El eje de esta sección nos plantea un entrecruzamiento tan interesante como ineludible. Es imposible pensar estos dos términos si no es en una relación dialéctica: No podemos abordar la constitución de la subjetividad sin tener en cuenta el marco de la época que determina dicha constitución; y a la vez, no podemos abarcar la noción de época sin considerar, justamente, que las épocas adquieren identidad a través de los sujetos que son actores y autores de ellas. Por lo tanto subjetividad y época no pueden disociarse. Siempre estuvieron mutuamente atravesados. Tomemos tan solo como ejemplo de ello, la noción de homosexualidad. Es difícil entender para nosotros la homosexualidad en culturas como la griega y la romana, puesto que la leemos desde nuestra concepción actual. Freud lo explica así en una nota a pie de página adicionada en 1910 en el primero de sus Tres Ensayos para una teoría sexual: "La máxima diferencia entre la vida erótica del mundo antiguo y la nuestra está, en que para los antiguos, lo importante era el instinto mismo y no, como para nosotros, el objeto. Glorificaban el instinto y creían que ennoblecían al objeto, por deleznable que fuese. En cambio, nosotros, despreciamos la actividad sexual en sí y la disculpamos por los méritos del objeto" . Entonces, nosotros descalificamos la actividad homosexual, por degradar el objeto (nos parece objetable amar una persona del mismo sexo, pero no vemos mal, cualquier tipo de prácticas sexuales realizadas con el sexo opuesto), mientras que los griegos o romanos en lugar de pensar en el objeto pensaban en el instinto mismo, es decir que lo importante era amar, (por lo tanto amar a una persona del mismo sexo no era considerado despreciable, siempre que estuviese en juego lo virtuoso y glorificable de ese impulso amoroso).
El fin de milenio y el paradigma socioeconómico predominante, nos da la impresión de encontrarnos ante una caída de nuestros conceptos teóricos que nos hacen, a veces, sentir impotentes frente a lo que nos toca resolver. Suele pasarnos, como pensadores de fines del siglo XX y principios del siglo XXI, que perdemos perspectiva histórica. Desde que el mundo es mundo, hay crisis. Caídas de modelos y necesidades de armar otros nuevos. Sensaciones de que finaliza una era y otra comienza sin saber cómo ubicarse en torno a ello. Creo que en este momento nos encontramos con la dificultad de contar como analistas, con un modelo teórico-clínico (el psicoanálisis) originado dentro de la modernidad; que desde su ocaso e instalación del paradigma de la posmodernidad está decididamente en una crisis que se profundiza cada vez más. Me parece errado pensar el avance del neocapitalismo salvaje y globalizante por fuera de los efectos de la posmodernidad y sus postulados. Esto es un desafío ético, clínico y teórico para los psicoanalistas que pretendan no anquilosarse ni transformarse en meros recitadores de lo ya escrito en las sagradas escrituras del psicoanálisis.
Uno de los efectos de la posmodernidad es la ausencia de referentes. Ello implica consecuencias complicadísimas, entre las que se encuentran, lo que en términos generales podríamos ubicar como la falla o deterioro de protección suficiente que la cultura, malestar implícito mediante, le ha proporcionado al hombre en la regulación de sus vínculos interpersonales.
En la Argentina, debido a la corrupción e impunidad generalizada, esto se ve con lente de aumento. Hace casi diez años, en el Hospital EVITA de Lanús, ya comenzábamos a observar junto con Andrés Nelken y Ariel Pernicone, algo que entonces dábamos en llamar la "caída o deterioro de la función paterna", y que no pudimos llegar a conceptualizar profundamente. La idea, a grandes rasgos, era observar una correlación entre por un lado, el deterioro progresivo de todas las instituciones sociales que podían hacer soporte de lo que Lacan llama función paterna (es decir una función reguladora y a la vez ordenadora de los elementos de una relación), por ejemplo: La mala justicia que avalaba la impunidad, la policía corrupta, la falta de trabajo, la decadencia de instituciones como la escuela, el club, el barrio, etc; y por otro, el agravamiento y creciente precariedad de las patologías que recibíamos en los consultorios externos. El artículo de los miembros del Hospital Ameghino "La subjetividad de la epoca y el campo de la singularidad : entre el desamparo y la responsabilidad subjetiva" (Andrea Distefano, Armando Kletnichi y Débora Tolchinsky), aborda ésta cuestión preguntándose qué hacer frente a la exclusión social que provoca empobrecimiento subjetivo. Y qué lugar dar a los sucesos traumáticos cuando estos son efectivamente ocurridos. Se plantea aquí la posibilidad restituir lo ficcional. El trabajo de Paula Levisman "Del testimonio a la transmisión", sigue la misma línea, pero referida específicamente en un caso de una víctima del terrorismo de estado ejercido por la dictadura militar durante los años 1976-1983. Frente a una situación de apropiación de menores, la autora rescata la posibilidad de construir una novela familiar, allí donde ha habido no una represión, sino un borrado intencional de representaciones, ejercido por los apropiadores. Débora Tolchinsky, quien es coautora del primer trabajo, retoma en su artículo: "La ficción como recurso de tramitación psíquica: acerca del testimonio", no solamente trabaja, al igual que Levisman la noción de testimonio, sino que desarrolla con profundidad lo esbozado en el artículo escrito con sus compañeros en referencia a restituir la ficción. Tomando como disparador un libro escrito por un sobreviviente del holocausto, trabaja la posibilidad de tramitar lo traumático a través de que el sujeto pueda armar una versión ficcional sobre lo vivido sin por ello desconocer la responsabilidad subjetiva, (la respuesta propia de cada sujeto) frente a acontecimientos de catástrofe social. Por último, "Por la ciudad van de la mano, la formación, la ética y la pedagogía ¿Existencia, intensidad o encuentro?" , su autor Javier Alfredo Fayad Sierra, trabaja el concepto de ciudad, desde una óptica sociológica, planteándola como la estructura anatómica de la arquitectura del ser del hombre, el horizonte de todo lo que la vida humana ha producido y produce, y la condición indispensable para que el ser humano pueda manifestarse.
Todos los artículos son de un nivel excelente y todos tocan la cuestión de la ética, en particular la ética del analista. En ese punto quizás estamos acostumbrados a escuchar repetir que "la única ética del analista es la ética del deseo". Estos cuatro artículos son prueba cabal de que la ética del deseo no solamente no es la única, sino que no siempre alcanza para trabajar en determinadas situaciones clínicas en donde entran en juego numerosas y diferentes cuestiones que nos plantean un desafío tan grande como novedoso.
Los invito a la lectura de los trabajos esperando que sean de su interés y los promuevan a las preguntas y la investigación.
Diego Soubiate
Consejo de Redacción Fort-da.