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Número 6 - Junio 2003
Final de juego
Miguel Calvano

Abríamos despacio la puerta blanca
y al cerrarla otra vez, era como un viento,
una libertad que nos tomaba de las manos,
de todo el cuerpo y nos lanzaba hacia delante.

Julio Cortázar

Este trabajo se propone examinar algunos de los temas que implican la diferencia lógica que se pone de manifiesto entre la pubertad y la infancia. Para ello se intentan situar algunas de sus coordenadas a través de ciertas consideraciones sobre un relato literario.

"Final del juego" es un célebre cuento de Julio Cortázar.

Narra la historia de tres amigas de unos 11 ó 12 años. A la hora de la siesta, que es verdaderamente una hora que se descuenta del Otro, una hora para asuntos del sujeto, la hora de la siesta; el Otro duerme, el sujeto despierta.

A esa hora ellas iban a los fondos de la casa en la que vivían. Desde allí se veía el tren. Se encaramaban al terraplén donde estaban las vías: "encaramadas sobre el mundo contemplábamos silenciosas nuestro reino".

El reino es el espacio que se podía ver en todas direcciones desde arriba del talud. Desde allí ellas arman un juego. En cierto lugar del "reino" estaba la "capital del reino", el espacio entre la puerta blanca del fondo de la casa y el terraplén del tren.

En ese lugar: "ciudad silvestre y la central de nuestro juego" ellas tenían una caja donde guardaban ornamentos (ropa vieja de la familia). Se hace un sorteo y la favorecida era vestida por las otras dos. Con esa vestimenta la elegida tenía que hacer "una estatua o una actitud", una pose que ella inventaba en cada caso.

Ellas hacen este juego cuando pasa el tren. La gente del tren la veía, en un instante fugaz, a la estatua o a la actitud según correspondiera. Las actitudes eran por ej.: la envidia, los celos, la gratitud, el miedo, la vergüenza, la generosidad, la piedad, el desencanto. Exigían las actitudes mucha flexibilidad (una de las chicas tenía secuelas importantes de polio o algo así). Las estatuas se caracterizaban por los ornamentos.

Rápidamente podemos ir situando: hay un espacio y un tiempo del juego; el reino es el espacio donde transcurre la escena del juego; escena entre dos límites: la puerta blanca del fondo de la casa y el terraplén; la puerta blanca es el umbral que indica la salida exogámica: la puerta blanca entre la casa y el mundo; la hora de la siesta es la hora del juego; las estatuas y las actitudes son formas del yo ideal ofrecidas a la mirada anónima del Otro del tren. Por otra parte este juego es sustraído, esta es una condición esencial, a los adultos familiares de estas chicas.

Están estas niñas doblemente objetalizadas: por la vestimenta que le ponen las otras y en tanto objeto inmóvil ofrecido a un ojo anónimo y fugaz. Hay juego porque hay invención: cada una se apropia de los significantes del Otro, la estatua o la actitud, e inventa con eso su "pose" que es ofrecida tanto a las Otras compañeras del juego como al mundo omnivoyeur. Así como algo se muestra, algo se sustrae a la mirada: el cuerpo, aquello velado por los ornamentos del juego.

Así como hemos hablado del "atrapa sueños" 1, este es el juego del "atrapa miradas".

Casi diríamos que es un antecedente de los desfiles de modelos, una versión teatral de esos desfiles.

"Las cosas cambiaron cuando el primer papelito cayó del tren". Comienzan a recibir mensajes de un muchachito, viajero del tren, que firma sus mensajes opinando sobre el espectáculo del día anterior. El Otro deja de ser anónimo y asexuado...la sombra de la angustia se cierne sobre las niñas, particularmente sobre la niña con problemas físicos.

Pronto comprenden que a él le gusta justamente esta niña de los problemas. Su inmovilidad es absolutamente seductora para él que no sabe que ella es justamente eso: un cuerpo inmóvil. Cuerpo que hasta ahora solo recibió miradas médicas o miradas piadosas.

Comienza el tiempo de la mirada del deseo: un ojo masculino mordió el anzuelo. La inmovilidad jugada de estas niñas causa la movilidad del cuerpo masculino. Pero es una movilidad que no es juego. Él sale del tren, pasa de espectador a personaje. Mejor aún: pasa de personaje en el tren a personaje en el escenario. El tema es que cuando baja del tren ya no hay escena de juego.

Ariel, así se llama nuestro héroe, visita a las chicas. Leticia, así se llama la chica del cuerpo rígido, no va a la cita. Gran decepción para él y para las otras dos que entienden que él está solo por Leticia allí. Cuando él se va ellas le entregan una carta que Leticia le escribió. Le muestran la caja de los ornamentos. Se interesa solo un momento, luego se aburre y se va. Ariel no está allí para jugar con ellas.

Al día siguiente Leticia roba las alhajas de la madre y la tía y hace una estatua maravillosa. "Levantó los brazos como si en vez de una estatua fuera a hacer una actitud y con las manos señaló el cielo mientras echaba la cabeza hacia atrás y doblaba el cuerpo hasta darnos miedo. Nos pareció maravillosa, la estatua más regia que había hecho nunca y entonces vimos a Ariel que la miraba, salido de la ventanilla la miraba solamente a ella, girando la cabeza y mirándola sin vernos a nosotras hasta que el tren se lo llevó de golpe".

Al día siguiente ellas no hacen más el juego, Leticia en cama muy dolorida, la ventanilla del tren donde viaja Ariel está vacía.

Ante algunos discursos que auguran que con el siglo veinte se termina la infancia, ya que caen los soportes sociales y culturales imprescindibles para sostener la posibilidad misma de la infancia, nos parece oportuno situar lo que este cuento de Cortázar narra magistralmente.

A mi entender esta historia trabaja sobre el fin de la infancia y el ingreso en la pubertad. Siguiendo la lógica del texto, los términos se invierten: el ingreso en la pubertad hace culminar los juegos de la infancia. Leticia pasa de estar representada por su cuerpo rígido oculto por el juego mismo que la presenta en movimiento a estar representada por su carta. La letra anuda cuerpo y deseo.

Es la historia de la actriz que tiene un admirador anónimo que le manda flores...hasta que ella lo recibe en el camarín. Pero a partir de allí la relación es otra: el teatro es la causa perdida por el encuentro entre dos sujetos no anónimos.

Claro que para Leticia la operación es en disyunción: si hay juego no hay sexo, si hay carta no hay cuerpo. Ella sustrae su cuerpo de la escena luego de entregar su letra.

Tanto el juego como la carta dicen la verdad a medias, su verdad no es la polio, su verdad es esta sustracción de la escena: deja de ser mirada y deja de mirar.

La carta indica el fracaso de la estrategia del juego: la presencia de Ariel en la escena borra el velamiento del cuerpo de Leticia. Cuando Leticia roba joyas verdaderas para su última estatua sitúa a esta estatua entre dos tiempos: su cuerpo está investido por la presencia de Ariel y ella ofrece a este joven algo más que el simulacro habitual. Es una estatua transicional entre la niña disfrazada y la jovencita enjoyada.

Esta estatua ya no es juego. La estatua ya fue. Esta jovencita (es ese exacto instante ha dejado de ser una niña) ofrece un movimiento...que no tiene. Es una oferta amorosa. El ingreso del varón en la escena del juego infantil de las niñas, rompe la escena. Da lugar a "Otra escena": la del deseo y el sexo anudados por el amor puesto en esa última estatua. Deseo puesto en esa mirada de varón solamente para Una mujer.

Las otras dos chicas pasan a ser las relatoras y/o escritoras de esta historia. Esta es una vertiente muy concurrida por el cine y la literatura: el adolescente que relata historias familiares y que recrea su infancia en ese relato.

Para ellas también la letra y la voz se anudan al deseo.

La ventanilla del tren que Ariel deja vacía indica que se produjo una fractura en ese mundo puro ojo. Ariel abandona esa pasiva posición de ser gozado por esos ojos de niña, esos ojos que lo miran sin verlo, que lo "saben" ahí en el tren, mirando. A ese mundo pasará a constituirlo un vacío. El vacío de la infancia perdida. Vacío fundador del deseo sexuado. Esto vale también para las niñas. Para ellas también el mundo pasa a estar habitado por un vacío. Mirar-ser mirado tendrá un precio diverso al que tenía en la infancia. El precio del sexo. Empilcharse y mostrarse tendrá siempre, a partir de ese momento inicial, consecuencias. Este varón perdido será el inicio de la serie de los hombres. Un imposible, tanto para ellas como para la Otra, funda a los "posibles".

Como muchas veces sucede con el deseo el precio del sexo no es ajeno a la envidia y a los celos.

"Cuando llegó el tren vimos sin ninguna sorpresa la tercera ventanilla vacía, y mientras nos sonreíamos entre aliviadas y furiosas, imaginamos a Ariel viajando del otro lado del coche, quieto en su asiento, mirando hacia el río con sus ojos grises".

El espacio y el tiempo del juego concluyen, ya que concluyen su motor y su causa, en lo sucesivo no se tratará para estas púberes de ofrecer-se para la satisfacción faltante en sus padres. En el relato la madre y la tía de estas chicas están muy presentes al inicio del cuento, desaparecen al final del texto.

A pesar del final de la infancia, aún así quedarán restos. No solo los restos "psíquicos", quedarán perdidos los juguetes. Vale preguntarse que habrá sido de esa caja de los ornamentos.

Rescatarlos del olvido, operación casi siempre azarosa, produce un encuentro que deja a

a los adultos una extraña inquietud: allí en esos objetos inertes (ya ninguna libido los acaricia) se deposita el secreto de sus deseos infantiles, eso misteriosamente propio, eso propiamente ajeno.

MIGUEL CALVANO

Notas

1 Atrapa Sueños, Psyche Navegante nº 0

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