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Número 7 - Abril 2004
La función del arte en el niño
"La llave como una antorcha"
Andrea Rur

El nombre de esta propuesta parte de una afirmación: la de que el arte cumple una función en la vida del niño de la que luego podrá valerse a lo largo de su vida para volver a ese mundo de libertad, creatividad y actividad lúdica cuando así lo desee y hacia lo que podrá dirigirse desde su esencia.

Pensamos al arte como actividad estructurante en la vida de un sujeto, como una ética espiritual y deseante.

El arte revela lo oculto de sí mismo y de otros, iluminando zonas que permanecían en la penumbra llevando la luz a la escena, que como caras del caleidoscopio nos cuenta la historia.

… en el niño y el juego ¿qué mundo abre esa llave?
En el juego y la angustia
En la escena de la vida y el drama griego
En las torpezas y en los errores…
La llave como una antorcha

... en el niño

El universo que ofrecen las historias narradas, leídas o vistas, le permite al niño armar en su vida, momentos en los que todo es posible dentro de los límites de ese Otro lugar, en los que la fantasía y la imaginación, le proporcionan la posibilidad de representar el mundo interno hecho de magia y realidad.

La llave abre las antiguas puertas de mundos irracionales, absurdos, metafóricos y/o poéticos. A través de la representación mediante el cuerpo y las palabras inicia el viaje en el que la brújula son las preguntas relacionadas con el origen propio y el de la vida, la diferencia de los sexos, el poder, el amor, la maldad, la amistad…

La obra de arte le brinda placer, y en muchos casos, el acceso a la alegría de vivir. Tomamos en este caso las historias leídas de los cuentos, escuchadas o vistas a los fines de acotar este trabajo. Podríamos más adelante, abordarlo desde manifestaciones artísticas como el teatro, los títeres, la música, la danza, tomando otras llaves del llavero mágico que le dan acceso al mundo de la fantasía hecha arte y curación.

… y el juego

La mayor parte de la vida cotidiana del niño, transcurre en un espacio-tiempo de juegos.

La escena del juego se despliega y el niño abre sus alas, toma su llave, y se eleva en la alfombra mágica que lo lleva de paseo por el mundo.

Allí es la heroína o la diosa, el héroe de las historias escuchadas en cuentos, vistas en películas, inventadas y también representadas por él; es el malo que se transforma en bueno y al revés; es los padres simbolizados en muñecos; la maga o el mago, inventor de brebajes poderosos… Corta, mata con fuego, arma, cual Serafín, historias de diosas y dioses, de amores y de odios, de maestras, vendedores de mercado, familias y viajes…

El mundo de los juegos es el mundo compartido también con sus amigos: esos otros iguales y también diferentes.

Jugar con el niño es jugar sin imponer nada, dejarse llevar por la incertidumbre de lo desconocido, entrando al fantástico mundo de princesas y dragones, Spiderman, piratas, brujas y poderes… historias en otro tiempo y espacio que los de la realidad pero sumamente presentes. El jugar "sin por qué ni para qué", como crece la rosa al decir del poeta, y compartir un momento de placer o diversión sin obligaciones ni otro límite que no lastimarse. En el juego todo puede suceder, el mundo de la fantasía es infinito e inagotable.

¿Qué mundo abre esa llave?

El mundo de la imaginación y el absurdo, mundo en el que el niño o la niña viven sumergidos durante distintos momentos de cada día de su vida. Entran allí para viajar, tomar distancia. El viaje como deambular fuera de lo cotidiano, como el alejarse del hogar hacia lo desconocido y volver a él distinto, transformado.

Transformarse en el placer de la representación, de las imágenes, los sonidos, las palabras, las emociones, los ritmos… gustosos a los infinitos tesoros que le otorga el arte.

Los niños se transforman levantando vuelo en los planeos o en las profundidades de su deseo. Toman su poción para atravesar los momentos de su vida: son héroes, magos, indios, princesas, trenes, mezcla rara de Power Ranger y Tarzán.

Son el amor, los celos, la amistad, los enojos, el poder y la autoridad; hilos invisibles que mueven a sus personajes en la escena divertida, trágica o absurda en la que el niño adviene creando personajes, trayendo retazos de lo escuchado, lo visto o lo leído.

 

En el juego y en la angustia

Cuando un niño manifiesta la dificultad o imposibilidad de jugar, está diciendo en su idioma que está atravesado por la angustia. El psicoanálisis se sumerge en la historia del niño, en la estructura de la familia, en sus relatos y también en el momento presente e indaga en la problemática que se está jugando en ese momento.

El psicoanalista interviene jugando en el juego del niño.

Ayuda a mover las piezas de una estructura desbalanceada o sencillamente intolerable o dolorosa.

Si el niño manifiesta su conflicto a partir de algún acontecimiento en el núcleo familiar y los padres se encuentran implicados en ello, tristes, preocupados o absorbidos, muchas veces no pueden contenerlo ni protegerlo, brindarle un lugar resguardado de su angustia.

La intervención de un tercero, un otro, que actúa desde O y otro lugar, que lo escucha y entra con él a su universo favorece la manifestación del inconciente. Mediante el juego, el psicoanalista se sumerge en los vericuetos del alma del niño y juntos, despliegan esa Otra escena en la que los personajes se transforman al ritmo de la imaginación, acompañándolo en la travesía de su vida.

En la escena de la vida y el drama griego

Los padres son los primeros, indispensables y estructurales sostenes del niño.

Desde su nacimiento, debe atravesar respecto de ellos distintos momentos en la estructuración de su psiquismo, que lo llevarán o no, a ser un ser libre y deseante respecto al mundo. Esa libertad que implica formar parte del tren de la historia, con sus luces y oscuridades, con conquistas y fracasos.

Ocupará un lugar jugado y jugando en los avatares del drama griego en el que el actor principal se encuentra en una encrucijada de su vida.

Se presentan, en la vida del niño y sus padres (y hermanos incluso), momentos de elección, de pérdida, de cambio, de transformación en su vida en cuanto al deseo y al amor. El niño vive habitado por amores, odios, celos, ansias de poder, preguntas existenciales acerca del sentido de la vida y de la muerte, el origen, la diferencia sexual y el límite.

Sale de esa realidad para realizar las tareas domésticas y de la vida familiar: comidas, reglas de higiene personal, datos de la realidad cotidiana que incorpora a su mundo y va creándose así su estructura psíquica y su relación con la realidad.

También el mundo del niño es "lo cotidiano y sus reglas". Son las normas, los hábitos, el ingreso al mundo social.

Su mundo también es el espacio compartido con otros en la escuela, los vecinos, los amigos incluso de los padres.

También es la historia familiar, las historias transmitidas verbal, corporal, orgánica, emocional y afectivamente en el grupo familiar integrado por él y sus padres, hermanos, abuelos, tíos. Los encuentros y desencuentros, los distintos vagones del tren de la vida y sus pasajeros, en el que el niño y sus padres forman parte, habitando ese momento de la historia.

Pero volvamos al drama griego como momento crítico del crecimiento del niño, de cambio, de pregunta en la estructura establecida por el Complejo de Edipo y la castración, es decir, el drama, la historia o la obra de arte que Freud descubrió en el inconsciente. Nos presentó la escena, el triángulo de amores, odios, celos, poder, libertad, prohibición y deseo, jugados por la madre, el padre, el niño, los padres de los padres, y los padres de los padres de los padres.

Allí se manifiesta la escena donde se juega una porción del destino psíquico que tomará el niño en cuanto a su persona.

Cuando el psicoanálisis postula el Complejo de Edipo y la castración como central en la estructuración de un sujeto, no se refiere al estereotipo que se hizo de él en la actualidad quedando significado como "el edipo que alguien tiene con su padre o su madre", o como "qué castrado que está", o en mejores casos, al texto griego. No se trata solamente de que el niño ame celosamente a la madre o la niña al padre y ellos a él.

Se trata (y no sólo) de la relación de cada uno con la ley, el límite y lo prohibido, la diferencia, el goce, el deseo y el amor, la libertad y la creatividad. De los modelos e ideales para orientar su vida (ya sea sosteniéndolos o haciéndolos caer) y del proceso de sexuación y la relación con la sexualidad.

Una historia que condensa preocupaciones y preguntas de la humanidad.

Hay bellas e inolvidables representaciones desde el teatro, la música, la pintura, que han captado y hecho aparecer la esencia escondida en el carozo de la escena.

En las torpezas y en los errores…

En el drama está su opuesto: la liberación, la risa, lo fallido que irrumpe. ¿Qué nos muestran las historias de risa, incluso esos tesoros del cine mudo, acerca de nuestro narcisismo, afán de perfección, de corrección, de ilusión de completud y de nuestra división? Que inexorablemente estamos habitados y viviendo desde esa Otra escena que nos recuerda que algo hemos perdido; que el devenir del deseo es efecto de esa imperfección e incompletud.

La risa indecente que es convocada por lo prohibido, lo sexual, las funciones excrementicias, las malas palabras, y también la risa como liberadora del miedo. El niño personifica a sus enemigos, a todo lo que significa culpa y amenaza y los lanza unos contra otros, divirtiéndose en humillarlos. El límite a la agresividad está dado por el no pasaje a la crueldad, donde el terreno se pone más cenagoso.

Y también la risa porque sí, porque es lindo divertirse, y reir sólo o junto a otros.

La llave como una antorcha

En los pasajes oscuros, en los cruces de caminos, en el descampado de lo desconocido y también (por qué no) en la celebración del estar vivo, la llave al mundo del arte, como una antorcha que ilumina.

Niño y cuento, o música, danza o teatro. Esa alquimia, que en la esencia de cada uno, dan la posibilidad del encuentro y el hacerse juntos en su devenir, para volver al camino del deseo.

Lic. Andrea Rur

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