" Parece ser que de nuevo la tenemos aquí. Me refiero a mi segunda piel, que a la vez que me protege, me causa dolor. Apareció por vez primera en un espacio desconocido y carente de seguridad. De repente, algo me invadió. Esta invasión vino acompañada de un espantoso picor. Una inyección acabó con la sintomatología física. Pero desde ese momento, la alergia se instauró como un síntoma recurrente que aparecía en determinadas situaciones. ¿Qué tenían en común? La presentificación de una ausencia (afecto, sexo, bloqueo en la expresión de emociones...). Ello me provocaba grandes sentimientos de frustración.
Mi segunda piel iba apareciendo. La invasión alérgica se manifestaba progresivamente hasta que un día rompió mi cuerpo. La hinchazón y el prurito me cubrían de pies a cabeza. Todo me picaba. Me ahogaba. Me sentía muy impotente. Aquella ocasión decidí que sería la última. Escuche a mi cuerpo y hallé. Parecía un bebé gigante. Ello me indujo a pensar que mi síntoma estaba relacionado con una falta muy básica que me desprotegía y que me hacía sentir muy desvalida.
Hace dos días que el síntoma quiere manifestarse de nuevo. No llega solo. Es la respuesta a las tensiones, dudas y replanteamientos que van apareciendo en mi vida. Me he sentido muy agresiva pero, como en otras ocasiones, esa agresividad ha sido mal orientada.
No obstante, he decidido tomarme las cosas de otra manera. He dejado de mirar mi cuerpo herido y lo he cuidado. También he sentido la necesidad de poder traducir en palabras el mensaje que mi cuerpo me ha enviado.
La piel es la zona más sensible para mí, es el punto que me pone en contacto con los demás y conmigo.
Rascar es maltratar. Hacer algo útil para fortalecer el síntoma pero sumamente inútil para mí. Las caricias físicas o verbales (palabras, escritos) son el mejor remedio".
Este escrito de una mujer joven pone de manifiesto la importancia de la piel como receptora de sufrimiento y de agresividad, dado que es una zona bastante extensa y sensible.
Las emociones dejan su huella de una manera notable en esta capa que nos protege y que, a la vez, nos conecta con los demás.
Las diversas funciones de la piel tienen relación con un tema común que oscila entre la separación y el contacto.
La piel aparece como una gran superficie de proyección, talmente como una pantalla de cine, en la que se pueden observar tanto los procesos somáticos como los psíquicos.
Volviendo al tema expresado per la joven del texto inicial, observamos la existencia de un picor desesperante y ahogador que el rascarse no puede aliviar sino que lo nutre, lo hace más poderoso. Pero le queda la palabra para buscar y comprender.
Este caso, como otros que comentaré en este escrito, pone de manifiesto la marca en la piel de una agresividad mal canalizada, generalmente orientada autopunitivamente hacia uno mismo.
Agresividad, ésta, que se traduce en síntomas como alergias, picores, eczemas y otros trastornos dermatológicos diversos.
Spitz habla del eczema infantil como de una afección de la piel que empieza en la segunda mitad del primer año de vida y que se localiza fundamentalmente en el lado flexor , con predilección de los pliegues cutáneos, observándose una tendencia a la exudación y exfoliación en aquellos casos más graves. En los sujetos estudiados parece que el curso del síntoma se encuentra limitado y que desaparece en la primera mitad del segundo año.
En este estudio, Spitz halla dos factores como desencadenantes del eczema. Por una parte, existe en estas criaturas una predisposición congénita a respuestas cutáneas crecientes y, por otra, sus madres poseen una personalidad infantil que delata una hostilidad disfrazada de angustia hacia sus hijos (madres que no les gusta tocar a su hijo ni cuidarles y que sistemáticamente les privan de contacto cutáneo).
Estas madres se relacionan paradójicamente con sus hijos porque aunque sus mensajes conscientes expresan una atención desmesurada y una gran preocupación, sus actuaciones y sus comportamientos no verbales denotan exactamente lo contrario.
La madre se relaciona sintomáticamente con el hijo y éste responde con un síntoma.
Estas madres, jóvenes, solteras y procedentes de ambientes delictivos, son el grupo de investigación de Spitz.
Pero esta respuesta no se da únicamente en ambientes de estas características. El eczema u otros tipos de afecciones dermatológicas pueden aparecer en familias aparentemente "normales" en las que no se articula adecuadamente el deseo de ser pares y el hecho de tener un hijo.
Hay personas que quieren tener un hijo pero... ¿para qué?
Para demostrar su fertilidad y perpetuar su apellido. Para dar un hermanito al hijo mayor ya que éste lo pide. Para tratar de hacer funcionar una pareja con deficiencias: "Así estaremos más unidos, tendremos algo en común".
Y, naturalmente, porque tener un hijo es una manera de consolidar la pareja, hacerla imperecedera y poder transmitir amor y conocimiento a una persona desde sus inicios.
Hemos de distinguir entre tener un niño o tener un hijo.
En el primer caso sólo se necesita que un hombre y una mujer mantengan una relación sexual sin prevención. En el segundo, es fundamental que un hombre y una mujer deseen este hijo y por esta razón podríamos decir que la persona empieza antes de su nacimiento, puesto que no es necesario que esté físicamente para que los padres hablen de él. La palabra, pues, hace existir la persona antes de su presencia real.
Cuando los padres hablan proyectan sus ilusiones en el hijo. En ocasiones, lo "diseñan" muy concretamente, sexo, color de ojos, cabello, nivel de inteligencia, actividades que realizará... i paralelamente "diseñan" el tipo de vínculo que establecerán con él.
Es humano este hecho, como humana es la creación de una serie de expectativas.
El conflicto aparece ante la presencia de una distancia muy grande entre las expectativas paternas (las del padre y la madre), la realidad del hijo y las dificultades de adaptación de los primeros al segundo.
Hay padres dispuestos a darlo todo por los hijos pero a la vez, y en muchas ocasiones inconscientemente, les piden todo a cambio.
Cuando se produce una inadecuación de expectativas aparece la frustración que puede adoptar muchas formas, una de las cuales es ignorar de una manera más o menos flagrante que el hijo existe.
Algunas conductas que ponen de manifiesto un rechazo claro o encubierto son: delegar en otras personas el cuidado del hijo (canguros, abuelos, otros parientes...), continuar haciendo la misma vida de antes que el hijo naciese, síntomas elocuentes de desatención y abandono en la criatura, una acusada tendencia por parte del niño a tener accidentes o construir síntomas muy explícitos que ponen de manifiesto su existencia (niños muy movidos que chillan y hacen mucho ruido como una forma de autoreafirmación).
Tocar a una criatura supone reconocer su existencia.
En la película d´Ettore Scola, La Familia, un tío juega con su sobrino de cuatro años a buscarlo aunque ignora sistemáticamente su presencia: "¿Dónde está Paolino, dónde está?"
El niño responde una vez y otra "estoy aquí, estoy aquí..." . Pero es ignorado por el tío y por los otros miembros de la familia. Es un juego, sólo un juego. El niño acaba chillando y llorando desesperadamente mientras, entrecortadamente dice: "Estoy aquí... ¿Es que nadie me ve?"
La necesidad de pertenencia, de existir y ser reconocido por los otros es básica y sobretodo cuando estos otros son los padres.
En ocasiones, es inarticulable para la persona ser ella misma, con sus necesidades y con sus deseos, y a la vez ser como sus padres quieren. Entonces aparece el síntoma como una solución de compromiso.
Analizaré la solución de compromiso de dos niños, Alba de cinco años y Pablo de siete. Ambos compartían una respuesta sintomática muy parecida: eran niños considerados agresivos, desobedientes, con muchas rabietas y paralelamente los dos tenían afecciones dermatológicas, alergias y eczemas en la piel.
Los padres de estos niños habían generado una serie de expectativas fantaseadas antes que los hijos naciesen en función de sus necesidades, diferentes en cada caso pero que convergían en el hecho que la realidad de sus hijos distaba mucho de lo que ellos imaginaban.
Como consecuencia de ello e inconscientemente, había aparecido el rechazo que los niños sostenían para no cuestionar la verdad de los padres.
Alba y Pablo eran la antítesis de los niños encantadores. Movidos, descarados, pegones... Consecuentemente quien se acercaba a ellos acababa antes o después alejándose. Así se confirmaba el rechazo inconsciente de sus padres que mitigaba el sentimiento de culpa que esto les producía.
Las madres de los niños, aunque con sus particularidades, coincidían en la circunstancia que habían hecho de sus hijos el centro de su vida. Ya no pensaban ni se planteaban nada más, sólo qué hacer con sus hijos. También tenían en común una acusada tendencia a no dejar entrar a nadie que no fuesen ellas, ni maestros, ni psicólogos ni, especialmente, padres.
Los padres de estos dos niños eran "padres mudos", padres ausentes que habían delegado la atención y educación de los hijos en sus esposas.
Se había producido, de esta manera, un falso equilibrio que las respuestas de los dos niños rompía o recordaba que no era lo que parecía.
Tuve la posibilidad de conocer muy puntualmente a Pablo y durante más tiempo a Alba y me encontré con dos personas preocupadas y a menudo desesperadas por hallar una identidad y un espacio propio.
Les "picaba" no poder ser ellos mismos y su piel muy permeable a todos los mensajes del ambiente familiar, se convertía en un claro elemento de toda aquella situación.
A veces, la demanda de estas dos criaturas se realizaba de una manera tan primitiva o en un tono tan alto y agresivo que era desatendida o censurada. Nadie se podía plantear que era el resultado final de los intentos de los niños para ser reconocidos como personas desde su nacimiento.
La falta de aceptación venia de lejos y prueba de ello son las palabras de la madre de uno de estos niños: "El primer día que estuve con mi hijo estaba molesto, intranquilo, no dejaba de llorar.. entonces me planteé que quizás hubiese sido mejor no tenerlo".
La madre empieza por ser madre de la piel. El lenguaje nos recuerda una vez más como nos impacta la presencia del otro y como para referirnos a la atracción o al rechazo que éste nos comporta decimos: "Es una cuestión de piel".
Dicha atracción-rechazo quedaba constatada en estos niños, además de en sus respectivas afecciones dermatológicas, en su actitud con los demás. Los necesitaban y simultáneamente se les hacía insoportable su presencia en un intervalo muy breve de tiempo.
La relación con sus madres era de una profunda añoranza ante su ausencia y de unas dificultades importantes para tolerar su presencia porque entonces se sentían como una parte de éstas, un añadido, desposeídos de algo básico que les humanizaba que eran sus necesidades y sus deseos.
Tuve la posibilidad de analizar más a fondo la relación con el padre en el caso de Alba. Éste era percibido falto de palabra y ley. Su ausencia llegaba a unos extremos que queda significada en muchas de sus historias como el padre muerto que estaba en el cielo.
Alba y Pablo necesitaban un padre y una madre que les escuchasen y aceptasen.
Las personas se cuestionan antes a sí mismos que aquello que reciben de los padres siempre y cuando éstos se hallen investidos de aspectos idealizados y omnipotentes.
Así pues la "niña-repelente" y el "niño-insoportable" estaban protegiendo algo que a los padres les resultaba intolerable, el rechazo inconsciente hacia sus hijos.
Puede escuchar a Alba siendo ella misma. En estos momentos todo cambiaba, ya no había gritos ni se producían rabietas. Sus actitudes adoptaban una línea dulce, conciliadora y bajaba tanto el tono de su voz que me había de acercar mucho a ella para poder oírla.
En una de estas ocasiones la niña quiso hacer una grabación en la que dijo algo parecido a esto: "Mi piel. Mi piel es mía. Me protege. Me tapa los huesos para que no se me vean...".
Este fue un acto más para reivindicar su cuerpo y su subjetividad poniendo de manifiesto la existencia de la piel como medio de expresión de su realidad interna.
Desafortunadamente, no pude trabajar a fondo la problemática de estos niños, pues desde sus familias el problema era la solución.
Concluiría preguntándome qué se puede hacer en estos casos, cuál podría ser una de las soluciones para estos conflictos.
Pienso en la palabra... Hablada o escrita.
El deseo de poner palabras posibilita traducir el síntoma en sentimientos, darle un nuevo significado. También ayuda a articular emociones encontradas ya que cualquier tipo de vínculo que establecemos no es bueno o malo, no es lineal sino que tiene matices. El hecho de poder integrar sentimientos opuestos (amor-odio) en la figura de un tercero que acostumbra a ser muy importante en la vida de la persona (padres, hijos, pareja...) es una meta a conseguir y un ejercicio de sabiduría y tolerancia.
El síntoma habla por nosotros y lo hace en otro lenguaje. También el cuerpo expresa cosas que uno no podría hacer de manera consciente. Esta ha sido la premisa que me ha orientado en la elaboración de este escrito y que ha tenido la piel como mediadora de un sufrimiento interno expresado en forma de dolor, de manera más indirecta, y agresividad, de forma más directa.
Cuando en estas personas muy sensibles a la aceptación y al reconocimiento externo, su piel se convierte en piel-hablada (poner palabras) o piel de papel (escribir), el picor o la quemazón desaparece para dejar paso a la caricia de la autoaceptación.