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Número 7 - Abril 2004
Entre personajes y animalitos
Juan Pablo Marino

Cuando emprendas el viaje hacia Itaca,
ruega que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de experiencias...
Itaca te ha dado el bello viaje...
Constantino Cavafys

Primer encuentro

Cuando me presentan a Matías, le dicen que va a estar conmigo, que íbamos a estar juntos para jugar. A los pocos días viene, le digo que podemos ir a una sala de juego, la de Tallerín Tallerón. Abre el armario, saca una caja de juguetes, y la empieza a vaciar, sin dejar ninguno. En el mismo momento que termina, dice -"ahora a juntar"-, y guarda cada juguete.

Al momento de conocernos, Matías tiene 6 años. Acerca de su gestación, su madre asistió a un hermano de ella durante casi todo el embarazo (ocho meses y medio), quien estaba internado en un hospital, y muere a la semana del nacimiento de Matías. La madre se deprime.

Matías rechazó la leche durante todo el primer año de vida, luego de ser amamantado, vomitaba. Los estudios no demostraban ninguna alteración orgánica.

De niño, tampoco recibió los juguetes de cuna. Un día los encontró en un placard, fue abajo de la cama de su madre, y los colgó -¿para escuchar la música?. Y su casa siempre estaba ordenada, con los juguetes debidamente en la repisa.

 

Un póster lleno de misterios

Los encuentros se empezaron a realizar en torno a la puerta de Hospital de Día, donde había pegado un póster, en el que habían distintos chicos con su nombre respectivo según una situación. Por ejemplo: Sofía Yomeasomo, Araceli Fogarata, Tito Tragamonedas, X Cablepelado, Aroldo Cortoypincho, y demás. Cada dibujo representaba una situación de peligro, y el niño en cuestión tomaba el nombre por haber atravesado esa situación, algo tuvieron que hacer. Y una marca quedaba, las manos quemadas, un chichón. Lo que hacía Matías era preguntarme por cada uno de ellos, y yo le relataba una situación, siempre la misma para cada personaje, lo que justificaba el nombre inscripto. Así pasaba el dedo incansablemente por estos dibujos.

Esta escena se repitió en nuestros encuentros, por largo tiempo, y se sucedió durante todo el acompañamiento, de un año aproximadamente.

Sus preguntas siempre conducían al centro. Empezaba preguntando por el del vértice superior izquierdo, cuando llegaba al del medio lo salteaba, y por último preguntaba sobre "Luisito Chupafrascos", ubicado en el centro del póster. Este es un nene que tiene un frasco negro con una calavera; Luisito tiene la lengua para afuera. El frasco despertaba temor en Matías.

-¿Yestequiénes?

-Luisito Chupafrascos

-¿Yqué(le)pasó?

Le contaba que Luisito destapó el frasco, y aludía que lo había chupado, pero sobretodo olido, y que tenía un olor tan feo, asqueroso, que por eso tenía la lengua para afuera.

Le escenificaba las escenas de cada personaje, pero la de Luisito la miraba con mayor atención.

-¿A caca?

-Que se yo, a caca, a todo, un olor asqueroso. Y Matías se hacía para atrás, y sacaba la lengua.

Y luego preguntaba –"¿yesto, quées?"- por el frasco, a lo que sólo le respondía –"oooh".

La pregunta por el frasco sin una respuesta certera se instalaba, repitiéndose, con un agregado de Mati –"veneno". Y luego decía: "Cachi(y)o muió".

El intentar comprender limita lo anudado al significante, si se remite únicamente a ese significante, sin ofrecer otro para una apertura nueva. En principio fue esta mi posición, preguntándole qué era lo que decía, y simplemente repetía: "Cachi(y)o muió". Secretaria de privilegio era la madre, que del otro lado de la puerta me decía que hablaba de un castillo. Por suerte no fue el significante que le ofrecí para desplegar la escena.

Aún no sé qué se anuda en la repetición, pero el cansancio es el primer sentimiento: Cachi(y)o muió andaba suelto y pesaba en mis pensamientos.

Con Luisito Chupafrascos había un enigma a simple vista: el frasco, al que no respondí más que con una expresión de oooh, a lo que se anudaba el veneno y Cachi(y)o muió. La alusión a la muerte se hizo evidente.

-Ah, se murió, como en los dibujitos, se murió y se fue volando al cielo, tocando el arpa.

-No, dijo Matías -dio unos pasos para atrás, se dio vuelta, y volvió a mí-. Sí se muió, me miró y se puso contento.

No creo que haya aceptado tal interpretación, aún cuando repetía que si muió, tal vez sólo después, cuando escenifica un juego que tomó el tiempo de toda la sesión.

Me pregunta por Luisito Chupafrascos, y el relato consecuente, al que referí antes. Luego en el pasillo, Matías encuentra un avión nuevo. Lo agarra y lo hace volar, se rompe. Cuando vi el avión roto, sentí una molestia, que no la hice entrar en juego, porque apostaba que la escena era importante y no quería obturarla. Agrego que era un tiempo en que en el Hospital no entraban juguetes. Me fue difícil abstenerme en la escena. Vuelve a tomar al avión, y lo vuelve a tirar, se rompe más, y le pregunto si murió, me contesta que sí. Lo sigue tirando, y luego lo pisa. Lo que no pude distinguir fue si moría el avión o alguien había adentro.

Después deambulaba por el pasillo, donde estaba lleno de chicos y había bastante ruido. En medio del bullicio, estaba Víctor, que como un chita que anda por la llanura a grandes velocidades, guiado por el viento que silba en sus oídos en el momento que divisa a su presa, de tal modo andaba Víctor en el triciclo, de manera estrepitada, aunque sin buscar una presa -gritaba cuidado-, tal vez sólo ansiaba el silbido del viento. Y quien divisó al estrepitoso Víctor fue Matías; se antepuso al triciclo y ambos cayeron.

-Matías, ¿qué pasó? -estaba tirado en el piso, se quejaba, se agarraba la espalda- Tenés que tener cuidado, no moriste, pero fue peligroso. La escena la exagerábamos los dos, de manera seria.

Se levanta Matías, y otra vez empieza a deambular, iba lejos de mí, se acercaba, no pasaba nada más que esto. En esas, viene corriendo y me pega una piña en la panza.

-No, Matías, ¿cómo me vas a pegar así?

En ese mismo instante, me di cuenta que obturé, por resistencia propia, lo que se venía desplegando: si Luisito podía morir, el avión, y luego Matías mismo, por qué yo no podía ser objeto de muerte.

Pueden precisarse distintos momentos del objeto, distintos planos sobre los que se van anudando las situaciones. Al principio el objeto está en un póster, luego algo se arranca para tomar un avión, que vuelve a la persona de Matías, y por último me tomaba a mí. Si bien hubo una resistencia, ahora estaría advertido de tal posibilidad, y el tema de la muerte fue recurrente.

 

Un viento voraz

En Tallerín Tallerón hay un armario lleno de juguetes. Una mañana Mati se encargó de vaciarlo. Comenzó a sacar las cajas, y arrojaba los objetos sin ningún fin. Mi sensación fue de extrema molestia, pensando que luego tendría que juntar el desparramo. Esto era motivo de gracia para los demás acompañantes que veían lo que me esperaba. Tuve que dejar mi molestia de lado y trabajar con la sonrisa de Matías que disfrutaba arrojando los juguetes.

-Se está volando todo, es un huracán, dije.

Comenzamos a soplar con Matías, simulando un viento huracanado, mientras miles de objetos eran tomados por esta fuerza de la naturaleza, que destruía todo. Y entre tantas cosas que volaban, Matías y yo fuimos atrapados por el viento, que con gran violencia nos arrastraba por el piso.

Matías disfrutaba en la escena con grandes risas.

El huracán cesó.

-Ahora tendremos que comenzar la operación de rescate.

Matías no quiso operar en el rescate, caminaba sin mirarme, hasta que sale de la sala de Tallerín Tallerón, sin querer ayudar, ni responder a mis llamados. Está claro que no quiso responder al llamado del orden, hay un orden que ya no quería aceptar.

La madre de Matías le comenta en una entrevista a la psicóloga de Matías que él había tomado unos juguetes, y cuando ella le pide que los ordene, toma una cinta adhesiva, se la pone en la boca y le dice: "Callate mamá, te gané" .

 

Un lugar difícil de ocupar

Era costumbre de Matías traer alguna hormiga en su bolsillo, tal vez dos o tres, a las que manipulaba, las tomaba con el dedo, y me llamaba la atención cómo no morían aplastadas. En uno de esos días una murió.

Estábamos en el pasillo, donde habían juguetes, y uno era un perro redondeado, que por debajo tenía un agujerito donde debía estar el chifle. Fue ahí donde decidimos enterrar a la hormiga muerta. La ceremonia incluía la marcha fúnebre del pobre infeliz que se olvidó de respirar. Los dos nos manteníamos en silencio, hasta que agarro al perro y de él hago una pelota, lo tiro. Matías se ríe, y nos pasamos la pelota rápido, porque quemaba, y la pateábamos. Todos los juegos contienen la idea de muerte, pero aquí contuvimos a la muerte.

En una supervisión se resaltó que para que algunas cosas vivan, otras tenían que morir, y fue una recomendación jugar al lugar del muerto.

Una mañana entro a Hospital de Día y no estaba el póster. De antemano me dije que iba a ser un sesión importante, y que la escribiría, lo que me tomo un largo tiempo, específicamente ahora la estoy escribiendo por primera vez.

Mario, el enfermero, le dice a Matías que habían sacado el póster. Nadie sabía qué había pasado con éste. Con Mati vamos a la sala de juegos, y tomamos un ula-ula. Volvemos al pasillo, y como si fuera una pelota, nos empezamos a pasar el objeto. Le divertía mucho esto a Matías.

En un momento se acerca y me da una piña en la panza.

-Oh, grito, y caigo.

-No, no, no, gritaba Matías, me pedía que me levante.

Le decía que ahora no me podía levantar, y que lo que podía hacer era traer el aro y pasármelo por la cabeza, por donde yo atravesaría. El aro me trae de vuelta a la vida, y el juego que se configura es que estamos los dos parados uno enfrente del otro, y nos pasábamos el aro, yo a él y él a mí.

En otro momento me da otra piña, y caigo contra la pared con los ojos cerrados. Matías se abalanza contra mí, y me dice: "te amo, te amo". No supe qué responder. Hasta que hace fuerza para que me levante.

Pasaron unas semanas sin que aparezca el póster, hasta que una mañana, el enfermero lo recupera. Matías se puso contento al verlo nuevamente. Y como siempre me preguntaba por los personajes, pero desde ahora lo que iba a llamarle la atención era lo que estaba escrito debajo de los dibujos. Nunca se lo leía textualmente, sino que el relato era: "De nosotros, los grandes -y me señalaba- depende que los chicos no se lastimen cuando juegan...", esto se lo repetía siempre igual, a veces le agregaba algo más.

También me empezó a preguntar por lo que decía el póster de la otra puerta, que refería a "De nosotros, los grandes, depende que los chicos no se enfermen, para eso están las vacunas...". Pero este último no le interesaba, siempre volvía al de los accidentes. Y sobre este póster se siguió hasta el final del acompañamiento, pero cada vez parábamos menos en éste, hasta que se abandonó un tiempo.

 

Equilibrio

Estando en la sala de Tallerín Tallerón, Matías se para en una tapita de gaseosa, agarrándose de la mesa. Giraba un poco, y le digo que está haciendo equilibrio. Me toma la mano, y se inicia un tiempo de trabajo conquistando un equilibrio.

Un día en el parque, vamos al subibaja de madera, y me paro en el medio, manteniendo las puntas levantadas. Le digo que él también lo puede hacer. Entonces, tomándolo de la espalda, Matías sube caminando rápido al subibaja, y ahí se mantenía -lo mantenía-. Sus manos eran ventosas pegadas a mi espalda, y permanecía de esta manera aún cuando lo ayudaba a bajar. De a poco se empezaba a soltar de mí. Al bajar festejaba él mismo: "Muybien!".

Lo que empezó a agregarse fue la caída, la pérdida del equilibrio. Esta caída siempre estaba en mi resguardo, era siempre de mentira, y Matías pedía una y otra vez subir al subibaja. A veces él mismo generaba la situación de caída, por ejemplo, subiendo corriendo, a lo que le decía si estaba loco, que cómo iba a subir así -y la exageración consecuente, como en la escena con el triciclo.

Lo que empezaba a cambiar era su cuerpo en el subibaja, ya no me agarraba, y estando en equilibrio, cantaba una canción que me sonaba conocida, pero no distinguí las palabras, no la reconocí.

Una mañana, para sorpresa de todos, salimos al parque y encontramos juegos nuevos: calesitas, toboganes y subibajas. Matías al verlos, corre, y subimos al subibaja (en éstos no podría hacer equilibrio parado).

Al segundo día, lo que hace es soltarse las manos y agarrarse la cintura. No pude contener la risa -la expresión de su cara, el esfuerzo y su idea. Siguió con la cabeza, subiendo los pies, subiendo los pies y soltando las manos. Lo empecé a copiar, y los dos sugeríamos distintas combinaciones. Yo lo felicitaba, y él decía: "Muybien, lohicimos, ganamos".

 

Dos escenas sin ficciones

Muchas mañanas las consagrábamos a buscar hormigas. Era una propuesta que en principio él había hecho, pero otras veces, cuando venía y deambulaba sin que yo supiera qué hacer, le decía que podíamos ir a buscar hormigas.

Las hormigas eran presa para distintos fines. Al comienzo del acompañamiento, metió una hormiga en un juguete, en el lugar donde irían las pilas, jugaba con cualquier otra cosa, y al rato iba a verificar si aún estaba.

Termina la sesión, salimos de la sala de juego, y vuelve corriendo a buscar a la hormiga. Para su sorpresa, y la mía, la hormiga no estaba. Armé una historia que había escapado a su casa por la ventana, historia que le agradó a Matías. En otra ocasión, una hormiga giraba en la misma calesita que Matías, luego él se bajaba y hacía divertir a la hormiga. Y muchas veces, se llevaba las hormigas en el bolsillo.

Buscando hormigas en el playón del parque, estando sentados uno al lado del otro, de repente, a Matías le sale mucha sangre de la nariz. Fue de gran asombro para mí, no sabía cómo se habría golpeado, ni podía decir a la madre qué le había pasado. Lo llevo con la madre, y van al baño juntos. Al volver, la madre responde que se había metido los dedos en la nariz. Fue un alivio para mí. Volvemos al parque, a la calesita.

-Viste Mati, de nosotros, los grandes, depende que los niños no se lastimen cuando juegan. Ahora vos te lastimaste, y para que estés bien, yo te lleve con tu mamá, y ella te curó en el baño.

Levantó su cabeza y me sonrió.

Otra mañana de juego en el subibaja, y quién nos acompañaba era mi pequeño amigo Alejandro, como en tantas ocasiones. Ale estaba sentado solo en el subibaja de al lado, un poco aburrido mirándonos.

Matías intenta, al estar arriba, agarrar con las dos manos el subibaja de Ale para que suba. Se fue de cabeza al piso. No supe qué hacer.

Se levanta muy quejoso, y me decía: "Despacito". Si las explicaciones están muchas veces fuera de lugar, las mías acá también lo estarían, sobretodo porque apuntaban a desculpabilizarme. Le decía que yo no había hecho un movimiento fuerte, que él se había caído por tratar de levantar a Ale. El insistía con despacito, despacito, y yo no sabía qué decirle. Se agregaba a mi preocupación que estaban todas las madres reunidas a unos metros, separadas por un árbol, conversando. Ensimismadas, ninguna advirtió el suceso. Los juegos que siguieron por un tiempo eran en el subibajas de madera, cayendo una y otra vez.

Seguida fue la supervisión, para abrir la relación significante. ¿Por qué "despacito" no podría referir a la caída? ¿Por qué no podía estar más allá de mí? Cuando uno se cae, no cae despacio, ley general a todos sobre la velocidad de la caída. Ahora podía marcar que cuando uno cae, cae fuerte, y en el juego, caíamos dejando esta fuerza por fuera, o como una posibilidad si el equilibrio verdaderamente se perdía.

 

Un comedor para niños

El comedor fue un espacio al que Matías concurría desde que entró al Hospital. Siempre mostró ciertas resistencias; en un principio sólo se evidenciaban en relación a la comida, no quería comer.

-"¿Y la 7up? ¿Piza no hay? No hay piza, no hay Madonal, no hay papas fritas"-, estas eran las quejas y reclamos de Matías. Nunca le gustaba la comida, decía que era un asco, por lo que sólo comía pan.

Vacaciones de por medio, ya no quería bajar más al comedor. Fue valorado desde nosotros este espacio, ya que en la casa sólo comía panchos, pizza con gaseosa, y desde el colegio también se trabajaba el tema de la alimentación. Aparte el comedor no es sólo un lugar donde se come, sino que se puede charlar, y había lugar a juegos; era común, en un tiempo, que Matías juegue con Nicolás a esconderse en una columna para aparecer y gritar. Se sostuvo el espacio aún cuando Matías se quejaba, y mucho, por bajar, para luego ni querer sentarse en la mesa.

En un momento le digo que si no quiere bajar más, podríamos hablar con Gabriela, su psicóloga, para cancelar este espacio. Tras esta opción decidía ir al comedor, pero se mantenía por fuera de la mesa, y nos sentábamos en un tapial, desde donde observábamos a los chicos. Lo llamaban, Nico se acercaba, pero Matías permanecía conmigo por fuera. Lo que se mantuvo fue su lugar vacío, la silla siempre estaba en la mesa sin ocupar. Fue así que alguna vez decidió acercarse, y compartir la mesa con los demás, pero era ocasional, no lo hacía siempre.

Lo que se instaló en la observación por fuera de la mesa, fue que Matías me preguntara si ese día bajábamos al comedor, y mostraba ganas de bajar, aunque también se quejaba.

Un mediodía bajamos más temprano, ya que el horario de acompañamiento era anterior al comedor, y fuimos directamente al tapial. Matías empezó a nombrar a los chicos del póster. Y si antes era Luisito Chupafrascos el foco de sus preguntas, ahora era lo inscripto debajo de ellos. Se lo repito:

-De nosotros, los grandes, depende que los chicos no se lastimen cuando juegan...

-Sí, y yo soy unnene.

-Sí, vos sos un nene.

Mi sensación fue de triunfo. Pude reconocer, hacia el final del recorrido, hacia dónde nos habíamos encaminado, qué había estado yo tratando de hacer hasta que aparecieron estas palabras de su boca.

Conducir a estos pequeños a la escena de la infancia, o armarla, era para mí demasiada teoría que jamás pensé encontrar de manera literal en la práctica. No pude dejar -aún ahora- de sorprenderme y emocionarme.

Otro mediodía ya no quería bajar, y le digo que lo íbamos a hablar con Gabriela (ya lo habíamos hecho en otro momento), pero ahora para cancelar la actividad. Gabriela le pregunta, Matías responde con pocas palabras y se va de Hospital de Día. Lo vamos a buscar, y está sentado llorando, con muchas lágrimas, al lado de la madre.

Aparece la Jefa del Servicio, y los tres, hablamos con la madre; en esas, Matías se va hacia el parque. Al ver que no vuelve, voy a buscarlo. Estaba parado, llorando mucho.

-Eh, Matías, ¿qué pasa? -me abrazó fuerte, pegando su cara en mi panza; yo trataba de contenerlo-. Si no te gusta el comedor no tenés que hacerte problema, no bajamos más si no querés.

-No.

-Tenés que estar contento ahora, porque vos dijiste que no querías bajar, y no vamos a bajar más. Vos sos un nene, pero podés elegir.

En cuanto le digo esto, me responde que sí, me suelta y sale caminando. Yo no sabía a dónde se dirigía, en principio pensé que con la madre, pero la esquiva y entra a Hospital de Día, y va a la sala de Tallerín Tallerón.

-¿Y losnenes?

-A esta hora los nenes no están en Tallerín, sino que van al comedor.

-Vamos.

Desde ese momento, empezamos a bajar al comedor, y si bien no comía (la comida no le gustaba, y seguía diciendo que era un asco), compartía la mesa y el pan.

 

Al poco tiempo comencé a despedirme, y fue en el tapial del comedor donde le comuniqué que en unas semanas me iría.

Lo que hicimos fue rememorar lo que habíamos hecho. Así, Matías nombraba a los personajes del póster, lo que decía abajo, yo le hablaba de las hormigas, del equilibrio. También le decía con quién iba a seguir jugando, y en Tallerín le presenté a Sofía. Era común que camine con ella y me mire, que camine sobre sus pies de la misma manera que lo habíamos hecho unos días atrás. Y yo simplemente me reía. Simplemente me despedía.

Lic. Juan Pablo Marino

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