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Número 13 - Mayo 2019
Tiempo y psicoanálisis
Estela Stilman de Gurman


Tiempo y psicoanálisis es el título que elegí para mi trabajo, quizá podría haber sido el psicoanálisis en el tiempo, no estoy muy segura de ello. Si, tiempo para que se siga sosteniendo abierta una pregunta, que no coagule el psicoanálisis como un todo saber o saber todo. En todo caso, aperturas a saberes a advenir que también caerán. Caída de saber/es bajo la represión y el olvido que darán lugar para que algo de una verdad retorne. Nuevas preguntas y así seguirá la cosa. ¿Seguirá así? Tal vez ésta es una buena cuestión para debatir.

¿El psicoanálisis hoy, sigue los caminos abiertos por sus fundadores?

Quiero citar aquí un fragmento de un trabajo publicado por Luis Gusmán en Conjetural N 45: “Entonces se sitúe el hombre en el campo en el que se sitúe, la pregunta freudiana interpela la posición hipócrita que, amparada en la censura, impide toda crítica y discusión respecto de la verdad que nos concierne, apelando a una política del silencio que implica la posibilidad firme de considerar a la hipocresía como un síntoma que no tiene época”.

Quizás podríamos enlazar esta cuestión y el aún ligado al “no quiero saber nada de eso”, con esta suerte de función develadora que hace del psicoanálisis un instrumento necesario en cuanto a lo que el autor citado denomina hipocresía y síntoma que no tiene época. Cuando me refiero a esta función develadora, estoy lejos de suponerle al psicoanálisis una posición que lo ubique por encima de cualquier otra disciplina o saber de los que conforman nuestra cultura, ni tampoco le atribuyo el lugar de una cosmovisión, simplemente recuerdo su capacidad de interpelar. Interpelación que debería abrirse al menos en dos direcciones, una: hacia el propio psicoanálisis en su práctica teórico clínica; y otra, en dirección a su modo de insertarse en el contexto histórico cultural en el que se encuentra.

Ahora bien, si de lo que se trata es de sostener una pregunta, y ésta se reconoce como freudiana, nos encontramos una vez más en el terreno o en el núcleo mismo de la sexualidad, sexualidad infantil en tanto no hay otra.
A pesar de tantos saberes y respuestas que produce la cultura, respuestas que van desde los psicofármacos a los vigorizantes, a las técnicas que predica la sexología, a las terapias de diversa índole, métodos educativos, etc., el psicoanálisis, a no ser que devenga hipócrita, sigue sosteniendo los interrogantes. Sabemos (es un decir) del riesgo de olvidar las verdades que se dicen en las teorías sexuales infantiles para suplantarlas con verdades científicas.
El psicoanálisis no deja de preguntarse por el sexo y su inevitable conjunción con la muerte (léase castración), dicho de otro modo por aquello que no deja de ser fuente de malestar.
Malestar para el que no existe tiempo cronológico, ya que en el orden del deseo de lo que se trata es de su indestructibilidad, de lo imperecedero del mismo.

Esta suerte de pequeño recorrido viene a cuenta de algunos deslizamientos que suelen aparecer no solo como cuestionamientos a la inserción del psicoanálisis respecto de otras prácticas en el contexto de la actualidad, sino, a cierto efecto de infección que se produce dentro del psicoanálisis mismo.

Quisiera tomar a modo de ilustración en relación a lo anteriormente señalado, la remisión a las ideas de “subjetividad de nuestro tiempo”, a la insistencia en la “actualidad” o las referencias frecuentes a “nuevas patologías o nuevas subjetividades”.
Partiendo de esta última idea, intentaré llevar los cuestionamientos un poco más allá. Podría decirse que en esa suerte de apología de lo nuevo, se encierra una paradoja ya que remite a una concepción descriptiva y fenoménica que precede temporalmente al pensamiento psicoanalítico y que remite al modo de operatoria médico-psiquiátrica con las nosologías a cuestas, que no incluyen ninguna otra innovación, salvo la de algún fármaco de nueva generación o intentos de transformar lo que en algún tiempo se concibió como producto de alguna herencia, en cuestión genética. Determinismos cerrados, que bajo la máscara de cientificidad operan a contrapelo de lo que propone el psicoanálisis.

Pero vuelvo a reiterar que en torno a esto, los psicoanalistas no estamos exentos de alguna complicidad, sobre todo allí donde nos vemos convocados a estar a la altura de nuestro tiempo, o subyugados por la invitación de Lacan, (mal interpretada algunas veces) a unir a nuestra práctica el horizonte de la subjetividad de la época.

Digo, punto éste, que se torna altamente conflictivo si intentamos algo más que repetirlo o repetir algunas fórmulas de los discursos, sin contextuar de lo que se está hablando.
Pero voy a poner por el momento esta cuestión entre paréntesis, para ubicar primero algo del orden de lo que llamo eje temporal.

Primero de todo, intentaré definir qué entiendo o desde dónde  pienso la cuestión de lo actual, ya que no se trata a mi entender de fusionarlo con la idea de presente ni con la de contemporaneidad. Dicho de otro modo si hablamos desde el psicoanálisis lo actual tiene su especificidad. También es cierto, que en cualquier diccionario de la lengua castellana, actual y presente aparecen como sinónimos, pero también podemos decir que no necesariamente lo son. Lo actual puede no inscribirse como presente, así como pasado es aquello a restituirse a partir de un trabajo propio del análisis y no se da de suyo, lo actual para el psicoanálisis, podrá o no advenir presente, si algo de ello se puede procesar para que advenga como tal. Recordemos  que al menos para Freud lo actual no tiene inscripción psíquica, es lo no historizable. Dicho de otro modo, no forma serie, no puede ser sustituido por otro elemento en un encadenamiento simbólico, insiste en un mismo lugar. Se tratará entonces de pensar si es que alguna operatoria analítica puede incluir “eso” en una lógica temporal que lo integre en el eje del pasado-presente-futuro, es decir que lo destituya de su atemporalidad.

Si la concepción del tiempo en psicoanálisis es solidaria de la retroacción, ¿Cómo pensar eso que se dice actual? Necesariamente habrá que incluir alguna mediación para que lo inmediato no clausure lo que precisamente hace a la singularidad del psicoanálisis.
En nuestra clínica no dejan de darse presentaciones que guardan las características anteriormente señaladas, pero creo que otorgarles el status de lo nuevo, homologando nuevo con actual y éste con presente o contemporáneo, nos lleva a un camino erróneo, tanto como repetir en eco lo que la difusión mediática ha tomado como leimotiv.

Si bien categorías como lo actual en Freud pueden ser repensadas, desecharlas como algo del pasado para sustituirla por términos más nuevos, no creo que aporten demasiado. Una propuesta posible es intentar leer eso “actual” desde los tiempos lógicos, y poner en juego por ejemplo, que una detención sin vacilación sostiene esas presentaciones que parecen estar por fuera de cualquier historicidad, salvo la que se ofrece como pura actualidad (un sin tiempo, pura continuidad, etc.)
La otra cuestión, no ajena a lo anteriormente planteado, tiene que ver con la pregunta acerca de qué queremos decir cuando hablamos de subjetividad de la época. Lo formulo como pregunta y dudo que pueda siquiera aproximarme a una respuesta, pero sí creo que no es tema abordable sin incluir la cuestión del malestar en la cultura.

Malestar en la cultura intrínseco a la concepción misma del humano como parlêtre y a lo indisociable de esa conjunción. No obstante, no siempre decimos lo mismo cuando hablamos de dicho malestar, suele producirse un deslizamiento al suponerle a la cultura ser fuente de dicho malestar o causa de la misma, sin tener presente que es lo no procesado por la cultura, lo no subsumible a la misma lo que lo causa. Y que eso no subsumible opera desde instancias superyoicas herederas de lo pulsional mortífero que no logran ser atemperadas. Hay aquí, una distancia significativa con la idea de un superyó normativizante. Pensar en estas diferencias no es sin consecuencias.
Ahora bien, retornando a la pregunta de a qué llamamos subjetividad de la época, podemos plantear dos cuestiones: una de ellas es si nos referimos a las formas o expresiones que la cultura despliega en relación a su concepción de sujeto, y otra, es si nos referimos a los diversos modos en que los sujetos pueden procesar el malestar.

Respecto a las formas en que la cultura y sus saberes conciben la idea de sujeto, tendríamos que referirnos a las distintas cosmovisiones que van desde el pensamiento filosófico  de una determinada época, al pensamiento científico, a las religiones, a las concepciones políticas, etc.

Entonces ¿qué queremos decir los psicoanalistas cuando decimos subjetividad de la época? Nunca he dejado de asombrarme con el hecho de que más allá de acontecimientos que implican rupturas de continuidades, al menos, en la época en la que uno es partícipe activo no deja de guardar o contener simultáneamente diversas épocas o tiempos. Me resulta atractiva la metáfora freudiana de las capas de lava, donde no dejan de coexistir diferentes tiempos, es una metáfora que rompe con otras que también están en Freud, de corte más evolucionista. Dicha metáfora es válida siempre y cuando no se le suponga ningún tipo de jerarquización.

La idea de coexistencia o simultaneidad excluye a mi entender o limita el intento de recortar lo nuevo como un absoluto, sobre todo nos permite cuidarnos de establecer rápidas generalizaciones al estilo de: “en esta época los jóvenes”, o “ahora que la palabra está devaluada”, etc. Como observables pueden algunas de estas afirmaciones ser válidas, pero ¿con  eso, podemos decir algo acerca de una supuesta subjetividad de la época?

Si como analistas nos ocupamos de aquello singular que se juega en la clínica bajo transferencia (lo que no hace obstáculo para poder llevar nuestro pensamiento y nuestra teoría, un poco más allá) ¿podemos entrar en universales que deniegan dichas singularidades y diferencias y que hacen a eso que denomino dimensión temporal?

En “Un nuevo sofisma… “ Lacan establece claramente la diferencia entre colectividad y generalidad. A la primera la define como grupo formado por las relaciones recíprocas de un número definido de individuos, y para la segunda reserva la concepción de una clase que comprende de manera abstracta a un número indefinido de individuos. Es decir, ubica allí a la masa freudiana.

Podríamos pensar entonces un psicoanálisis que trabaje sobre la idea de colectivo como categoría lógica, pero que deja de ser tal cuando se ubica en lo que se denomina generalidad y/o universalización. Es sobre esta línea que la idea de subjetividad de la época corre el riesgo de deslizarse.

Si nos tomamos el trabajo de re leer “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna” (Freud 1908), y recortamos algunos párrafos atribuido a un autor de la época., W. Erb, quien trata de ubicar lo que llama “algunos hechos generales, logros de los tiempos modernos” para explicar las causas de la nerviosidad de la época, no dejaríamos de asombrarnos por las similitudes que muchas de sus descripciones guardan con más de un texto referido a la llamada hoy posmodernidad. Si reemplazamos algunos detalles como los que hace a los hallazgos técnicos de ese tiempo como fuente de alteraciones en las relaciones entre las personas, y los sustituimos por otros como los que nos acompañan hoy (por ejemplo reemplazar teléfono por Internet), si no nos quedamos con lo meramente descriptivo, las referencias a las causas de las perturbaciones nerviosas, se inscriben dentro de lo que podría designarse como: alteraciones de los lazos sociales, masificación, alienación. Yendo un poco más allá podríamos leer allí, que de lo que se trata es de instancias vinculadas al desvanecimiento o borramiento del lugar del sujeto.

Pero aún haciendo estas consideraciones, cómo no titubear ante la posibilidad de caer de una u otra manera en un planteo de orden general. Aún allí podemos soslayar a pesar de las buenas intenciones, lo que de singular ha de capturar nuestro foco y que hace a la especificidad de la función del análisis.

Quisiera aclarar que no me estoy refiriendo, ni mucho menos, a la fórmula equívoca o equivocada de homologar lo singular con lo individual, o psicoanálisis con psicoanálisis individual como si esta última formulación tuviera algún sentido.
Dicho esto, sigo pensando que no se trata de dejar escapar el lugar que el psicoanálisis puede ocupar (o debería) en relación a los problemas de la cultura y de las expresiones sintomáticas que surgen en ella.

Quizás la idea es precisamente rescatar el valor de síntoma que puede orientar nuestro aporte y especialmente de los síntomas que se producen a nivel de los lazos sociales, de los cuales no estamos exentos los psicoanalistas y las formaciones o agrupaciones que constituimos. Valor de síntoma que implica alguna verdad que se sostiene allí.

Estamos acostumbrados a plantear cuestiones como la forclusión del sujeto en las Ciencias, esta referencia lacaniana es ya un clásico, pero ¿puede pensarse que dicho efecto, u otras instancias donde algo del sujeto queda excluido se produce también en relación a otros saberes, y que el campo mismo del psicoanálisis no está exento de tal riesgo? Algunas formas de su institucionalización bordean el borramiento de las singularidades ya sea bajo la forma de una transmisión tipo religión o la instauración de un nombre propio a modo de lugar de un Ideal que convoca a la sumisión al maestro o a los ideales que el mismo porta.

En este sentido recuperaría la cita hecha al comienzo acerca de la hipocresía como síntoma, en tanto bajo una apariencia que es, la de lo que se da a ver, queda oculta una verdad que cae bajo efectos de censura y que es de lo que no se habla. Ocultamiento consciente algunas veces en aras de “las buenas relaciones”, o intereses institucionales, negación o desmentidas otras, en fin, lo que pasa en cualquier parte pero sin apoyatura en argumentaciones psicoanalíticas.

Si seguimos sosteniendo la función subversiva del psicoanálisis, esta función no debería entrar en contradicción con la existencia de un mayor reconocimiento del mismo en el ámbito de la cultura. Es cierto también que esa misma aceptación puede estar al servicio de su banalización o por qué no de su desmentida.

Si retomamos al Freud de 1910 en “Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica” podríamos coincidir aún hoy con aquello que dice acerca de que “la sociedad no puede responder con solicitud simpática al intransigente desnudamiento de sus prejuicios e insuficiencias, puesto que destruimos ilusiones…”, y a pesar de cierto optimismo que no deja de manifestar más adelante en el mismo texto, cuando confía en que las más grandes verdades terminaran por ser escuchadas, digo que a pesar de dicha expresión de deseo, las resistencias al psicoanálisis subsisten  y avalan precisamente ese lugar subversivo que se le adjudica. No es por lo tanto una cuestión contingente, como tampoco lo es que tales resistencias operen desde y en el campo mismo del psicoanálisis.

Como tales pueden leerse entre otros, modelos de transmisión bajo lemas universalizantes o modos de extensión que sostienen en realidad políticas hegemónicas.
Dije al comienzo de esta presentación que los avances de una disciplina y los tiempos en que se constituyen, pueden darse a través de discontinuidades y rupturas pero eso no excluye cierta necesaria filiación que hace al reconocimiento de aquello que operó como causa y que se halla en sus fundamentos.

Borrar o suprimir de la historia del psicoanálisis los diversos aportes, aún aquellos que pudieran implicar desvíos y errancias, es precisamente rechazar esa filiación. Pensar la historia como movimientos en el tiempo que pueden ser leídos retroactivamente como momentos de resistencia o de impasse, es intentar pensar psicoanalíticamente al psicoanálisis. Quizás es a partir de esos lugares de impasse y/o de obstáculo desde donde podrá generarse alguna otra vuelta de tuerca que haga a su avance.

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