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Número 6 - Junio 2003
Infancia: tiempo y espacio
Carola Oñate Muñoz

Que un parlêtre se encuentre excluído de su propio origen es algo que se lleva en el ombligo, en el mismo nudo que, como marca registrada atestigua que provenimos de lo no reconocido. Pues allí donde hay sexo no hay niño.

Que un parlêtre se encuentre excluído de su propio origen equivale a decir que él proviene de una escena primaria en la cual él no está. Y es esta misma imposibilidad de reconocimiento la que conformará el corazón de lo reprimido primordial, es decir, de ese real que no cesa de no escribirse, que causa el deseo y al enigma que éste produce.

Dice Lacan, en La respuesta a Marcel Ritter, que este ombligo como nudo es un "punto de cierre", pero que contiene un agujero. Punto de "opacidad" en tanto "no reconocido" que se rechaza (se rechaza de lo simbólico) al tiempo que, como oscuro agujero, ejerce su atracción y del cual, según Freud, el deseo surge como un hongo.

Así como la presencia del analista surge como punto de cierre, como límite del inconsciente ante el cual el analista queda reducido a ser testigo de una pérdida 1, de una falta... es que, ante la marca de lo indecible, ante lo imposible que se presenta de hecho, tan sólo somos testigos, testigos del deseo...

"Y si no puedo mover a los dioses, pasaré por el infierno..." es decir, por el deseo.

Ahora bien, ¿cómo se constituye este anudamiento de lo real?

Para la constitución del sujeto, hace falta la superposición de dos faltas: la del Otro y la del sujeto por venir. Y, si bien es desde distintos lugares, -la falta del Otro y la del infans- se trata de la falta real con la que se nace y de la que se nace. Dicho de otro modo: el Otro, desde su lugar, operará; y el sujeto, desde su lugar, hará sus movimientos, dará su respuesta.

El infans no es un mero continente que recibe e incorpora pasivamente la estructura de lenguaje que el Otro le transmite. Digo: el futuro sujeto interviene en su constitución. Situar este punto me parece relevante para la orientación en la clínica, y no solamente con niños.

Es en el artículo La Negación , de Freud, en el cual me parece encontrar, además de la topología freudiana, una respuesta a esta pregunta por la constitución de lo real; porque, allí, se puede captar al niño en su movimiento estructurante, es decir: ante qué va dando su respuesta y qué va sucediendo con ésta.

Allí, Freud, a partir del "no" discursivo (de la negación) en el cual descubre una función (aufhebung) de la represión, va a situar a un "no" primitivo como origen de un "no" discursivo, y que será el término de la ausstosung. Freud plantea que el acto de la expulsión (del "no" todavía no discursivo) es la primer respuesta que el infans da ante lo real, ante la cosa (das ding). Podemos decir que aquí, entre la ausstosung (lo expulsado) y la behajung -como afirmación de lo expulsado-, se da el origen del aparato psíquico. Behajung y ausstosung son actos psíquicos primordiales y fundantes. Es aquí donde comienza a originarse un primer "dentro-fuera". Se origina en principio pulsión de vida y pulsión de muerte en tanto Eros unificante -afirmada- y Tanatos -lo expulsado, lo negado.

Quiero recalcar que afirmación y negación son actos que se irán sucediendo cada vez a lo largo de los tiempos instituyentes de la pulsión como parcial y de la concomitante constitución del yo.

Podemos ver esta repuesta del infans desde el inicio, a nivel de la reacción motora de descarga (anti-estímulo) en el tiempo del autoerotismo mismo (del real ich), en la reacción del ser viviente ante el desamparo primordial que lo amenaza de muerte. Es más, es la reacción primera de expulsión y rechazo del viviente ante lo que el Otro no logra cubrir de ese desamparo, pues siempre hay un resto de innominado. Es que, ni el Otro logra velar totalmente al desamparo, ni el niño cubre absolutamente la falta de ese Otro primordial (institución del Otro y su falta). Es ante dicha falta y gracias a la misma, que el niño da su respuesta, que ya a nivel del Yo Placer quedará anudada: donde lo bueno será lo conocido, lo asimilable al principio del placer, pero donde siempre habrá un resto inasimilable a dicho principio, resto que se irá constituyendo como lo ajeno, lo extraño. Sobre ese resto inasimilable que retorna registrado como displacer y que genera el rechazo, es sobre el cual se hace el juicio de atribución. Sobre eso displacentero e innominado se versa, se predica: "eso" hace decir (origen del parlêtre).

Este carozo real irreductible como punto ciego, no pasará a la imagen y hará silencio en el discurso, siendo su tope. "Eso" que, al retornar bajo el signo del displacer y del rechazo, señala y afirma ese extranjero territorio del cual proviene anudado lo ajeno de lo propio y que pasará a habitar nuestra fallida estructura desde el comienzo.

Pasaré a comentar ahora un breve recorte clínico en el cual se puede apreciar a una niña dando su respuesta ante ese real, allí donde sus "no" se dejan escuchar en el análisis, y cómo éste se va articulando.

Hace un tiempo atrás me consulta una madre por su hija de 7 años de edad, al corroborar que su reciente ex marido había manoseado a una amiguita de la niña. Si bien su hija padecía desde los dos años de edad terrores nocturnos y sonambulismo, la madre consulta articulando su propio impacto en la pregunta por su hija: "Entonces -dice- ¿con quién estuvo mi hija durante todos estos años?"

Comenta que, en cuanto quedó embarazada, no quiso saber nada más con él, que vivían separándose y que, de los ocho años de matrimonio solamente habían vivido juntos durante dos. El marido salía de noche con "gente rara" y no volvía. Ella dice no haberse sentido amada pero que, cada vez que proponía la separación, él le decía que sin ella no podía vivir, lloraba, la maltrataba, le decía que se iba a matar él o que la mataba a ella. Como a diario él la requería sexualmente y ella no podía excluirse de dicha demanda, esta madre comentará acerca del alivio que le produjo que su hija comenzara a pasarse a su cama.

Laura, la niña, hizo síntoma con el dormir: desde el sonambulismo y el terror nocturno a los dos años de edad, al insomnio y el desvelo en la actualidad (por el cual la madre no consulta).

Laura, en el lugar del "no" que su madre no puede decir ante el reclamo sexual, ante lo continuo que ella señala del reclamo, sin poder expulsar ese goce en el que queda incluida y ante el cual su hija queda expuesta.

Durante el transcurso del análisis ese miedo que asediaba a la niña y no la dejaba dormir, fue cediendo.

Un día, al preguntarle qué le habían dicho sus padres acerca de la separación, Laura contesta: "Se llevaban mal. En realidad no me contaron. No hizo falta que me contaran..."

Laura comienza a investigar. Un día, me cuenta que encontró unos escritos del padre en el que éste decía que se sentía "culpable, avergonzado y muy deprimido". Ante esto Laura dice "¡¿Cómo va a sentir eso mi papá?! ¡Es terrible!"

Parece que su madre le dijo que su papá estaba enfermo, que lo tenían que ayudar, y que había empezado un tratamiento para curarse por eso que había pasado de haber manoseado a su amiguita.

Laura escucha voces. En medio de una sesión, de pronto enmudece y con la mirada perdida me dice: "Dicen ¡Delia, Delia, Delia!... están llamando a mi mamá... es mi papá, es su voz, debe estar hablando con ella afuera" Entonces, Laura va, mira y vuelve: "No, no están... ¡otra vez mi cabeza!... ¿vos no escuchás lo mismo que yo?"

Laura ya no investiga, cada vez quiere hablar menos de estas cosas y jugar más. En un momento, al preguntarle algo me responde así: "trece, catorce..." Digo: "me estás respondiendo con un martes trece... me parece que no querés hablar" A lo que Laura contesta "¿Cómo te diste cuenta si yo no te lo dije?" -dice- "...ah, porque sos psicóloga"

Efectivamente de eso se trataba, porque de cosas de grandes ella no tiene nada que decir...

Laura no puede entregarse al sueño, a aquella Otra dimensión, pues no queda clara aún su frontera. Pide a su madre, como condición para poder cerrar los ojos, que aquella los mantenga abiertos y vele su descanso, para que, así, no advenga ese "miedo de sentirse sola". No confía en que ese real vaya a quedar mediatizado por las redes del proceso primario propio del sueño, guardián del dormir. No confía en el Otro.

Laura escucha voces. Su realidad, invadida. Hay llamados que irrumpen, la confunden: "¿no escuchás lo mismo que yo? ¡Ay, no, mi cabeza otra vez no!" "¿Viste cuantas veces que digo me da lo mismo, me da lo mismo?" -dice. Me pregunto qué es lo que le da lo mismo en su confusión... ¿son sus ojos? ¿los de su madre? ¿hay un llamado afuera? ¿su papá está allí? ¿es su cabeza?. Ella está en presencia, parece ver, percibir con horror lo que su madre no. Es la madre la que se alivia y puede descansar cuando la niña está con ella en la cama. La relación invertida: la niña vela el sueño de la madre. Una madre que pretende ver en su hija los rastros, las marcas de la falla del padre, de la suya propia en su falta de visión, en su descuido... busca en ella lo ignorado de sí.

Pero aún así, para finalizar, quiero señalar de qué manera la niña va dando su respuesta fallida, en tanto resuena en el in del insomnio (no dormir) algo del "no" de lo imposible que está fracasando en su anudamiento y que se va realizando en el análisis, en el cual se va dejando escuchar su "no".

El redoblamiento de lo imposible, al no darse mediante la articulación simbólica, se instala en su cuerpo insomne. En la in-tranquilidad que la desvela, lo imposible hace "no" y dice "no reconocer" allí a su padre (allí donde no es padre), donde su madre lo señala.

Y en la in-diferencia hacia el intento de su madre de hablar con ella, la niña dice de su "no" querer saber.

Es que la falta no se crea ni se inventa pero, cuando esta falta hace silencio, ese silencio merece nuestro respeto, es decir, precisa de su tiempo y de su espacio de anudamiento. Y será a partir de ahí, del respeto por su "martes 13", en el no querer saber de lo que no se puede, que podrá instituirse un inconsciente.

El analista como testigo ubicado, en tanto punto de cierre de la estructura, en el punto del anudamiento que no se está produciendo, toma el lugar de los "no" y de los "in", relevando a la niña de este padecimiento.

El analista, como testigo de ese silencio del niño que dice su "no", propiciará la constitución de la escena infantil en tanto que reprimida, para que luego pueda abrirse, sí, esa Otra dimensión.

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