es decir, una lucha por el desarrollo y la adaptación: la Identificación Adhesiva. Como primordial comprensión debo señalar esa necesidad primitiva de experimentar pasivamente algo como una piel mental ejerciendo su función de contener las partes del self. El bebé no sabe cómo hacerlo, y las amenazas son de esparcirse en un no-espacio, lo cual pone en peligro dramáticamente su existencia. Con Pedro creo que asistimos a un intento de identificación, la imitación, y de esta forma también a un intento de proyección, la adhesión; los fenómenos, identificación y proyección se afectan uno al otro. Pero aún así, la Identificación Adhesiva es un refugio regresivo, pero también es un paso en el camino hacia la configuración final de la Identificación Proyectiva. Existe un trabajo emocional dramáticamente trazado para la configuración de mecanismos que, en el momento en el que los observamos en acción, a veces olvidamos la tragedia y los esfuerzos de determinados seres para su construcción o su restauración.

El concepto de Identificación Adhesiva (Bick 1968, Meltzer 1979) se fue creando y ajustando ante la observación de niños emergiendo de importantes estados autistas. Niños que funcionaban como si realmente no existieran espacios, solamente superficies, dos dimensiones; las cosas y las personas estaban para ser olidas, tocadas, sentidas. Niños que no podían ubicarse dentro de los espacios, por eso la impresión de que no escuchan es tan ilustrativa, es como si lo que llega al oído inmediatamente sale por el otro, sin atravesar un adentro. Parecen no distinguir entre el adentro y el afuera, o estar adentro y afuera; con una gran dificultad para la conceptualización o experimentación de un espacio cerrado, por lo tanto no hay espacio. Y este no-espacio tiene, por supuesto, repercusiones sobre la relación con el tiempo.

Esta relación de objeto, bidimensional, de superficie, plantea una forma característica de los procesos de identificación. La Identificación Proyectiva no puede ser estructurada ya que requiere un espacio en el cual meterse; y la Identificación Introyectiva tampoco, pues requiere un espacio al cual traer algo. Sería un error pensar que estos seres no tienen objetos internos, la cuestión es que no pueden utilizarlos para procesos de identificación proyectiva pues estar dentro o fuera de ellos es indistinguible. Esta es la base vivencial sobre la cual podemos comprender entonces el porqué de la imitación y la adhesión en lugar de la identificación y la proyección respectivamente. Imitar es ejecutar una cosa a ejemplo o semejanza de otra. Es precisamente no crear. Pero, en estos momentos del desarrollo ya existe una diferenciación entre objeto y sujeto, con una circunstancia que agrava la situación: adentro y afuera no tienen existencia como diferenciados. Esto plantea un estado de confusión con respecto a las emociones y las interacciones. Y refuerza el pánico a perderse en ese no-espacio y ese no-tiempo; a permanecer gravitando sin un objeto con la suficiente fuerza de atracción que le permita cohesionarse. Así, la adhesión también imita esa cohesión buscada por el self. Y, estos individuos van en una dirección y vuelven a la inicial, van hacia otra y retornan a la primitiva, en realidad no se mueven, es oscilante la relación con el tiempo. Y esto tanto concretamente en sus actuaciones, como en sus estados mentales. Las respuestas emocionales al mundo o a los objetos son débiles, delgadas si se quiere.

La imposibilidad de percibir y conceptualizar un espacio, dirige estos niños a simplemente acercarse y adherirse a los objetos de tal manera que la seguridad, y talvez la identidad es absolutamente dependiente del objeto al que se adhieren, por eso se adquieren por imitación, la voz, los ademanes, las expresiones y las reglas, para exponer algo parecido a la interacción entre dos, sujeto y objeto. Aún observamos en estos chicos el drama de la hipersensualidad, pero una sensualidad sin cohesión, ni coherencia. El sentido se vuelve importante en la medida en la cual sea el que calme la ansiedad de desintegración. El color de una pared puede significar emocionalmente la presencia del objeto, por lo tanto la existencia del sujeto-niño. Una temperatura, una consistencia, puede ser íntegramente la madre, y por ende el bebé al mismo tiempo. Sin la existencia de esa temperatura o esa textura no hay madre y no hay bebé.

V - Una relación al rescate de una Mente y una Función.

En nuestro primer encuentro, Pedro no hizo contacto visual conmigo, miraba distraído-absorto hacia el vacío; no respondió a ninguna de mis intervenciones, ni intentó comunicarse conmigo. Durante varias sesiones, llegaba, se sentaba a la mesa de juegos, y volteaba su rostro, y todo su cuerpo, hacia la pared, así transcurría toda la hora de la sesión. Pegaba a la pared todos sus contenidos mentales, aunque su único contenido en esos momentos fuese el vacío. No tenía un adentro, o se había perdido. Cómo hallarlo?, cómo estructurarlo? O re-estructurarlo?. Sólo contenido, precario, desorganizado, gravitando sin ley, y no-continente. Ésta fue una constante en sus primeros meses de tratamiento. Contratransferencialmente Pedro despertó en mí algo que reconocí como pánico. Talvez estaba reproduciendo esa experiencia vivida por él, bebé. Pensé entonces inmediatamente en la descripción del "terror sin nombre" y comprendí por qué es que el pánico está tan comprometido, tan relacionado con la capacidad o el estado de rêverie. El pánico es entonces una situación de angustia en el bebé, o en nosotros adultos, en la cual no encontramos un continente para que nos acoja y dé un nombre a lo innombrable. "el pánico es una angustia demasiada para dos y se acaba entonces por vivir una folie à deux. El pánico es una locura de dos" (Muniz de Razende, 1996, pp: 73). Sí, como una locura percibí el vacío y la desesperanza que se apoderaban de mí ante aquel bebé congelado.

Este pequeño de 10 meses parece que acudió al uso del mecanismo de la Identificación Proyectiva hasta agotarse y agotarlo, Pedro no podía sentir que fueran recibidos sus gritos y sus intentos de contacto con mamá, la desesperanza sugirió al bebé una solución en su fantasía inconsciente: las sensaciones serían la madre, allí estaban y allí estaba ella, ahora respondía en contacto con su piel, con sus fluidos, con la tibieza de una sangre que enmarcaba y daba sentido a su cuerpo-mente-existencia.

Considero ésta, en Pedro, una experiencia crítica del desarrollo que, en verdad, intentando emerger de un estado autista al que llegó como refugio, cristalizó en la fantasía inconsciente de pegarse a una textura y una temperatura que lo unían al cuerpo-madre-muerta-viva. Los orines y las heces del niño representaban el contexto que aseguraban su supervivencia psicológica, así como la sangre aseguró en aquellos momentos la supervivencia psicológica, emocional. Allí, Pedro ‘actuaba’ lo que podría él mismo considerar como el vínculo con mamá. Diría que esta experiencia crítica no se resolvió, el niño está aún estático, congelado, sin tiempo, cautivo en el mismo momento traumático. Un eterno encarcelado. ¡Hasta cuándo esta tragedia!. Pedro estaba y está aprisionado, sin espacio y sin tiempo. La experiencia traumática de la muerte de sus padres derrumbó lo que el niño en la interacción, iba estructurando, y lo sumió en la soledad y en el silencio afectivo. La experiencia se reproduce cada vez que usa sus heces para re-vivir la escena en la cual su madre y su padre dejaron de tener algún contacto vivo con él. Allí regresa el niño cada vez que intenta rescatar sus ‘sensaciones’ cerca al cuerpo de la madre, eran los únicos datos que de ella podía recibir; sólo una ilusión de contacto quedó como una fijación, en la mente, en la historia, y en la fantasía inconsciente del niño.

Nadie podía reparar este golpe en Pedro. La edad en la que se encontraba el niño en el momento de la tragedia, era una edad crítica para enfrentar la muerte de los padres. Por eso, repito, la evacuación, la inversión de la precaria función alfa se instaló en el funcionar de este pequeño. Así, los sucesos acaecidos en la vida de Pedro, en el momento en el que ocurrieron parecían haber mutilado parte importante de sus capacidades vinculares. Un procesamiento vincular como talvez venía labrándose no culminó, estaba en un momento de gran vulnerabilidad, y esta experiencia echó por tierra mucho de lo que se iba estructurando en la relación con sus padres. Pedro, como una defensa urgente, ante la experiencia de muerte, ante el miedo interno y externo a los depredadores, casi concretamente, optó por ‘perder la cabeza’, estado que bien describe a un niño autista: "el autismo propiamente dicho merece más que ninguna otra forma de trastorno mental el calificativo de ‘perder la cabeza’" (Meltzer, 1979), perder la cabeza, o la cordura, y no perder la existencia, no perder a mamá.

En el momento en el cual Pedro se enfrentó con la muerte de la madre y con la búsqueda de un continente que no pudo hallar, acudió a una especie de refugio, el autismo, salió de esa experiencia y de ese mundo y comenzó a gravitar dentro del hoyo negro (Tustin 1987); sin embargo hacía intentos esporádicos de llamar a mamá, de reconectar precisamente la representación de un vínculo precario, idealizado en la temperatura y en la textura de sus orines y heces, en un intento desesperado del niño por escapar a perder la cabeza o perder definitivamente la vida. Un paso fuera del hueco negro fue probar pegarse y quedarse quieto, paralizado. El refugio ahora en la identificación adhesiva para evadir el dolor y las ansiedades de abandono, separación y muerte fue lo que pudo precariamente abastecerse a sí mismo para evitar la no-existencia, para no morir con mamá. Pedro podía permanecer en la ilusión, o el delirio, de conservar a su madre, a su familia, en la medida en la cual se pegaba también a su hermano, y se convertía en su doble, hablaba como él, caminaba como él, reía como él. Pero, solo y en sus desempeños en el colegio y en las demás relaciones Pedro caía al abismo de la muerte. O acudía a actualizar el momento de unión con mamá: orinaba o defecaba en sus pantalones y buscaba un rincón al cual adherirse también hasta ‘ser hallado por alguien’.

Cuando el niño llegó a consulta, como dije, fue muy difícil acercarme a él. Pasó buen tiempo, unos dos meses, para que respondiera a mis permanentes e insistentes intentos de penetrar en su mundo, o, tocar su mundo con algún tipo de contacto. Lo primero que hacía al llegar era tomar su asiento y voltearlo hacia la pared, se sentaba, de espaldas a mí, y así permanecía, parecía no escuchar mis intervenciones. Yo pensaba qué podría estar representando el niño así, en esa postura y con ese tipo de presencia y no presencia. Mis emociones eran tan fuertes que yo podía sentir que me chupaba el vacío, que no veía nada en esa negrura, y que no escuchaba ni un suspiro. Asocié un día al verlo allí hacia la pared y tan lejano, con las narraciones de su madre sustituta de cómo lo encontraba en el baño, en medio de sus heces y en silencio mirando al vacío. Y contemplé a Pedro aquella mañana, sentado en la sangre de la madre y chupado por el vacío, el hoyo negro. Qué momento doloroso reconocer aquel abismo. Y en algún instante de esta experiencia se me ocurrió introducir agua al consultorio. Al principio "no notó nada" , como a la sexta sesión, que el agua permanecía allí puesta y a la vista, comenzó a mirarla, y, huidizamente, y con una rapidez sorprendente, me miraba e inmediatamente volvía sus ojos a su rincón de refugio. Esta introducción del agua al espacio que configuraba la mente del análisis, fue, creo, una oportunidad para replicar sus vivencias, que apuntaban a volverse y volver los límites entre mamá y él, líquidos, de tal manera, que pudiesen ser uno solo otra vez, es decir, de esta forma recuperaba a mamá, o más bien, no avanzaba de aquel suceso, último contacto con mamá, que simplemente se repetía como una experiencia actual. Conmigo podía estar solamente por medio de esa experiencia húmeda que daba "vida" a mamá-analista.

El contacto conmigo lo inició después de varias sesiones de sólo tocar puntos en el espacio de contacto visual conmigo, como una evocación que actualizaba su estado mental. Pedro realmente no introducía las manos dentro del agua, era algo más sutil creo yo, parecía que tocaba suavemente con sus manos el agua, y allí, y sólo así, hacía contacto visual conmigo: levantaba ahora sus ojos hacia mis ojos y, con una expresión de espera pasiva por recibir algo de mí, se sentía en contigüidad conmigo y mi superficie. Sólo hacía este tipo de contacto a través del agua; no jugaba con el agua, la usaba como medio de conducción, talvez para enunciar, en ese lenguaje, un contacto que ya era para él una comunicación buscada.

Yo sentía que se pegaba a mi sombra más que a mi piel, o, llegaba a mi piel reptando por mi sombra, era una vivencia intensa, y allí se ubicaba; esa tibieza, de alguna manera lo calmaba, y así podía usar otro sentido, la vista, para acercarse. Yo comprendía que estaba llamando a mamá para preguntar dónde estaba, así se lo comunicaba, y él permanecía esperando la respuesta directa de mí, le repetía la comprensión que yo había hecho de estos actos suyos, él miraba fijamente al agua, alejaba las manos del agua, y las miraba por un rato, no las secaba, así permanecía, como capturando, o manteniendo en su superficie-piel, los momentos de contacto con mamá-analista. Mis interpretaciones iban configurando un contexto con más sentidos involucrados, él ahora escuchaba también. Pudimos ir avanzando en comprensión y en elaboración de la experiencia de pérdida, la cual no había sido aún procesada, no había desenmarañado su adentro para poder localizar allí a sus objetos; creo que estaba realizando una experiencia de encontrar en mí un adentro que le permitiera estar allí, y de esta forma, él podría ir construyendo un adentro que me permitiría a mí permanecer dentro de él. Mientras todo esto ocurría, Pedro, simple y llanamente se ‘pegaba’ a mi existir. Estar pegado a ‘algo’ probablemente lo ayuda a sentir que es algo y no nada, pero ese pegoteo no es apego ni conexión porque no queda espacio entre el niño y el objeto a que se siente pegado (Tustin 1987, pp.: 154). Esta vivencia de Pedro y cómo la actuaba era lo que describe Alvarez (1985) como adhesión suave al objeto. Esta adhesión suave, dice, configura la transferencia operante alrededor de la cual se forma una sobre-estructura que exhibe un argumento metapsicológico carente de conflicto y escrito con el significado de las relaciones del niño con los objetos. Así, suavemente, Pedro se anclaba en la adhesión como puerto transitorio hacia otra dimensión de relación.

Más tarde, en otro momento del análisis, pudo mirar, o, más bien, observar otros elementos del consultorio, a veces miraba el material de juego pero parecía no comprender para qué era todo eso. Luego volvía a mirar a la pared, a veces se volteaba de espaldas a mí, a veces me permitía ver su perfil. Estaba más bien suspendido en una especie de limbo tibio, por el contacto adhesivo a la sangre-orina, a la sangre-heces, que traían de vuelta la fantasía inconsciente de estar con sus recuerdos, o delirios, de objeto materno. Cada vez que había un logro en la relación terapéutica, éste era precedido por una especie de reedición de sus momentos de volver a la pared-piso cerca de mamá. Pero cada vez también eran más rápidamente superados y, con más confianza iba entrando en el mundo de los otros elementos, los juguetes, por ejemplo. Comenzó a tocarlos poco a poco, no hacía nada con ellos, luego de tocarlos se animó a mirarlos, los llevaba a su mejilla y corroboraba su suavidad o aspereza, luego los dejaba sobre la mesa; no hacía intentos de juego aún.

Un poco más adelante, seguía acercándose a mí, pero ahora lo hacía más a mi piel, y allí se ubicaba. Continuaba sin hablar una sola palabra, pero había establecido una serie de códigos expresivos a través de sus miradas. Llegaba al consultorio y ya no estaba de espaldas a mí. Ahora, avanzaba el asiento hasta ubicarlo al lado del mío, allí se sentaba y me miraba primero antes de cualquiera de las actividades que ya realizaba. Yo iba narrando, verbalizando todas estas acciones, no actos, que él estaba organizando en su funcionar psíquico. Acercaba una hoja de papel, tomaba un lápiz, me miraba, trazaba una figura, me miraba, trazaba otra, me miraba, esperaba. Las figuras que dibujaba se repitieron durante muchas sesiones, y consistían en dos semi-arcos, no tendían a círculos realmente, eran eso, sólo arcos, supongo que iba en camino del círculo; uno abierto a un lado y el otro al otro lado, apenas se juntaban por sus partes convexas. Yo señalaba sus acercamientos a mí cada vez más próximos, como los acercamientos de estos dos aros abiertos, sin llegar a juntarse, ni a cerrarse para poder contener adentro la llegada del otro. Pedro buscaba reconocer en mí un espacio cerrado-continente para él poder ir más allá de mi sombra, para intentar tocarme y luego penetrar, ir a un adentro que tenía que construir, poco a poco. En este momento sin embargo, se hallaba aún sin encontrar el camino de entrar en la analista–mamá; aún preguntando cómo se habla otro lenguaje diferente al sensual. Sus relaciones, que reproducía en la sesión analítica, las realizaba con el uso de la identificación adhesiva.

Mucho tiempo de intentos, avances y retrocesos en el tratamiento necesitó Pedro para acercarse, y sobretodo, para explorar una dimensión diferente a la tibieza de mi sombra, a la superficie de lo sensual. Durante mucho tiempo fue incapaz de hacer de esos arcos, círculos cercanos con un adentro y un afuera, y así reconocernos como un objeto y un sujeto. Yo observaba todo el andamiaje que unía para edificar un mecanismo diferente de comunicación, de reacción ante el mundo.

Los círculos y nuestra relación en el consultorio comenzaron a tener vida en la medida en la cual comenzó a hablarme, me hablaba de los ‘pedazos de casa’, decía, ahora eran dibujos (¡!). Para él y para mí, había algo representado, ‘casas’ decía, ‘pedazos de casas’. Pedazos de mamá, pedazos de Pedro sin poder unirlos en un objeto completo, sin atreverse a plantear una relación íntima. Con ellos comenzamos a construir narraciones de sucesos, los sucesos de su experiencia que, con evocaciones, memorias y palabras fue reconstruyendo. Poco a poco se cerraban los círculos, y comenzaron a emerger como dos entidades que según él eran ‘vecinas’. Ahora en este momento, podía utilizar ya la Identificación Proyectiva. Una vez pudo cerrar los arcos, o mejor, consolidar los círculos, reconocer su casa-mamá, comenzó a utilizar el lenguaje verbal, hacía muchas preguntas sobre mí, y sonreía con facilidad. Comenzó a trasladar de un lado a otro los círculos-casas en diferentes posiciones y espacios en las hojas. Una detrás de otra. Fue un tiempo de mecanismos, maníacos talvez, hallados como fuerzas necesarias para su reafirmación como un contenido en contacto con un continente, es decir, como diferenciación de sujeto y objeto, arriba abajo, adentro afuera etc.. Ahora era curiosa su atracción por la ventana del consultorio. Largas jornadas pasaba allí mirando hacia fuera, con algunos comentarios interesantes y, algunas veces, con aún precarios intentos de reproducir en un dibujo lo que miraba a través de la ventana. La facilidad de proyectar también edificaba la facilidad para introyectar. Y así, ahora proyectando, ahora nombrando el mundo, ahora preguntando, mirando, escuchando, Pedro podía relacionarse con mamá-analista-mundo.

Cuando tuve que suspender su análisis, el retroceso no fue tan grave, no retornó a la Adhesividad, Pedro comenzó a utilizar con fuerza y rabia la proyección de sus dolores, sus reclamos, rabias; del dolor de separarse de mí y de su trabajo. Los meses que trabajamos esta suspensión pudo articular un mecanismo de comunicación más adaptativo y desarrollado que el de la Identificación Adhesiva. Ahora podía usar la Identificación Proyectiva.

VI – Un Comentario Final

Pedro nos muestra los escombros de una tragedia. La violencia que destrozó la relación concreta, real con sus padres determinó una ruptura interna de magnitudes sólo descifrables por medio de las actuaciones del niño. Pedro realmente ‘perdió la cabeza’. El refugio se iba haciendo cada vez más dramático, encerrado en sí mismo, sin lenguaje, y sin contacto, Pedro vivía en la evocación de un mundo sin separación, uno solo con mamá. La percatación de la separación fue, no solamente dramática, sino trágica, de tal fuerza, que derrumbó la estructura yoica de Pedro y redujo a escombros su self. Éste fue un suceso que marcó una experiencia traumática en la vida de Pedro. Vinieron en su auxilio, ante el pánico a no existir, sensaciones que Pedro podía generar como evocación de situaciones de elemento líquido en el útero para, de esta forma estar con mamá. Estas sensaciones podían también recrear una experiencia o vivencia de útero postnatal para recuperar a la madre-continente que no pudo hallar en aquella experiencia trágica, catastrófica. O sea, una búsqueda de ese período intermedio en el cual el niño produce un ajuste de criatura acuática, segura y contendida, hacia las ‘frustraciones de la vida en tierra seca’.

Talvez experiencias buenas en su nuevo hogar cumplían la función de, como un destello, despertar la esperanza de Pedro por el reencuentro con mamá, y daba un paso más hacia su contacto: podía plantear la Identificación Adhesiva. Y como un delirio, se sentaba en aquel tiempo y en aquel espacio-lugar para estar con mamá, sangre-orines-heces imitaban pegarse a mamá, ser mamá. Creo que estos eran sus pedidos de ayuda para encontrar su cabeza perdida, o su madre perdida, pues Pedro "salió de su temprana infancia medio vivo, medio muerto y lleno de muerte" (Armengol, R. 1994, pp.: 215).

Esta situación tan intensa se repitió y repitió durante mucho tiempo en el consultorio, el contacto con el mundo y los objetos fue difícil pero, poco a poco, fue emergiendo de su mutismo y su encierro. Poco a poco también comenzó a revaluar su adhesión y comenzó a investigar cómo construir un concepto de ‘adentro’. Mi actitud continente, presente y viva, ayudó a Pedro a ir reconstruyendo una posibilidad de relación entre un adentro y un afuera. Entre un continente y un contenido. Desde la adhesividad comenzó a plantear salir e investigar más allá. Pudo trasladar al dibujo, poner en él, dos figuras que nos representaban a los dos, y a mamá y bebé, dos arcos, tímidamente cercanos, buscando, a mi entender, cada cual su autonomía e identidad. Más tarde pudo cerrar círculos, pudo jugar a adivinar mis pensamientos, podía sacar y meter del agua sus manos, y más tarde sus juguetes. Es decir, podía ya entrar y salir en mamá-analista. Pintar era allí un intento de traspasar el límite de la adhesividad, de descubrir el puente entre adherirse y penetrar, la diferencia entre bidimensionalidad y tridimensionalidad. Esta exploración fue dolorosa para el niño y despertaba sus caídas en el vacío en el momento de la ruptura del vínculo con la madre. La verbalización de todo este proceso en el análisis fue dándole elementos de realidad, de experiencia de contención para poder mirar diferente, para pasar de una mirada que se pega, que sólo es contacto, a una mirada que penetra e investiga.

Creo que Pedro, pudo armar, re-configurar, rescatar y perfeccionar la identificación proyectiva para su comunicación, y mostrar su estado mental lleno de contenidos de vacío y añoranza. Para comunicar su búsqueda de objeto y su necesidad de reparación. El uso de la Identificación Adhesiva fue un refugio intermedio al que acudió, con elementos emocionales talvez más acordes a un recuerdo, a una representación primitiva de objeto separado.

El reto para el niño era, con unas circunstancias diferentes a las que promovieron sus refugios, hacer construcciones vinculares reparatorias y firmes del objeto de relación, donde las relaciones consigo mismo y con el mundo se beneficiarían promoviendo el crecimiento y el desarrollo emocional. Ahora el objeto externo podía intervenir de otra forma para confeccionar un modelo de relación diferente al que marcaba la sin-salida de Pedro, un objeto sin vida que no podía responder a su búsqueda y a su necesidad. Ahora podría ubicar dentro de sí, un objeto capaz de sostener la atención y ser vivenciado como capaz de mantener unidas las partes de su self. El escenario continente-contenido ahora era diferente. Los rastros en la memoria inconsciente dejados por la situación traumática de muerte, o/y pérdida del objeto externo-interno, y que acompañaban su evolución emocional, podían ahora, con un cambio de circunstancia, cambiar también la cualidad del objeto a ser introyectado en la relación analítica.

Notas

2 Este material clínico forma parte de un trabajo más extenso: Camino a la Identificación Proyectiva. Comunicación y Relación de Objeto, presentado a la Comisión de Enseñanza de la Asociación Psicoanalítica Colombiana 2002

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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