Trabajando con niños y adolescentes ciegos me pregunté como ha podido condensarse una luz tan intensa en un lugar tan sombrío.
Pensé primeramente que era una engañosa belleza la creada por las penumbras y no una auténtica belleza, pero sin embargo estos niños crearon belleza haciendo surgir sombras en lugares en sí mismos insignificantes. Elogio pues el de la sombra, ya que confiere todo su valor a lo que esconde y hace emerger, permite percibir extrañadamente, estéticamente lo que la mirada imprecisa de la cotidianeidad ha sepultado.
Mi primera impresión fue que éramos los videntes quienes estábamos un poco ciegos a causa del continuo bombardeo de imágenes, y ahí creí que era preciso atravesarlas para hallar las verdaderas y pensé ¿ Qué mejor que nos alumbre el camino un invidente ya que en la dimensión de nuestro interior, de realidad invisible, ellos nos llevan ventaja.
Me propuse, pues cerrar los ojos, para que la vista no enturbie ni distraiga mi concentración o placer, y así los cerré para dejarme ir en ellos.
Se transformó al aula tradicional en un aula taller, creando un espacio de relación entre los docentes y el alumno, mutuamente modificante, aceptando el error, integrando la interpretación, la teoría, la práctica, fue allí donde la trasgresión se tornó base del acto creativo, develando lo oculto del pensamiento que lo sujetaba..
El taller operó como una alternativa de aprendizaje creador, apuntado a que el sujeto de este aprendizaje fuera un sujeto protagonista, con pensamiento crítico y capaz de problematizar.
No existieron géneros menores con estos niños, no se buscaron escritores, pero sí en el ejercicio de la escritura se formaron lectores maduros, ofreciendo el taller un sistema privilegiado de creación y circulación de textos.
Se transformó al taller en una situación óptima de aprendizaje de la lengua escrita en una situación de comunicación real, generando que los actos libres sean trabajo y dieran como resultado un producto: un texto, un afiche, una obra de teatro, un cuadro, obras que se exponen, no para juzgar su corrección, si no para transformar al resto del grupo en público y así poner en escena el compromiso crítico.
Se transformó también en un espació escenográfico, tomándolo como terreno a la curiosidad, propiciando una nueva actitud frente a la palabra, esa palabra literaria que cada uno se animó a manipular, amasar, transformar, e hizo fluir, en los ríos del relato.
Tomaron palabras y le armaron ritmos elegidos, cada uno le dio un sonido luego gestos, luego le inventarían significados, se planteaban preguntas en potencial. Hasta que descubrieron que la literatura no parece ser lo mismo que la realidad, tiene otras reglas, y experimentaron en esa aula que pueden inventar y contestar cosas distintas a lo real, descubriendo que enfrentándose a una palabra desconocida, descubrirán también quizás el deseo de escribir como modo de conocer.
Exploraron las palabras, se contactaron con ellas a través de juegos con consignas claras y no preguntas sobre elementos que podrían resultar una mera copia de la realidad.
Tenían que trabajar, articulando sonido, musicalidad, rugosidad, en fin apelaron a todas las estructuras posibles, haciendo el referente real rico en elementos que lo volviera fácilmente descriptible.
Se plantearon así los polos del trabajo, por un lado con situaciones nuevas que despierten su inventiva y por otro lado incitándolos a que recurran a la ficción y la usen libremente, creando o bien desarrollando sus propios criterios.
Se evaluaron, corrigieron, perfeccionaron su estilo, su relación con los demás al escribir, al narrar, desarrollaron su lenguaje, su poética, utilizaron todos sus sentidos recogiendo datos de la realidad.
Armaron y desarmaron hipótesis, conjeturaron, hicieron pronósticos, predicciones, verificaciones, respuestas a sus preguntas, se pusieron curiosos, exploraron, investigaron, y compararon u organizaron los resultados y luego lo más interesante, fue que reflexionaron.
Utilizaron a las palabras como fuente de inspiración, las poesías, los textos, sobre todos aquellos que creaban situaciones disparatadas, absurda, los convocaba a parajes inolvidables, llegaron a decir que algunas palabras son oscuras ó más claras y que parecían una alfombre mágica, ya que los podía transportar donde quisieran solo quizás dando vuelta una página.
En fin, se planteó el trabajo como montajes, se construyó la escena literaria, como un sueño, como una película, siendo el tamaño lo que adquirió significado, aquello que se mostró con lente de aumento se hizo importante para la historia.
Me moví con el resto de los sentidos y abusé de todas las posibilidades, ya que trabajar con estos niños es trabajar con niños sensibles, que quizás sigan el camino de la enseñanza por atajos diferentes, interviniendo en su aprendizaje lo artístico, lo musical, creando de esta forma marcos que les permitieran entre otras cosas desarrollar activamente lo que sufrían pasivamente.
De ahí que surgieran propuestas de aprendizaje en los museos, por ejemplo, donde descubrieron no solo que las manos ven, sino que no hay que ver para emocionarse. Se les presentaron ideas para despertar su interés en el arte sirviéndonos luego éstas para aumentar su vocabulario y su conocimiento, transformándose así en herramientas para trabajos posteriores.
Los objetivos de este trabajo estuvieron más que logrados, quería generar de esta forma una comunidad cultural adherida también a la integración, pudiendo así producir escuelas más democráticas.
El proyecto se convirtió en disparador de experiencias posteriores y dejó en la escuela sentadas bases para seguir con su funcionamiento y organización, despertando el interés y la necesidad de participar en todo momento como grupo con los maestros, ya que lo más difícil para ellos fue deconstruir lo real y aceptar esta propuesta convocante como proyecto personal y no solo de los niños, estableciendo un vínculo de la comunicación a la producción y de allí a la tarea, logrando que se convierta en una espacio para la experiencia reflexiva, intercambio de ideas y problematizaciones de las mismas.