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A gente sempre se amando
Nem vê o tempo passar.O amor vai-nos ensinando
Que é sempre tempo de amar.Carlos Drummond de Andrade 1
Introducción
Un tema que no es nuevo para mí me ha estimulado a dar una nueva vuelta. Se trata de los tiempos del sujeto y del objeto considerados a la luz de los tiempos de la infancia.
A lo largo de los años, en mi clínica con niños de diferentes edades y con sus padres, se fue haciendo más y más evidente que las vicisitudes relativas al encuentro del analista con el niño y sus padres no se resuelven apelando al psicoanálisis de niños como especialidad. Sin embargo, y a pesar de ello, debemos admitir las especificidades que le son propias a la hora del acto analítico. Una de ellas se refiere a la presencia de los padres en la transferencia y las variantes que ella despliega en cada uno de los tiempos instituyentes del sujeto y del objeto.
Al escuchar y atender a los niños y a sus padres se reafirma, una vez más, la importancia cierta que para un niño reviste el lugar que él haya o no tenido en el deseo de los padres. Sin embargo ¿qué sentido guarda implícito tamaña formulación? ¿A qué llamamos "deseo de los padres" ?.
Tal deseo ¿debe apreciarse sólo en la vertiente del deseo por el hijo o también debe atenderse al deseo de los padres entre ellos, como hombre y mujer? Deseo, anudado al amor y al goce, de los padres.
Siendo bastante frecuente que luego del nacimiento de un hijo ellos digan que ha disminuido el deseo entre ellos, ¿qué condiciones permiten que el deseo de los padres, deseo de un hijo, se recree en el deseo de los padres entre ellos? ¿qué lógica sostiene tal recreación? y ¿qué consecuencias recaen sobre el niño en cuestión?
Desde esa perspectiva abordaré el plano del erotismo.
El Plano del Erotismo
Partamos de una expresión vertida por Lacan al comienzo de su enseñanza, en el seminario sobre las relaciones de objeto:
"...Si el análisis hizo realizar cierto progreso a algo, es precisamente en el plano de lo que hay que llamar por su nombre: el plano del erotismo, es decir el plano en que efectivamente las relaciones entre los sexos se elucidan, en la medida en que se encuentran en el camino de algo que es una realización, una respuesta a la pregunta planteada por el sujeto a propósito de su sexo..."3
¿Por qué en el plano del erotismo las relaciones entre los sexos se elucidan? ¿Por qué, en ese plano, ellas se encontrarían en el camino de algo que es una realización?
De inicio la afirmación precedente pone de relieve una dimensión temporal. Ella considera que, en principio, para alcanzar alguna realización, el sujeto debe haberse dado con anterioridad, necesaria y oportunamente, una respuesta. Respuesta que hizo pie para su construcción en la pregunta primera que todo sujeto se formula a propósito del sexo. Pregunta que desde el inicio ya en la primera infancia lo confronta con que el otro sexo no responde.
Preguntando por el origen de los niños el sujeto fue interrogando el deseo de los padres: ¿cuál es el origen de los niños? y ¿qué causa la aparición del intruso? o ¿qué falta les hacía tener otro hijo? Al responder a todas las preguntas los padres dirán la verdad no toda. Lo cierto es que, en la misma pregunta por el sexo, el sujeto se efectuará como sexuado. Captando en el despliegue de sus interrogantes, en cierta medida, las distintas formas de imposibilidad que resultan cuando busca saber sobre lo sexual, irá pergreñando, de resultas de esa imposibilidad, las teorías sexuales infantiles que se formatean en la infancia siguiendo las vicisitudes de los tiempos en que se construye el fantasma como respuesta. Sin ese recurso, el niño jamás podría gozar en la escena lúdica. Tampoco podría el sujeto jugar, más tarde, en la escena erótica ni hacer el amor. Porque "hacer el amor" no es lo mismo que "tener sexo". Tal como Julio Cortázar bellamente lo expresa con una frase para su Ars Amandi, publicada en su colección de poesías titulada "Salvo el Crepúsculo" que dice: "Vení a dormir conmigo: no haremos el amor, él nos hará"4.
Las palabras no hacen el amor, pero para hacer el amor necesitamos palabras. Ese es uno de los grandes misterios de nuestra esencia humana. El amor va de la mano del enigma, alcanzando, también, al objeto del amor cuya presencia persiste en descentrar nuestra razón e incomodar nuestra naturaleza. Él muestra una clave singular de nuestra condición humana: la atracción y el rechazo amoroso no están regulados por períodos de celo o ciclos naturales. La sexualidad humana lejos de ser natural, prepara las vías de su posible realización desde el origen pero sólo en la pubertad alcanzan un nuevo acto: el objeto hasta entonces autoerótico, buscado en el cuerpo propio, será buscado en el cuerpo de otro, en la alteridad, en el partenaire.
Pero ese objeto ¿qué objeto es? ¿Es el objeto causa del deseo, el objeto de goce o el objeto de amor? ¿Coincide el objeto del goce sexual con el objeto del amor y, aun más, con el objeto del deseo?
El Objeto de Amor, de Goce y de Deseo
Desde los primeros ensayos para una teoría sexual hasta los últimos textos freudianos, de punta a punta una evidencia se erige pese al ahínco con que se la ha tratado de suturar: el objeto de la libido no es idéntico al objeto del amor, el progreso de la libido no congenia con el yo. En otros términos: el objeto de la pulsión sexual no es el objeto de amor.
La prueba más excelsa de su desajuste está en cada uno de ellos cuando se presentan desenlazados. Si el amor no pusiera alguna valla al goce pulsional de una madre ¿qué ocurriría?. Cuando el bebé "está para comérselo", ella lo metería en el horno con una manzana en la boca, engrosando las crónicas policiales. El amor genera límites al goce desatado. Por él se frenan feroces apetitos. A su vez, el amor encuentra barrera en aquello que pulsa, pues el amor, librado a su afán de fusión narcisista, lleva muerte a los amantes que manifiestan alimentarse sólo del amor y renuncian a todas las otras apetencias. El objeto del amor sólo se engendra en una falta que motiva su anhelo. Tal relación se aprecia en la mitología griega donde Eros, dios del amor, surge de la unión de Penia, diosa de la pobreza, quien hace oferta de su falta, y Poros, dios de la riqueza. El amor delimita el goce, detiene su vital fuerza tendiente a la satisfacción instantánea; también descentra la razón, pues al "tener razones que la razón desconoce" hace inaprehensible el significado último capaz de nombrar su esencia. Aunque experimentemos necesarias las palabras para hacer el amor, no hay palabras que alcancen a la hora del amor. Las palabras que decimos, acerca del amor, son bien diferentes de aquellas palabras de amor que decimos para hacer el amor.
Pero si el objeto de amor no es superponible al objeto de goce, tampoco es seguro que coincida con el objeto del deseo. Que es posible desear sin amar y amar sin desear es archisabido. Freud mismo lo desplegó en su trilogía sobre la Psicología del Amor, especialmente en el más abordado texto "Sobre la más Generalizada Degradación de la Vida Amorosa"5. Hay sujetos que sólo gozan degradando su objeto, y sólo aman idealizando un objeto que no desean.
Lo dicho da lugar a un paso más, abre a consideración la cuestión de los enlaces y desenlaces6 del objeto de deseo, el objeto de amor y el objeto de goce en el plano del erotismo.
La Estructura del Objeto a la Hora del Amor
Anotemos la estructura del sujeto, tal como Lacan la presenta en los últimos años de su enseñanza, escribiéndolo con el nudo borromeo: tres anillos, Real, Simbólico e Imaginario.
Lo Real, lo Imaginario cubriendo lo Real, y lo Simbólico enlazando lo Real y lo Imaginario. Según las leyes de su armado: ningún anillo puede interpenetrar a otro y los enlaces se realizan en un orden, por arriba del que está arriba y por debajo del que está abajo.
Si en lo Real escribimos el goce, en lo Imaginario el amor y en lo Simbólico el deseo7, podemos avanzar sobre la ganancia que implica considerar el buen anudamiento a la hora del amor.
En el cruce de los tres, Lacan escribe el objeto a. Este objeto puede funcionar como presencia o como ausencia, distinción que la escritura del nudo no logra precisar. Como falta, en ausencia, es causante del deseo del sujeto, como presencia subraya un plus de goce que intenta taponar esa falta.
Cuando el nudo está enlazado borromeicamente, cada uno de los registros encuentra en los otros dos su límite. Una propiedad del nudo, así anudado, es que si se corta una de sus cuerdas la estructura se desarma. Amor, goce y deseo se desamarran.
De esta manera, cuando el deseo se presenta desanudado, sin acceso a una porción de goce y sin realización amorosa alguna, desplaza su valencia incesantemente de un objeto a otro, sin anclar en ninguno, mantiene sólo su cualidad metonímica. Es aquello de lo cual padece el conocido Don Juan.
A su vez, si es el amor el que se pronuncia desenlazado, se ama sin desear nada; él se realiza en la apariencia de la fusión, y ser amado es su único fin. Una expresión pertinaz de esta modalidad amorosa se revela en los síntomas de impotencia sexual o de eyaculación precoz. Costo abonado por el sujeto que renuncia al goce fálico en el altar del narcisismo. Y ¿qué ocurre cuando el goce se desamarra del amor? No encuentra, como dijera, más que el ansia de alcanzar la inmediata y absoluta satisfacción; absorbe en su torbellino al objeto, hasta su aniquilación, pues su persistencia hace presente ella misma una falta. Su ejemplo más logrado está en la vertiginosidad con que nuestros días exalta el vivir con un pie en el acelerador de la vida, acelerando, de esa forma, la muerte. También lo expone el clásico mito del vampirismo, que nutriéndose del alimento vital bebe hasta agotar la sangre, hasta la muerte.
Pero si el encuentro amoroso precipita en el buen enlace, es en el plano del erotismo donde se manifiesta la necesaria recreación de los tiempos del objeto para la renovación del encuentro. De ese objeto cuya alternancia, entre goce y falta, no está asegurada. En las redes del hábito inercial puede tender, por la repetición pulsional, a estabilizar su cara de objeto de goce, retapando el agujero y suturando el amor, el deseo y cualquier otro goce. Inhibiciones, síntomas y angustias señalan con justeza la desorientación del nudo. Son las señales de un nudo que no anuda equilibradamente. Así lo evidencian los frecuentes fracasos que, en el plano del erotismo, se expresan en el centro de nuestra experiencia clínica.
Ellos nos permiten avanzar retomando las consideraciones de inicio sobre interroga ntes tales como: ¿por qué algunas veces el niño funciona como metonimia del falo y no como metáfora de amor? o ¿por qué otras veces él realiza la presencia del objeto en el fantasma materno que también puede sostener el padre, o bien, ¿cuándo él se erige, con su síntoma, en representante de la verdad de la pareja?8 .
El Objeto Erótico y su Escena: Espacio y Tiempo
Retomando la cita de Lacan, si en el plano del erotismo se elucidan las relaciones entre los sexos es porque encuentran, en él, un camino de realización. El sujeto, al hallar una respuesta que sólo en el fantasma se podría dar, hace su paso al encuentro de una porción de goce sin la cual la vida pierde sentido. Pero las vicisitudes surgidas en el plano del erotismo expresan con claridad la impronta temporal requerida al objeto. Muestran, en ese plano, qué ocurre cuando el objeto recrea su alternancia tomando valor de objeto erótico y también cuando ello no acontece.
El objeto erótico se produce bajo el velo necesario que lleva el sexo al encuentro del deseo. Su veladura y ocultamiento, despiertan el deseo de develarlo, dándole valor de presencia a su falta. Su tela introduce, una dimensión temporal, anticipa, bajo su manto, la oferta de un goce posterior pero anunciado por el velo; causa así el deseo produciendo atracción por lo que oculta.
Por eso la pornografía no es erótica y sí lo son las vestimentas que insinúan el desnudo. El goce interdicto de la mirada da su estímulo al deseo de ver y los creadores de la moda se sirven claramente de la estructura anudada. La moda se engarzó con el erotismo para dar su estatuto al objeto de deseo. Escotes, tacos y portaligas delinearon el cuerpo de las mujeres, desde que la hoja de parra vistió la desnudez de Eva, para que aquello que despierta el deseo entre en juego, entre la insinuación y la adivinanza. El erotismo usó miriñaque, se vistió de femme fatal a medio vestir, con zoquetes y dedo en la boca, desplegó sus accesorios según los requerimientos de la época, revelando así el rostro de la sexualidad humana. Luces tenues, música romántica, palabras que se susurran y otras que se callan son elementos aptos para una función inevitable en las vías de realización del encuentro erótico.
Pero la escena erótica al igual que la lúdica no se produce en un espacio cualquiera. Requiere una topología que enlace el espacio por eficacia del discurso, y un espacio sólo se hace escena cuando los objetos se ubican en la perspectiva del sujeto. Para que ello ocurra, es imprescindible atender a la dimensión temporal que el nudo no escribe y que la clínica de los tiempos de la infancia reintroduce. Ella implica renovar el vaciamiento de los objetos de goce para que cada uno de los tres, amor, deseo y goce, hagan falta y aunque Octavio Paz conjuga en su libro homónimo9 al amor y al erotismo como "la llama doble", bien es posible que haya erotismo sin amor. A pesar de ello, el erotismo parece ser condición para un encuentro amoroso que renueve el acto sexual ancestral, idéntico a sí mismo, ofreciéndole alternancias del objeto de goce, de amor y de deseo.
Notas
* Extracto del Seminario "El Análisis de los Niños y el Lugar de los Padres" dictado en la Escuela Freudiana de Buenos Aires, en el curso del año 2002
1 Drummond de Andrade, Carlos: "Poesía Errante", Editora Record - Cuarta Edición, (1991), Rio de Janeiro, Brasil.
3 Jacques Lacan, "Las Relaciones de Objeto y las Estructuras Freudianas", Seminario IV, (1956-1957), -Inédito, Escuela Freudiana de Buenos Aires-.
4 Julio Cortázar: "Salvo el Crepúsculo" , Ed. Alfaguara, Biblioteca Cortázar, (1996).
5 Sigmund Freud: "Sobre la Más Generalizada Degradación de la Vida Amorosa", (1912), Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, T. XI.
6 Vegh, Isidoro, "Hacia una Clínica de lo Real", Editorial Paidós, Psicología Profunda, (1998), Buenos Aires.
7 Vegh, Isidoro, "Sentimiento, Pasión y Afecto en la Transferencia", Seminario dictado en la Escuela freudiana de Buenos Aires, -Inédito-.
8 Jacques Lacan: "Intervenciones y Textos 2", Ediciones Manantial, (1991)
9 Paz Octavio: "La Llama Doble, Amor y Erotismo", Sex Barral, Biblioteca Breve, (1993), Barcelona.