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I.- De las disciplinas a los modelos multidisciplinarios.
El conocimiento de las disciplinas no fue capaz de explicar ni de satisfacer las necesidades que emergían de la mujer maltratada. De tal manera la noción de multidisciplinario apareció en nuestra forma de abordaje, la unión por medio de la superposición de los conocimientos producidos al interior de las disciplinas fue una respuesta a la falta de poder asir con efectividad el problema del maltrato. Como hito podemos calificar este avance, las mujeres ya no tenían que moverse de un lugar a otro, de una institución a otra, los centros se equiparon de trabajador@s sociales, psicólog@s, abogad@s, médic@s, maestr@s, sociólog@s, criminólog@s, y otr@s profesionales. El mérito político era patente: la voluntad de muchas personas por brindar alternativas a los diversos problemas y necesidades que tenían las mujeres, quienes por fin comenzaban a contar con espacios especializados. El punto central radicó en la intención de conjuntar esfuerzos, aunque al principio queriendo acotar e imponiendo las formas de trabajo de las disciplinas, de hecho, era puesta en la tabla rasa la singularidad de la mujer maltratada.
La experiencia multidisciplinar comenzó a tener sus frutos, tanto para las usuarias como para los profesionales, en las primeras, la fortuna de saberse con un lugar proyectado para su atención, y en los segundos, la crisis producida por la cercanía de los saberes. Las acciones eran limitadas, justamente por los límites del quehacer de cada una las disciplinas, además de un marco social y jurídico carente de sensibilidad, ya no digamos de mecanismos que facilitaran el trabajo, porque eran ausentes. Si echamos un vistazo a la historia de las instituciones podemos valorar todo el esfuerzo que ha costado, y cómo hemos ganado espacios, legitimado nuestras acciones más allá de la sensibilidad ante el dolor de las mujeres que padecen violencia, estamos descubriendo e implementando acciones gracias a que nos hemos acercado a escucharlas.
Trabajando desde la perspectiva multidisciplinaria solemos decir: "desde el punto de vista legal la señora deb e . . ."; "psicológicamente la señora se encuentra muy alterada pero es que los abogados . . .". Lo que hacemos es división, con tantas porciones como especialistas colaborando, quedándose en acciones parciales por seguir una lógica de sumar y agregar: "de eso se encarga la psicóloga, yo me encargo solamente de lo legal", "pregúntele a la trabajadora social ellas saben como canalizar". Así como su antecesor, las disciplinas, el modelo multidisciplinario hace notar sus carencias, en las instituciones somos testigos de combates férreos, descalificadores y sordos, en donde el "caso", ya no importando la mujer que padece violencia, es tomado como pretexto para sostener una verdad, la verdad de cada disciplina, o peor aún de los "profesionales", queriendo asumir el liderazgo en el esquema de intervenciones, convirtiéndose en una lucha de poder, por ende, las acciones impuestas generalmente distan de las demandas de asistencia de las mujeres. En este escenario se ve claramente la necesidad de implementar modelos interdisciplinarios que aspiren hacia la transdisciplina.
II.- De la interdisciplina-transdisciplina.
Para Rolando García (2000) el asunto de interdisciplinar es poder crear una articulación, metodológicamente congruente, de los distintos saberes en una práctica convergente. La interdisciplina tiene como característica no sólo el hecho de ser un espacio y discurso en común, sino también, pretende realizar una mirada abarcativa e incluyente, en donde el conocimiento no se agota en la propia identidad, ya que su eje ético no proviene del quehacer disciplinar ni de los miembros del equipo, emana de la mujer, del sufrimiento al padecer violencia, de no hacerlo, como lo advierte Luis Camargo (2000), consumiríamos interdisciplina, "la interdisciplina se consume en sí y a sí misma, es decir aborta la posibilidad potencial de cada una de las disciplinas, en su especificidad, de alojar la singularidad del sujeto y de su padecer". Agregaríamos, quedándose únicamente en el plano del discurso para ser escuchado por los otros miembros del equipo, no para implementarlo, creando un discurso útil para "institucionalizar" a la mujer y sus demandas, que nuevamente se topa con un discurso, ahora institucional, que implanta y le dice cómo ha de sentir su vivencia y cómo ha de salir de ello. La puntuación de Alfredo Pais (2000) es oportuna: "Para que la interdisciplina sea posible, es menester que cada especialista sea capaz de trascender las fronteras de sus dominios epistémicos, que sea capaz de abandonar la seguridad y el confort que otorga un saber supuestamente logrado y se arriesgue a escuchar otros discursos que, por el solo hecho de ser pronunciados, cuestionan y ubican los límites del propio".
Denise Najamanovich (1998) a modo de introducirnos a la comprensión de la interdisciplina nos recuerda que la palabra disciplina, en alguno de sus sentidos, implica orden y normatividad. Puntualizando la autora nos comparte una mención de Alicia Stolkiner "La interdisciplina nace, para ser exactos, de la incontrolable indisciplina de los problemas que se nos presentan actualmente. De la dificultad de encasillarlos. Los problemas no se presentan como objetos, sino como demandas complejas y difusas que dan lugar a prácticas sociales inervadas de contradicciones, imbricadas con cuerpos conceptuales diversos". Si algo ha tenido la emancipación de las mujeres es precisamente ser un movimiento de independencia, comportándose indisciplinadamente contra las ataduras del patriarcado. Es la misma Alicia Stolkiner (1999) que nos insiste en observar dos niveles de cuestionamiento: el primero, epistemológico y de historia del conocimiento, en donde tendremos que reconocer que los campos disciplinares son una construcción históricamente determinada; y el segundo, un nivel metodológico, propiciar las condiciones para el desenvolvimiento del equipo interdisciplinario.
En lo que toca al nivel metodológico, sin lugar a dudas el primer paso en el campo de la violencia lo marca la perspectiva de género, que nos permitió analizar el complejo de las relaciones de poder determinadas por la desigualdad entre hombres y mujeres, buscando entender, pero al mismo tiempo trasformar (Caséz, 1998). La invisibilización y naturalización, procesos que dificultaban la comprensión y reconocimiento de la violencia han sido develados merced la perspectiva de género (Corsi, 2001), digamos que ha venido a reconfigurar los conocimientos disciplinares atravesándolas con concepción común en los campos del saber, es decir, ha realizado un acontecimento transdisciplinar (Rocchietti, 1998). A propósito, María del Rosario Lores (1999) define como transdisciplina el momento en el cual "el objeto de estudio de una disciplina es redefinido sobre la base de conocimientos obtenidos por el desarrollo independiente de otra, dando lugar a un nuevo campo de estudio". La transdisciplina resulta de la complejidad de los problemas, de ahí que la complejidad del campo de la mujer que padece violencia requiera ser pensado transdisciplinarmente.
Los derechos humanos en general y sus instrumentos (ver Rodríguez, 1994), así como todos los logros en materia de protección a la mujer, internacionales y nacionales, junto a la perspectiva de género resultan ser una buena plataforma para interdisciplinar, pues nos permiten tener un hilo que permita tejer y suturar la distancia entre disciplinas, insistiendo en que lo que nos permite transdisciplinar es contar con una perspectiva interdisciplinar en donde poseamos con una concepción ética en común que nos reubique orientándonos hacia la particularidad de la mujer que sufre violencia y los problemas que la aquejan.
Un avance metodológico hacia la interdisciplinariedad-transdisciplinariedad resulta de los modelos globalizadores, que nos permitan articular e integrar, cuidando de no cometer atrocidades metodológicas en el afán de interdisciplinar-trasdisciplinar. Urie Bronfenbrenner (1979) amplió nuestro trabajo enormemente con su perspectiva ecológica del desarrollo humano, resaltando el papel activo del humano, así como la progresiva acomodación mutua entre el humano en desarrollo y las propiedades cambiantes de los ambientes inmediatos, de tal manera las realidades (individuo, familia, sociedad y cultura) pueden entenderse articuladamente, un sistema dinámico compuesto a su vez por otros subsistemas. Otrora decíamos: "el hombre es biopsicosocial", aunque no explicábamos como se eslabonan los diferentes planos, con Bronfenbrenner postulamos: l@s human@s somos seres ecológicos. Gracias a Jorge Corsi (1998) la lectura ecológica nos permite explicar la violencia de manera organizada, desplegando sucesivamente sistemas y dimensiones que mantienen relaciones recíprocas, evitando aislar el conocimiento o monopolizar algún contexto.
En la práctica institucional no parecen suficiente los avances en la perspectiva de género y el modelo ecológico, se requiere una forma de trabajo que coloque como centro no al objeto mujer-maltratada, vista desde afuera por los "expertos", sino a la persona, la mujer con un devenir histórico, y una subjetividad a respetar. Necesitamos escuchar sus demandas, devolverles la capacidad de elegir que han de hacer con sus vidas, contar con su libertad, no imponerles decisiones, como solemos hacerlo cuando trabajamos pensando desde lo disciplinario o institucional multidisciplinario. La metodología de investigación acción participativa (IAP) embona bastante bien con las intenciones de pasar de la multidisciplina hacia la interdisciplina-transdisciplina, pues su intención es la participación conjunta las personas y los profesionales en la solución activa de los problemas, planteando una acción-reflexión-acción en espiral continua, ya no una línea de acción o intervenciones diseñadas en el marco de sistemas simples, que no reflexionan sobre sus implicaciones ecológicas y las nuevas acciones a emprender. IAP es una estrategia para la acción (Cano, 1997), recordemos algunos de sus postulados:
Los problemas son definidos, analizados y resueltos por las personas afectadas.
El objetivo es transformar la realidad a favor de las involucradas.
Incrementa los niveles de conciencia de su propia realidad.
Es importante resaltar que algunas profesiones tienen como metodología formas similares a la IAP, sólo faltaría apuntalar el trabajo en conjunto con la persona, la idea es cambiar frases en los manuales de procedimientos, por ejemplo: "Definir el problema", posicionados como expertos externos, por otra más acorde a la IAP: "Definición conjunta del problema, mujer que padece violencia y profesional responsable". Prácticas como esta podrán devolver o construir una nueva independencia y asertividad en las mujeres que atendemos, y al unísono romper vicios profesionales, acrecentando nuestros saberes.
La necesidad de un trabajo interdisciplinario parece estar en la buena voluntad de todos los profesionales que intervienen en el campo de la violencia, sin embargo tenemos qué hacernos la pregunta del por qué no se ha dado. Juan Arana (2001) nos proporciona algunos puntos a reflexionar: a) la interdisciplinariedad es un lujo prescindible, entendiendo que hay cosas más necesarias y urgentes; b) las luchas de saber-poder que se convierten en una cuestión política y de interés de grupo, sobretodo cuando los directivos ven el trabajo como escalón político a beneficio propio; c) el interés por lo inmediato y a corto plazo de las administraciones. Todas estas son extrínsecas, sin embargo existen otras intrínsecas, tales como: a) babelización de la cultura; b) multiplicación de lenguajes y metodologías ultraespecíficas; c) propuestas que inicialmente comparten una perspectiva interdisciplinaria empero que se colocan como el eje por donde circularán las acciones (particulocentrismo).
III.- La educación continua en los profesionales que trabajan en el campo de violencia.
El primer paso hacia la interdisciplina es darse cuenta que nuestro saber está en falta, y por el otro lado, producir acciones interdisciplinarias, creando los espacios y dispositivos interdisciplinarios (Stolkiner, 1999), además de que pueden ser analizados como grupos, con lógicas subjetivas e intersubjetivas. Del lado de la educación se pueden implementar formas de aprendizaje situado en estas comunidades de aprendizaje que son los equipos interdisciplinarios, en donde, siguiendo la experiencia de Wenger (2000) podemos esperar en el diseño educativo tensiones entre la participación y cosificación, lo diseñado y lo emergente, lo local y lo global, e identificación y negociabilidad.
El espacio interdisciplinar consiste en compartir una concepción similar-homogénea del problema de la mujer maltratada a modo de plataforma para guiar nuestros esfuerzos en un mismo sentido, no solamente compartiendo un espacio físico como en la multidisciplina. Uno de los posibles dispositivos de trabajo es transitar de las juntas de supervisión y/o revisión de caso (con una actitud de saber) a generar una prosa consensuada por los profesionales responsables, proponiendo hipótesis y acciones ante los otros compañeros reunidos, nutrirse es el objetivo, no crear un ambiente paranoico en búsqueda del error. Pasar de las jefaturas que imponen direcciones, sin jamás haber estado enfrente de la mujer de la cual se está hablando, a una persona que coordine, respetando los esfuerzos y permitiendo el diálogo, su aportación es la experiencia, no el poder vestido de saber. Un campo fértil son los proyectos de investigación interdisciplinar, así como la creación de programas preventivos comunitarios diseñados por equipos interdisciplinarios, esto implica asumir que estamos ante una realidad compleja, de manera que se ha de reflexionar "porqué es un problema complejo y en qué consiste su complejidad" (Agazzi, 2002). Estas prácticas podrán hacer de la interdisciplinariedad no una aspiración sino un proceso instalado en nuestros centros de trabajo.
Los profesionales no terminan sus formaciones cuando egresan de las universidades, la formación o la deformación, como bien diría el maestro Perrés (1992), se da a través de la institución. Aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos, y aprender a ser, los pilares de la educación (Delors, 1997), junto a la política de Educación para Todos (UNESCO, 2000) engranan muy bien con la intención interdisciplinar-transdisciplinar. Los programas de educación continua para los profesionales en violencia deberán fomentar procesos limitáneos, experiencias de multiafiliación, estilos y discursos de constelaciones más amplias, y la participación institucional (Wenger, 2000). Pensando en que la meta es crear dispositivos de trabajo interdisciplinar tal educación continua tendrá que respetar los siguientes criterios: a) diversificar la gama de conocimientos que permita captar globalmente la realidad, de ahí que la educación continua no sea de algunos cuantos ("los que entienden mejor") sino para todo el equipo no importando su profesión; b) lenguajes comprensibles para todos, con la mira de alejarnos de los lenguajes exclusivos que se convierten en excluyentes; c) compartir de este conocimiento producido al interior de las instituciones con otras, sea en acuerdos de colaboración e intercambio temporal del personal.
Las instituciones con esta propuesta interdisciplinaria hacia la transdisciplina, necesitan de manera indispensable que los profesionales tengan un amplio conocimiento de su disciplina, también solicitamos habilidades profesionales (disposición al trabajo en equipo, capacidad de argumentación y persuasión, etcétera), pero ahora requerimos que sean competentes. El concepto competencia, venido de la educación, no es ajeno a la literatura de violencia, ejemplo de ello, la "competencia parental" trabajado por Jorge Barudy (2005) a razón de los buenos tratos a niñas y niños. Podemos definir la competencia como "la capacidad de construir esquemas referenciales de acción o modelos de actuación que faciliten las acciones de diagnóstico o de resolución de problemas productivos no previstos o no prescriptos" (Catalano, A., Avolio de Cols, S., y Sladogna, M., 2004). Aspecto nodal en las competencias es la responsabilidad por parte del profesional al hacer uso de su saber, responsabilidad que podemos leerla acá como ética para con la mujer víctima de violencia.
A modo de conclusión se tornan pertinentes las palabras de Edgar Morin pronunciadas en una conferencia, verdadero adalid de la cruzada en pro de la transdisciplinariedad: "no se puede producir una transdisciplinariedad con la voluntad de hacer la transdisciplinariedad; necesita un pensamiento que pueda organizar los varios tipos de conocimientos de la disciplina, para dar digamos, una visión transdisciplinar; . . ., la transdisciplinariedad viene después de un pensamiento organizador complejo, no puede venir antes". Aclarando, para no caer en equívocos, la concepción transdisciplinariedad de Morin es más amplia ya que se trata de una proyecto social y planetario, trascendente, buscando un diálogo nuevo entre las diferentes formas culturales (Lores, 1999), empero concordamos que la "visión transdisciplinar" es lo que posibilita a la interdisciplina, cuyo eje ético es la mujer que padece violencia, transdisciplinar. Tomando la enseñanza de Alicia Stolkiner (1999): "A mi gusto, lo transdisciplinario es un momento, un producto siempre puntual de lo interdisciplinario".
Guadalupe, Nuevo León a 14 de septiembre de 2005.
Muchas gracias a las personas que de una manera u otra han estado en este proyecto: Imelda Flores (mi jefa, Coordinadora de Centro de Atención Familiar); Fernando Muñoz, Marycarmen Cantú, Sergio Molina, Manuel Muñiz y Guillermo Hernández (Maestros de la Escuela de Ciencias de la Educación); a las personas en Argentina que amablemente me han escuchado: Sergio Roccihietti (Director de la Con-versiones, Revista transdisciplinaria), Leonardo Rodríguez Zoya (Coordinador de Comunidad de Pensamiento Complejo), Ariel Pernicone (Director de Fort-da, Revista de Psicoanálisis con Niños), y muy especialmente a la Dra. Alicia Stolkiner (Catedrática de la Facultad de Psicología de Buenos Aires) que sin sus opiniones hubiese naufragado mis ideas, nuevamente mi profundo agradecimiento doctora, pocas líneas grande visión. Enedelia Zúñiga, Diana Monsserratt Díaz, y Jorge Arredondo, gracias por corregirme el trabajo.
Referencias
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